2011-08-06

¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

19º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y comenzaron a gritar de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.»  Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús. Pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, ¡sálvame! » En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? »
Mt 14, 22-33

El descanso es necesario

Después de horas intensas predicando a las gentes, y después de la multiplicación de los panes, Jesús necesita ir a la montaña a rezar. Es importante trabajar, pero también es necesario saber apartarse y retirarse a orar a solas con Dios. En la Iglesia vemos que la hiperactividad del mundo también alcanza las tareas apostólicas. Sacerdotes y misioneros trabajan incesantemente y se cansan y se estresan. Jesús nos enseña la importancia de aprender a reposar en el corazón de Dios. Todos necesitamos descanso, alimento y espacios de silencio donde recobrarnos espiritualmente. El evangelio nos muestra a Jesús en muchas ocasiones como ésta: subiendo al monte a rezar. Lejos del ajetreo constante, los cristianos también hemos de buscar ese retiro para descansar en manos de Dios.

Caminar sobre el mal

Mientras Jesús se retira, les dice a sus discípulos que se avancen en barca hasta la otra orilla. En alta mar, el viento los aleja y los inquieta. Pasa la noche y, al amanecer, ven a Jesús caminando sobre el agua.
Esta imagen encierra un simbolismo muy claro para los judíos. En la cultura hebrea, el mar causaba respeto y temor: representaba lo ignoto, el peligro y también el mal. Los pescadores eran hombres arriesgados, pues su oficio los llevaba a bregar contra el oleaje. En cierto modo, su navegar entre las aguas significaba enfrentarse a diario con las fuerzas del mal. Jesús caminando sobre las olas es símbolo del hombre que ha vencido el mal.
Pero los discípulos, al verlo, se quedan atónitos y temen. ¿Será una aparición maligna o un fantasma?

La duda nos hunde

Pedro lo reconoce, pero quiere cerciorarse, y le pide que le ordene acercarse a él. Así lo hace Jesús, y Pedro comienza a caminar también sobre las aguas. Pero el vendaval lo hace dudar y se hunde.
¡Cuántas veces dudar de Dios nos hace naufragar! Cuando dudamos, nos alejamos de él y nos hundimos en el abismo por falta de fe. Pero Jesús no nos abandona. “¡Ánimo, soy yo!” Siempre está ahí, nunca se aparta de nosotros y nos sigue para tendernos la mano. Su presencia nos devuelve la calma.
Hoy día proliferan las ideologías y filosofías contrarias a la fe. El hombre cree no necesitar a Dios y prescinde de él. Y poco a poco se hunde en su orgullo y su petulancia.
Jesús no quiere que nadie se hunda en su miseria humana. No quiere que nos perdamos y nos ayuda a creer en él, dándonos muchos signos de su benevolencia para que nos acerquemos a él con confianza. Hemos de estar atentos para saber leer estos signos en nuestro devenir diario.

La mano salvadora

La misión de la Iglesia es salvar, redimir, dar confianza, elevar al caído. La mano de Dios siempre está pronta para salvarnos. Es esa mano que resucita a la hija de Jairo; es la mano curadora que toca los ojos del ciego, que se posa sobre la lengua del sordo y mudo… Dios puede penetrar hasta las entrañas de nuestra existencia y despertarnos, abrirnos los ojos y el oído, devolvernos a la vida, por muy perdidos que estemos. ¡Dios lo puede todo!
Mientras dudemos, nos alejaremos de él. A menudo, cuando hablamos de alguna persona conocida que nos ofrece confianza, decimos: “De esta persona, me fío con los ojos cerrados”. Podemos decirlo porque la conocemos y sabemos cómo actúa. ¿Cómo dudar de Dios y de su amor? A lo largo de la historia de la salvación, y en nuestras propias historias personales, él nos ha dado pruebas de su amor y de su misericordia.  A veces el cansancio y el dolor nos pueden hacer dudar de su existencia… Pero no nos dejemos ofuscar. Su deseo más profundo es la felicidad del hombre. Las palabras de Jesús también se dirigen a nosotros cuando vacilamos: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudas?”

Ponerse en presencia de Dios

En la primera lectura de hoy (Reyes 19, 9-13) vemos al profeta Elías, cansado, desesperanzado, que se retira a una cueva del monte Horeb. Está desalentado y necesita apoyo. Allí, Dios le pide que se ponga en su presencia.
Buscar el silencio y ponerse en presencia de Dios nos devuelve la fuerza perdida. La Biblia nos relata, muy bellamente, cómo Dios se manifiesta de manera cálida y suave, hablando al corazón. No está presente en el fuego arrasador, ni en la tormenta, ni en el vendaval. Dios no destruye ni avasalla. No habla con voz atronadora. Se muestra como una brisa ligera, que nos alivia y nos reconforta.
Y es entonces, cuando el viento amaina, cuando podemos reconocerlo, tal como lo hicieron sus discípulos. Habiendo subido a la barca con Pedro, calmado el oleaje, los pescadores se postraron ante él. Así nosotros, una vez nos situamos ante su presencia, lo reconocemos y dejamos que nos conduzca hacia la plenitud de nuestra existencia.

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