21º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A
Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre, que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Mt 16, 13-20
Una pregunta directa y crucial
El verano, tiempo de ocio y de descanso, es un tiempo propicio también para meditar y reflexionar sobre nuestra fe. El evangelio de hoy nos interpela con esa pregunta, tan directa y rotunda: ¿quién decimos que es Jesús?
Sobre Jesús se han dicho muchas cosas, ya en su tiempo, y también hoy, veinte siglos después. Es un hombre lleno de Dios que no deja indiferente a nadie, tampoco a los agnósticos o a los ateos.
En su época, tal como recoge Mateo en el evangelio, unos decían que era Elías o alguno de los profetas, otros, que Juan Bautista revivido. Muchos pensaban que era un rabino extraordinario, un maestro.
La pregunta de Jesús a los suyos también se dirige a nosotros, a los cristianos, de forma muy especial: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Es una pregunta directa y crucial, que pide una respuesta comprometida y sincera.
Se ha escrito mucha literatura y se han ofrecido múltiples interpretaciones sobre Jesús, algunas profundas e intuitivas, otras aberrantes y confusas. Periodistas, filósofos, teólogos, escritores…, son muchos los que intentan descifrar la verdad de su persona y transmiten una imagen suya a la sociedad. Recibimos tantos impactos e influencias que muchas veces tragamos toda esta información sin discernir. Es importante que seamos capaces de preguntarnos y de buscar respuestas, como buenos pedagogos. ¿Quién es Jesús? La respuesta que demos puede marcar toda nuestra vida.
Muchos piensan que Jesús fue simplemente un hombre bueno, un líder carismático o un gran pensador. Pero Jesús es mucho más que todo eso: es el Hijo de Dios. Este es el fundamento de la fe cristiana y de la Cristología. Jesús es quien revela el amor de Dios: esta es la verdad que nos legaron Pedro y los apóstoles.
La respuesta de la fe
Esta revelación no es fruto de la inteligencia, de la razón, ni siquiera de una experiencia emocional. Nuestras solas fuerzas no pueden llegar a comprenderla. Pedro afirma: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Él ha vivido con Jesús, ha caminado a su lado y ha compartido largas conversaciones con él. Ha captado la hondura de su corazón y su relación íntima y extraordinaria con Dios. Ha aprendido a amarlo y a confiar en él. El episodio en el mar, cuando Jesús camina sobre las olas y Pedro quiere ir hacia él, revela su valor y también sus miedos. Cuando se hunde, Jesús le tiende la mano. Pedro ha experimentado la salvación; Jesús ha sabido calmar sus tempestades interiores y ha arrojado luz en su vida. Por eso puede exclamar: tú eres el Mesías, el que nos salva, el que nos libera, el que viene a levantarnos cuando nos hundimos.
La expresión “Hijo de Dios vivo” enlaza con la tradición hebrea, el Dios de Abraham y de Jacob, “un Dios de vivos, y no de muertos”. Dios vive en Jesús y por eso él se convierte en el Mesías de su pueblo.
Nuestra miopía religiosa nos dificulta creer. Si no abrimos nuestro corazón no podremos tomar la antorcha del testimonio que nos han pasado Pedro, los apóstoles y sus sucesores a lo largo de los siglos. Jesús se hace presente siempre. Después de su resurrección, permanece con nosotros en el sacramento de la eucaristía. Su presencia es un don, al igual que la fe que inspira la respuesta de Pedro. Jesús le responde diciendo que “Eso no te lo ha revelado hombre alguno, sino mi Padre”. La revelación nunca vendrá por nuestros esfuerzos intelectuales o por nuestra formación teológica, sino por el don de la fe, que Dios regala a todos, pero que pide un espíritu abierto y receptivo.
La misión de Pedro
Después de la pregunta y la afirmación rotunda de Pedro, Jesús le da una misión. Lo hace piedra angular. Sobre su fe edificará la Iglesia , y a él le otorgará potestad. Esto es lo que significa la última frase: “Lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo…”
Hoy se acusa continuamente a la Iglesia de su poder temporal. Pocos entienden que la Iglesia está más allá que aquí, que tiene un pie en el cielo y que no es una mera institución humana, inventada por los apóstoles, sino que es fruto de la voluntad de Dios. La Iglesia es querida, amada y deseada por Dios mismo, e instituida por Jesús en el momento en que se dirige a Pedro y le dice que sobre él edificará su Iglesia. Sobre Pedro, sobre su fe, se levanta la Iglesia , que perdura hasta hoy, regida por el Espíritu Santo.
¿Qué consecuencias tiene todo esto para nosotros? Jesús pregunta acerca de sí y nos encontramos con la respuesta de Pedro y con una Iglesia nacida para revelar el amor de Dios al mundo. Dios nos ama tanto que nos regala al mismo Jesús, su Hijo, y también al Espíritu Santo. En la eucaristía ambos se nos hacen presentes.
El secreto mesiánico
En ese momento de revelación, Jesús les pide a los suyos que callen y no expliquen a nadie que él es el Mesías. Es lo que se conoce como secreto mesiánico. Jesús consideró que no era un momento prudente para dar a conocer su identidad más honda. Sólo lo sabían sus discípulos, pero ya en ese momento expresó su deseo de que fundaran una Iglesia en el futuro, donde su identidad como Hijo de Dios sería revelada a todos. La gran misión de la Iglesia es ésta: comunicar a Jesús, el Hijo de Dios vivo. Y esta es también nuestra misión como cristianos: llevar su amor hasta los confines de la tierra.
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