2012-02-04

Levantar a la mujer

V Domingo tiempo ordinario

Así que salieron de la sinagoga, fueron con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. Se encontraba la suegra de Pedro en cama con calentura, y le hablaron de ella. Y, acercándose, la tomó por la mano y la levantó, y al instante la dejó la fiebre, y se puso a servirlos.
Por la tarde, puesto ya el sol, le traían todos los enfermos y endemoniados… Y curó a muchas personas afligidas de varias dolencias, y lanzó a muchos demonios, sin permitirles hablar, porque sabían quién era.
Mc. 1, 29-39

Los primeros apóstoles caminan sin vacilar al lado de Jesús. En esta ocasión, se da un incidente que puede ocurrir en cualquier ocasión: la suegra de Pedro está en cama, con fiebre. Este contexto encierra un precioso  simbolismo que define muy bien la tarea ministerial de Cristo y su posición ante la mujer.
Fijémonos en la actitud de Jesús. Se acerca. La cultura judía tenía muy marginada a la mujer. Jesús rompe con ese prejuicio cultural y religioso. La toma de la mano, se produce un contacto físico, salva esa distancia que segrega el mundo de la mujer. La levanta, la proyecta en su dignidad como hija de Dios. Finalmente, también la hace discípula, porque después ella le sirve. Esta es la misión fundamental de Jesús: dar vida. Y ha de ser también la misión de la Iglesia: entrar de lleno en el corazón humano y dar un sentido espiritual a su vida, alejándolo de todos sus males.

La persona por encima de la ley

La secuencia de este fragmento evangélico nuclea la misión de Jesús. Sintiéndose profundamente amado por Dios, esta vivencia le hace sentirse muy cerca de los demás y, a la vez, le da una libertad interior muy honda. De ahí que, aún conociendo el puritanismo de las leyes judías, vaya más allá de lo que sería “políticamente correcto”. Sabe que su forma de tratar a las mujeres es objeto de crítica por parte de los fariseos. Y no sólo eso, sino que parece actuar por encima de las leyes de su pueblo. Jesús pone en el centro de su mensaje, no las ideas, sino la persona. Y en este caso, es la mujer. Él sabe que para Dios lo más importante no son los preceptos o los códigos morales de la religión judía; lo más importante es el ser humano y sus necesidades. Jesús rompe con un mundo rígido y estrecho de miras para salvar y curar a la suegra de Pedro.

Levantar al que está abatido

No sólo la cura. Jesús le tiende la mano y la levanta. Cuántas personas en el mundo nos están alargando sus manos para que las ayudemos a salir de su sufrimiento y su marginalidad. Cuántas veces, por prejuicios ideológicos o por puritanismo religioso dejamos de hacer cosas buenas y necesarias. Jesús nos enseña a ser dueño de nuestras ideas: para él, vale más una persona real y enferma que miles de ideas bonitas sobre la pastoral de la salud.
Como Iglesia, todos los cristianos estamos llamados a dar nuestra mano para consolar, aliviar, curar y sostener a quienes no pueden hacerlo por sí solos. Muchas personas quebrantadas, física o espiritualmente, esperan nuestra ayuda. Con nuestro gesto desprendido, con nuestro amor, purificamos nuestras ideas a la vez que estamos liberando del dolor y dignificando a otras personas que piden ayuda. Esta disposición a servir, ayudar y “levantar” a los demás, debe ser el eje central de nuestra evangelización.

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