I domingo de Cuaresma
En seguida, el Espíritu lo empujó al desierto, donde estuvo cuarenta días y cuarenta noches. Allí fue tentado por Satanás, y moraba entre las fieras, y los ángeles le servían.
Mc 1, 12-15
Meditar sobre nuestra identidad
Iniciamos la Cuaresma , tiempo largo y denso de meditación en que la Iglesia nos propone ahondar sobre nuestra identidad cristiana en medio del mundo. Nos empuja al desierto, lugar de encuentro con Dios. Nos propone salir de nosotros mismos y dejarnos llevar por el Espíritu Santo. Sólo lo conseguiremos si sabemos detener el ritmo acelerado de nuestra vida. Entonces, en la soledad y en el silencio, descubriremos lo que Dios quiere para nosotros.
El texto de hoy nos sitúa a Jesús en el desierto. Se encuentra en un momento clave de su vida. Su proyección social es cada vez mayor, se está convirtiendo en un líder de masas. Dócil al Espíritu, se deja llevar al desierto y allí, durante cuarenta días con sus noches, va tomando conciencia de manera progresiva de su filiación con Dios. A solas con el Padre, reflexionará sobre su misión y su quehacer apostólico. Va a comenzar una dura batalla y necesita ese tiempo de retiro para planear su tarea misionera, unido íntimamente a él.
La tentación del poder religioso
Pero es justamente en ese lugar solitario de oración donde el diablo ve llegada su ocasión. En el texto sagrado leemos que Jesús se deja tentar por el diablo. Vamos a explicar qué significa esto.
Aunque tuviera una fe inquebrantable en el amor de Dios y una firme voluntad, Jesús era un hombre. Podía tener las tentaciones que puede llegar a tener hoy un líder religioso o una persona carismática. Le seguía mucha gente. Su talante atraía a muchísimas personas hacia Dios. Pero él jamás quiso rozar un ápice la libertad de quienes lo seguían. Para Jesús la libertad era sagrada. Su talante paciente, lleno de dulzura, era lo que atraía como un imán, generando una gran expectación a su alrededor. Jesús era muy consciente de su fuerza arrolladora y sabía que no dejaba a nadie indiferente. Tenía ese don, pero no quería aprovecharse de él para manipular a las masas. Su único deseo era conducirlas al Padre. El sí a Dios ha de ser claro, libre y sincero. La manipulación y la coacción son métodos diabólicos que emplean quienes quieren someter a las personas a su poder.
Jesús quiso desmarcarse de la sutil tentación del poder. Podía embaucar a la gente, podía deslumbrarla con sus prodigios y su predicación. La sutileza del diablo lo tienta con diversas formas de poder: religioso, político, económico. El poder es una tentación propia de las personas carismáticas. Son esas formas de poder que hoy también nos acechan: en la familia, en la empresa, en nuestro entorno… Es fácil sucumbir cuando uno tiene recursos en sus manos, especialmente cuando tiene personas bajo su tutela o cuando dispone de riquezas, autoridad o influencias.
Todo cristiano tiene una meta
Jesús se prueba a sí mismo con la ayuda del Espíritu y demuestra que se pueden superar las tentaciones. Su deseo es ser obediente y servir a Dios, respetando la libertad de las personas de su entorno. Una vez ha salido airoso de esta batalla por mantenerse fiel, firme y seguro, con más convencimiento que nunca, marcha a Galilea para empezar a proclamar la buena nueva. Ya está a punto: después de su bautismo en el Jordán y tras haber superado las tentaciones en el desierto, Jesús se siente arropado por el Padre para emprender, incansable, su misión. Esa misión que lo llevará, finalmente, a Jerusalén, hacia la Pascua y de regreso a su Padre, en el cielo.
Unido al Padre, inmediatamente se pone a predicar. Hoy, esta lectura nos urge a la conversión y a creer con firmeza en el evangelio. Es una buena manera de empezar la Cuaresma : mirar hacia Dios y hacer del evangelio vida de nuestra vida.
Esta es también la meta del cristiano: caminar hacia el Padre. Pero antes, aunque nos cueste, hemos de buscar horas para estar a solas con él. Ante el desafío de nuestra existencia, hemos de dejar a Dios que nos ayude a ir superando nuestras debilidades. En el silencio de nuestro retiro hemos de ir venciendo todas aquellas tentaciones que nos separan de Dios. Especialmente, el orgullo que tal vez nos hace sentirnos mejores que los demás y que nos empuja a manipular sutilmente las situaciones para sacar provecho. Hemos de limpiar nuestro corazón y apearnos de nuestras pequeñas ambiciones para poder entrar en el recinto sagrado de Dios. Así podremos comenzar, unidos a Cristo, nuestra tarea evangelizadora. Rescatados, perdonados y salvados, sólo nos queda, sin titubear, como Cristo, iniciar nuestro camino comenzando por un retiro hacia nuestro desierto interior. Desde allí, superadas las tentaciones, saldremos a nuestra Jerusalén, el mundo pagano. Podremos adentrarnos en el dolor causado por la incomprensión de muchos que nos rechazarán, pero seguiremos avanzando hacia la Iglesia, hacia la eucaristía y finalmente, hacia Cristo y el Padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario