“El día octavo vinieron a la circuncisión del niño, y le llamaban Zacarías, como su padre. Pero su madre, oponiéndose, dijo: No, se ha de llamar Juan (…)
Y cuantos lo oían se decían: ¿quién ha de ser este niño? Porque la mano de Dios está con él.”
Lc 1, 57-66.80
Un espejo para los cristianos
Coincidiendo con el solsticio de verano, la Iglesia celebra la fiesta del nacimiento de san Juan Bautista, una figura que nos permite ahondar en las características y la misión del cristiano.
Juan Bautista, el precursor, anunció la venida del Señor. Nosotros también estamos llamados a anunciar a Cristo, pero no el que ha de venir, sino el Cristo resucitado, ya presente en la historia de la humanidad.
Todos los cristianos somos misioneros: nuestra vida ha de ser espejo del testimonio de Juan Bautista. Detengámonos a reflexionar sobre ello. A veces vamos tan cansados y estresados que no tenemos tiempo ni de rezar. No podemos oír la llamada de Dios. Y Dios nos llama a todos. Como a Juan, nos llama a anunciar al Cristo vivo, aquí y ahora. Y nos da la fuerza del Espíritu Santo, que irrumpe en Pentecostés.
Incorporemos a nuestra vida el elemento anunciador. La Iglesia prepara a su pueblo para el gran acontecimiento de la Pascua. En la eucaristía, él ya está presente, vivo, entre nosotros.
Humildad para saber retirarse
Juan Bautista es humilde. Reconoce que hay alguien que está por encima de él y se aparta para dar paso a Jesús. Ni siquiera se siente digno para desatarle las sandalias, dice. Él no es la luz, ni la verdad, sino testimonio de la luz y la palabra de Dios. En cambio, nosotros a veces somos prepotentes y nos gusta acaparar la atención y el éxito.
La tarea educadora de los sacerdotes debe mostrarnos que el centro de nuestra vida es Cristo. Él es la Verdad y nosotros somos instrumentos a su servicio.
Los laicos también están llamados a la misión de anunciar y predicar. Ellos ayudan a los sacerdotes en la evangelización. También, como san Juan, saben retirarse a tiempo cuando conviene. Esta es una gran lección para los padres, educadores y sacerdotes: saber retirarse en el momento adecuado, para dejar que otros puedan crecer.
Señalar a Cristo sin temor
Juan Bautista ve llegar a Jesús y lo señala. He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. También nosotros hemos de señalar la gran Verdad, el gran Amor, el gran mensaje, que no es otro que Jesús de Nazaret, el que muere dando la vida por nosotros. También Juan da testimonio, con su vida, de la figura de Jesús.
En la Iglesia hay salvación; en Cristo se encuentra la felicidad. Señalemos a la gente que en Cristo y en la Iglesia está la Verdad , sin miedo, como lo hizo Juan.
Juan es decapitado injustamente, por una frivolidad y un capricho. Los cristianos también estamos llamados a la entrega sin límites, hasta asumir, si es necesario, el martirio.
La palabra creíble
La palabra, si no está acompañada de gestos y de acciones, no es creíble. La palabra tendrá credibilidad cuando esté apoyada por los actos, las virtudes y la coherencia de la propia vida. Los cristianos hemos de predicar con nuestra vida. Hemos de pasar del mutismo y del miedo al coraje y al testimonio, siempre cálido y dulce. No se trata de lanzar voces estridentes, sino de pronunciar palabras suaves y penetrantes.
La vocación fecunda nuestra vida
Juan es un regalo de la misericordia de Dios a Isabel, su madre. La historia de Juan guarda un gran paralelismo con la de Jesús, tal como narran los evangelios de la infancia. En ambas se da una anunciación y se pide un gesto de fe de sus padres; en ambas, los dos niños están predestinados por Dios desde el vientre de sus madres.
Muchas veces podemos sentirnos como Isabel, secos, estériles, vacíos. A pesar de sentirnos así, Dios puede obrar en nosotros el milagro de la fecundidad. Pese a nuestros límites, nuestros pecados, nuestras capacidades más o menos grandes, si abrimos el corazón, Dios lo convertirá en un jardín soleado y fértil.
Si nos abrimos y decimos sí, Él transformará nuestra vida. “Desde el vientre de tu madre te llamé”. Sí, todos estamos llamados. Esa experiencia de sentir la voz de Dios, ser conscientes de nuestra vocación, hará rica y fecunda nuestra vida.
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