2012-06-02

Santísima Trinidad

“Me ha sido dado pleno poder en el cielo y en la tierra; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo”. Mt 28, 16-20
Dios es comunidad
El misterio de la Trinidad nos revela las entrañas de Dios, lo más profundo de su corazón. Dios es una única naturaleza y tres personas. ¿Cómo entenderlo? La Iglesia ha hecho un gran esfuerzo para llegarlo a explicar.
Dios es Padre y Creador. Decide entrar en la historia de la humanidad a través de Jesús y en el devenir de la Iglesia a través del Espíritu Santo. “Nunca os dejaré solos”, dice Jesús. Y así es.
Hoy atravesamos épocas difíciles. Parece que, en Occidente, entramos en una era de enorme frialdad religiosa. La fiesta de la Trinidad nos recuerda que dentro de Dios hay una familia, una unidad inquebrantable. Son tres en uno, con la misión de santificar el mundo y hacer el Reino de Dios presente en la tierra.

Dios Padre

Dios Padre está muy lejos de esa imagen que algunas tendencias culturales han transmitido, de un Dios juez y fiscalizador. Dios no es autoritario ni coarta nuestra libertad, es un Dios amigo. Aún más, es un padre. De ahí que nosotros podamos dirigirnos a él como hijos. ¡Qué diferente es hablar a Dios como a un padre! Jesús lo llamaba Abbá, palabra cariñosa que significa, literalmente, papaíto. Dios ama tanto a sus hijos que les otorga completa libertad, sin condicionamiento alguno, permitiendo que, incluso, puedan volverse contra él y matar a su hijo. No desea una relación interesada ni mercantilista. No quiere amor a cambio de favores. Siempre estaremos en deuda con él, pues Dios es inmensamente generoso. Tan sólo hemos de reconocer su gratuidad. Nos regala el universo entero, el cielo estrellado, el canto de los pájaros, la luz de un amanecer o la belleza del ocaso, la sonrisa de los niños y la serena sabiduría de los ancianos… ¡Dios es bueno!

Dios Hijo

El Hijo tiene una sintonía especial su Padre. Por él, es capaz de sacrificarlo todo, incluso la vida. Trabaja para que todos conozcan su palabra: es un empresario del Reino de Dios en el mundo. El Hijo también es nuestro hermano y nos acompaña en nuestra trayectoria como creyentes. Jesús pasa por el mundo predicando el evangelio y haciendo el bien. Cura, perdona, obra milagros. No por hacer algo espectacular, sino para hacernos felices y devolvernos la paz. La intención de los milagros es siempre pedagógica o terapéutica, jamás busca la vanagloria.
En Jesús, como señala San Juan en su evangelio, vemos el rostro de Dios: “A Dios nadie lo vio jamás; su hijo unigénito es quien nos lo ha dado a conocer”. Este evangelio insiste constantemente en la íntima unidad entre el Padre y el Hijo, de manera que Jesús llega a proclamar que “el Padre y yo somos uno”. Esta hermosa relación de paternidad y filiación es la que nos confiere, a toda la humanidad, el don de ser hijos de Dios. Jesús es el puente, el camino más directo que nos lleva hacia el Padre.

El Espíritu Santo y una misión

El Espíritu Santo es un bellísimo don. Todos los bautizados lo recibimos y estamos llamados a cultivarlo y comunicarlo. Si este don explotara, el mundo entero cambiaría, de la misma manera que los primeros apóstoles, movidos por su soplo, cambiaron la historia. No podemos ignorar la potencia del amor de Dios.
“Id y bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, dice Jesús a los suyos. La Iglesia ha de seguir creciendo y haciendo realidad el reino de Dios en el mundo. Es necesario descubrir una dimensión divina y trascendente más allá de la realidad material. Como bautizados somos discípulos, apóstoles, co-responsables en la misión de hacer presente a Dios en el mundo.

Ser amigos de Dios

La fiesta de la Trinidad nos invita a ser amigos de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los cristianos deberíamos guardar una profunda devoción a la Santísima Trinidad. ¿Cómo cultivar esta amistad?
A Dios Padre le podemos rezar de muchas maneras. Ante la belleza de la creación, podemos elevar un canto de alabanza, una bendición, podemos hacer poesía, arte. Podemos disfrutar de un paseo junto al mar, al atardecer, o subir a una montaña… Dios paseaba con Adán a la caída de la tarde, por el paraíso.
Amar a Dios Hijo se traduce en obras de amor. La participación en la Eucaristía, no obligada, sino vivida como una invitación, es un gesto sublime de caridad. La misa tiene una profunda dimensión trinitaria. Nuestras liturgias comienzan “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Esta es nuestra realidad cristiana más genuina. En la eucaristía, Dios se nos hace vivo y se nos da como regalo en el Hijo, a través del pan y el vino.
Finalmente, ¿cómo ser amigos del Espíritu Santo? Dejándonos llenar por él. Somos templo, sagrario del amor vivo del Espíritu Santo. Albergándole en nuestro interior, nos convertimos en llamaradas que arden en amor hacia los demás e iluminan el mundo.

No hay comentarios: