Os lo aseguro: me
buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta
saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que
perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre… Este es el
trabajo que Dios quiere: que creáis en el que ha enviado…
Jn 6, 24-35
Una promesa de vida eterna
En su ejercicio de la palabra, Jesús interpela tan profundamente que no deja a nadie indiferente. Tiene la capacidad de llegar al corazón y las gentes lo buscan incansablemente porque necesitan luz en su vida.
No obstante, esa búsqueda
no siempre es limpia. Algunas personas quieren utilizarlo para conseguir sus fines.
Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, son muchos
los que lo persiguen para satisfacer sus necesidades materiales. En su
respuesta, exigente, Jesús desafía a quienes lo siguen y alude a otro tipo de
pan y a otras necesidades, de orden espiritual. El hombre no puede vivir sólo
de bienes materiales que perecen, sino del alimento que perdura. Con este
discurso, Jesús va definiendo el sentido último de su misión: el centro de su
tarea apostólica es dar la vida eterna.
La verdadera misión de la
Iglesia
En nuestro mundo de hoy surgen muchas iniciativas sociales y solidarias, a cargo de instituciones filantrópicas que se ponen al servicio de los más necesitados. Aunque es necesario responder con responsabilidad a los diversos problemas sociales, la misión de
Erradicar el hambre y la
pobreza son imperativos éticos de toda sociedad y de los gobernantes. Es tarea
de todos luchar contra la miseria y el dolor. La Iglesia también lo hace a
través de sus instituciones caritativas. Pero nunca hemos de olvidar el sentido
último de su misión: anunciar a Cristo e interpelar el corazón humano para que
se aventure a vivir su vida centrada en el amor al prójimo. En definitiva, se
trata de ocuparnos de las cosas de Dios. Y el deseo de Dios, según Jesús, es
que creamos en la persona de Cristo como su enviado.
¿Qué significa esto? Dios
quiere que trabajemos en todo aquello que nos ayude a conocerlo y amarlo mejor.
Y lo podemos hacer si todo cuanto decimos y hacemos gira en torno a su persona.
Se trata de situar a Dios en el centro de la familia , del trabajo, del ocio, de todo
cuanto llena nuestra vida. Para ello, es necesario dedicar tiempo a la oración,
a la formación y a la celebración. Además, materializamos nuestra fe ejerciendo
la caridad hacia los demás.
Cristo, nuestro alimento
Desde la lógica humana es comprensible que uno pida signos para creer. Jesús hace referencia al pasaje del Éxodo en el que Moisés da de comer a su pueblo en el desierto y responde muy bien a aquellos que lo buscan. No es Moisés, sino su Padre, a través de él, quien alimenta a su gente. El pan de Dios no procede de este mundo, sino del cielo. También está haciendo una alusión a sí mismo: él es el pan bajado del cielo.
A partir de ahí todo cuanto hagamos quedará transformado por este inmenso amor gratuito que hemos recibido y que, del mismo modo, podremos dar gratuitamente a los demás. Como Moisés, como Jesús, somos instrumento para que el amor de Dios alimente a aquellos que más lo necesitan.
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