2016-01-22

El gozo en el Señor es vuestra fortaleza

NeNehe

3r domingo ordinario - C

Nehemías 8, 2-10
Salmo 18
1 Corintios 12, 12-30
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Hoy podemos comparar la primera lectura de Nehemías y el evangelio de Lucas. En la primera, los sacerdotes leen la ley de Dios ante el pueblo, reunido tras un largo exilio. En la segunda, Jesús va a la sinagoga de Nazaret y lee unos versos del profeta Isaías, que prometen salvación y liberación al pueblo. ¿Cómo reacciona el pueblo de Israel en la primera lectura? Se emociona, llora, se conmueve. Y los sacerdotes invitan a no llorar, sino alegrarse. La ley de Dios es buena y alegra el corazón, como dice el salmo de hoy, y Dios quiere que su pueblo sea feliz y lo celebre. Los levitas dicen a la gente: bebed vino dulce, comed, dad comida a quien no tiene… «No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».

Y ¿qué dice Jesús al terminar su lectura? ¡Hoy se cumplen estas palabras que habéis oído! Los ciegos ven, los cautivos son liberados, la buena nueva es anunciada a los pobres… Dios es un Dios de paz y de fiesta, no de duelo y lágrimas. Dios es Señor de misericordia, ternura y bondad, no de severidad y castigo. Dios quiere que su pueblo amado viva en plenitud.

Podemos extraer dos enseñanzas de las lecturas de hoy: Dios ama la alegría y la vida. En este año de la Misericordia haremos bien de buscar ese rostro tierno y sonriente de Dios, que nos mira con dulzura y quiere regalarnos todo su amor. Pero esta experiencia no se vive en solitario. Ambas lecturas hablan de un pueblo, una familia humana. La plenitud se vive en comunidad, compartiendo con los demás la gratitud y el gozo de estar vivos.

San Pablo en su carta a los corintios explica con una comparación bellísima lo que es la Iglesia: un cuerpo, el cuerpo de Cristo. Cada persona es distinta, como los diferentes miembros del cuerpo, pero todos somos necesarios. Hay diversidad pero una misma dignidad: nadie es más importante que otros. Si un miembro sufre, sufren todos: el dolor de algunos afecta a los demás, estamos llamados a ser solidarios. Cuando una comunidad es realmente un cuerpo, está unida y resiste todos los embates y crisis, y además crece y da frutos. ¿Somos de verdad un cuerpo? ¿Creemos que somos infinitamente amados por Dios, que nos ha creado y salvado? Si lo vivimos así, con gratitud compartida,  el gozo del Señor será en verdad nuestra fortaleza.

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