2016-03-18

Muere un hombre justo


Domingo de Ramos - Pasión del Señor

Isaías 50, 4-7
Salmo 22
Filipenses 2, 6-11
Lucas 22, 14-23, 56

En la Pasión de Jesús los evangelistas se detienen: abandonan su parquedad para ahondar con detalles en las últimas horas de la vida de Jesús antes de su muerte. ¡Podemos extraer tanta riqueza meditando estas lecturas! En la Pasión según san Lucas, que leemos hoy, vemos a muchos personajes alrededor de Jesús. Los que le condenan, los que se compadecen, el gentío del pueblo que le rodea, sin comprender nada, las mujeres que lo siguen de lejos. También notamos una ausencia hiriente: la de sus amigos, sus discípulos, que tan fieles parecían y ahora le han abandonado.

¿Es posible condenar a Dios? ¿Se puede enviar a la muerte al que es autor de la vida? Los gobernantes del pueblo no saben cómo quitarse de en medio a Jesús. Se lo pasan de unos a otros, como un objeto molesto del que hay que librarse: del Sanedrín a Herodes, de Herodes a Pilato, de Pilato, otra vez, a los sacerdotes… Sacan toda clase de acusaciones para justificar su muerte. Es un peligro para el pueblo, dicen. Es una amenaza para su poder. Y saben, por sus milagros y por la autoridad con que predica, que Jesús es un profeta… o quizás más que un profeta. Le tienen miedo. En el fondo, ¡Dios les molesta! Tan endurecido tienen el corazón, que aún clavado en la cruz son capaces de retarle citando las sagradas escrituras. ¿Dónde está tu Dios, que te ha abandonado?

¿Quiénes acompañan a Jesús en esas horas de terrible soledad, mientras es sometido a la burla, a la tortura y a la humillación del reo condenado a muerte? Las buenas mujeres, que lo siguen con discreción. No pueden hacer nada… ¡pero están ahí! El Cireneo, que le ayuda de mala gana. Las hijas de Jerusalén, que lloran de lástima ante su dolor. Un ladrón, ¡el único que, en medio de las mofas, sabe ver en él al Hijo de Dios! Y el centurión romano, que se aparta de la indiferencia de sus legionarios y queda conmovido por la manera en que muere aquel inocente. Las marginadas, un labrador, un delincuente, un odiado militar extranjero: estos son los que, más allá de su condición, tienen el corazón limpio y abierto. Son los primeros que reciben, sin saberlo, la buena noticia de un Dios sorprendente. Un Dios tan humano, tan apasionado por sus criaturas, que es capaz de morir a sus manos. Solo un Dios que es amor puede dejarse matar por sus propios hijos. Por eso la cruz es mucho más que un instrumento de muerte: es la puerta de otra Vida, una vida inmensa y bella como no acertamos a imaginar. En la cruz muere más que un hombre justo. En la cruz empieza a nacer el hombre nuevo que es Cristo y que todos estamos llamados a ser.

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