2016-03-11

No mires atrás, nace algo nuevo

5º Domingo de Cuaresma - C

Isaías 46, 16-21
Salmo 125
Filipenses 3, 8-14
Juan 8, 1-11


Las tres lecturas de hoy nos invitan a dejar atrás todo lo que nos ata, nos esclaviza o nos hunde en el abismo para dejar nacer algo nuevo.

El profeta Isaías habla al pueblo de Israel exiliado con palabras llenas de esperanza. Lo invita a dejar atrás la nostalgia por lo que ha perdido. Dios puede hacer que el desierto florezca, sacando frutos del yermo. Así, de las cenizas de nuestro dolor y fracaso, siempre puede surgir vida, porque el Señor de la vida nunca nos abandona. ¿Confiamos en Dios? No nos desesperemos nunca, porque él puede regenerarnos: «Mirad que hago algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» Dios no desea nuestra ruina, su gloria es que vivamos en plenitud y podamos cantarle agradecidos.

Pablo, el hombre renovado tras su encuentro con Jesús, también se ha desprendido de un gran lastre del pasado. La esclavitud de la ley, la tiranía del afán perfeccionista y la fuerza de voluntad han dado paso al amor gratuito de Dios, vertido en Cristo. De ahí nace la confianza y la fe. Sus méritos propios y su esfuerzo nada valen al lado de la amistad con Cristo. Él es su amor, su tesoro, su triunfo. Lo demás es nada, «basura». Pablo ha aprendido a pasar del merecimiento al amor; de la lucha por ganar a la gratuidad del recibir.  

¿Cómo mejor se puede ilustrar la bondad de Dios que con el episodio del evangelio? Una mujer adúltera, acusada ante Jesús, es utilizada como una trampa. Si él acepta que la condenen, cumple la ley pero falla a su bondad; si la perdona, está rompiendo con la ley de Moisés. ¿Qué hará? Jesús es más inteligente que los acusadores. No romperá con la ley, la llevará hasta su extremo. ¿Queréis lapidarla? El que esté libre de pecado, el que sea justo y puro, que lance la primera piedra. Con esto, Jesús les recuerda que solo Dios tiene la potestad de juzgar y condenar… Los fariseos y letrados se retiran, confusos y abrumados. Jesús los ha dejado en evidencia. ¿Quién es perfecto para juzgar sino Dios? Pero Dios, por encima de todo, es misericordioso y clemente. No desea la muerte de sus criaturas, ni su castigo, sino su redención. No quiere destruirnos, sino recuperarnos. No se ensaña con los enfermos y los cautivos del mal, sino que los rescata. Así lo hace Jesús. Ante la mujer que se ha quedado sola, no la condena. Tampoco niega su pecado. Pero le abre una puerta hacia la sanación de su alma y la rehabilitación de su vida: «Vete y no peques más». Con estas palabras de paz y liberación Jesús está abriendo un sendero de luz en el corazón herido de aquella mujer, utilizada por los hombres. Está haciendo que en su desierto interior, tal vez lleno de zarzas, brote algo nuevo. Así es Dios: antes que juez, es padre cariñoso y salvador.

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