2017-06-16

Pan de harina, pan de cielo

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Deuteronomio 8, 2-3. 14-16.
Salmo 147.
1 Corintios 10, 16-17.
Juan 6, 51-58.


El pan es un alimento básico y es símbolo, también, de aquello que necesitamos para vivir. Pan equivale a vida, a sustento. La Biblia nos presenta el pan como un regalo de Dios para nutrir a su criatura humana. En el desierto, Israel pudo sobrevivir gracias al maná. Con ese alimento Dios mostró al pueblo que cuidaba de ellos: no dejó que perecieran de hambre.

Pero el libro del Deuteronomio tiene una frase que después recogerá Jesús: No sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. ¿Qué significa esto? La persona humana no es sólo cuerpo físico. Tenemos un alma, y así como el cuerpo necesita pan, el alma necesita otros alimentos para vivir y crecer. Ese alimento es todo lo que sale de la boca de Dios. Es comida su aliento, su palabra, su ley, pero sobre todo su amor, que nos hace vivir y nos sostiene en la existencia.

Jesús se presenta a sí mismo como pan del hombre. Pocos lo entienden, ¿cómo se puede comprender que lo comamos a él? ¿Cómo va este a darnos de comer su carne?, se preguntan los judíos. Los primeros cristianos, vistos desde afuera, eran tachados de caníbales y sus prácticas religiosas, aberrantes. ¿Cómo entender el sacramento de la eucaristía, que es fundamento de nuestra fe? Más aún, ¿cómo entender que en ese pedacito de pan está Cristo, entero, y que está presente en todas las formas consagradas, de manera que todos lo podamos tomar?

Es un misterio enorme, pero no menos grande que el misterio de nuestra existencia y la del universo. Sólo puede interpretarse con una clave: el amor paternal y maternal de Dios. Sólo el amor puede descifrar esas palabras enigmáticas, que de tanto oírlas ya no nos impresionan, y deberían dejar una huella profunda en nosotros. ¡Comemos a Cristo! ¡Estamos comiendo a Dios! Dios está dentro de nosotros, corriendo por nuestras venas, asimilándose bajo nuestra piel. Estamos llenos, empapados, penetrados de Dios. ¿Cómo podemos quedarnos igual, después de tomarlo? ¿Cómo podemos salir de misa fríos o indiferentes, o tal como entramos? Dios está en nosotros. Su presencia nos une unos a otros, es el pan de la comunión, como afirma san Pablo. Si ya se hizo pequeño al encarnarse, ¡cuánto más se ha humillado haciéndose pan, materia inerte, harina molida y cocinada para ser nuestro alimento! Y lo ha hecho para dar de comer a nuestra alma, para que nuestra vida espiritual no agonice ni perezca de hambre. Tanto como el pan físico necesitamos el pan del cielo. Y ¿qué mejor pan que el mismo Dios? Es hermoso y heroico ver a las personas que aman, entregándose a los demás. Jesús lo hace en grado sumo: se entrega a sí mismo de manera que todos lo podamos tomar porque quiere alimentarnos, fortalecernos y darnos su vida a todos. Hoy, en la fiesta del Corpus Christi, tenemos sobrados motivos para sentirnos inmensamente felices, inmensamente amados.

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