2024-07-05

Nadie es profeta en su tierra

 14º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 6, 1-6

En su periplo por Galilea, Jesús llega a su pueblo, Nazaret. Los evangelios hablan de su lugar natal, allí donde nació y vivía su familia. María y sus hermanos: Santiago, José, Judas y Simón, y algunas hermanas. Jesús, como todo ser humano, no apareció solitario en el mundo; además de sus padres terrenales, tenía una familia como todos.

Y sucede que justamente allí, donde lo conocen desde niño, donde viven sus parientes, donde parece que Jesús debía ser acogido con afecto y reconocimiento, es donde peor lo tratan. Las gentes oyen a Jesús enseñando en la sinagoga y empiezan a murmurar. Casi podemos oír sus comentarios. Es lo que se suele decir cuando alguien a quien hemos conocido de toda la vida de pronto empieza a destacar y a hablar y a obrar de manera poderosa, llamando la atención. ¿De dónde saca eso? ¿A qué viene tanto saber, tanta fuerza, tanto prodigio? Pero, ¿no es el que hemos conocido siempre? Nuestro vecino, nuestro hermano, nuestro primo… ¿Es que ahora se cree diferente? ¿A qué viene todo eso?

La proximidad, que a menudo se hermana con la mediocridad, es enemiga de la excelencia y del brillo que sobresale. A veces es la propia familia la que quiere detener a alguien que “se sale de sus carriles”. Destacar no es bueno. ¿De qué va? ¿Qué tiene que enseñarnos ese?

Jesús admite, con realismo, que nadie es profeta a su tierra. Un dicho triste pero cierto. De modo que no pierde el tiempo. Impone las manos a algunos enfermos que lo piden y se va a los pueblos de los alrededores. Eso sí, dice el evangelista, se asombra de su falta de fe. Seguramente con tristeza.

Si alguien cree que la vida de Jesús fue un rosario de éxitos, episodios como este nos enseñan que no fue así. Jesús afrontó el rechazo y la incomprensión desde el principio. Sí, hubo quienes creyeron y se beneficiaron de su poder sanador. El texto original del evangelio, más que de “milagros”, habla de dynamis, obras poderosas.  Pero allí donde no hay fe, ni la más poderosa de las obras puede abrir un corazón cerrado. El evangelista quiere subrayar la importancia de tener una actitud abierta ante el evangelio. Quien no lo reciba, no verá cosas grandes en su vida, como esos aldeanos de Nazaret que se escandalizaron de Jesús. Pero quien abra el corazón recibirá mucho más que palabras: recibirá el agua de vida que Jesús reparte a manos llenas a quien la quiera y la pida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo salí de mi ciudad cuando recibí mi titulo de profesional, porque no tuve apoyo y para la Gloria de Dios afuera me fue muy bien,que cierto es es ese dicho