16º Domingo Ordinario B
Evangelio: Marcos 6, 30-34
«Misioneros del sosiego»: esto aconsejaba un sabio sacerdote a los jóvenes que hacían ejercicios espirituales con él. Debéis convertiros en misioneros del sosiego. Un evangelizador no sólo ha de trabajar mucho: también ha de transmitir paz, serenidad, calma. Ha de esparcir quietud y consuelo a su alrededor, como el mismo Jesús, que invitó a sus seguidores a buscar en él alivio para sus cargas.
El evangelio de este domingo es continuación del que leímos
la semana pasada. Veíamos a los Doce partir en misión, ligeros de equipaje, a anunciar
el reino de Dios, expulsar demonios y sanar. Ahora regresan de su periplo por
las aldeas, ligeros de corazón, pero cargados de experiencias y aprendizaje.
También están llenos de alegría, y quizás incluso de orgullo, porque su primera
misión ha sido un éxito. Tanto, que la gente los sigue por todas partes y no
los dejan tranquilos ni para comer.
Jesús nos da una lección para prevenir el activismo y el
estrés, dos males del mundo moderno. Su tarea no es menos importante que la
nuestra, ¡es la más esencial! Pero invita a los suyos a descansar. En la vida
no todo es trabajo, ni relaciones sociales, ni comunicación. Es necesario descansar,
retirarse e ir a un «lugar desierto». Es necesario sumergirse en la soledad
para poder llenarse de Dios. Las auténticas palabras, llenas de verdad y vida, surgen
del silencio.
También es necesario un espacio de privacidad para los amigos más íntimos, la familia o los seres queridos. Son aquellas personas con las que podemos descansar; el espacio privado no es estar en medio del mundo, también comporta un retiro.
Pero, nos relata el evangelista, las gentes los persiguen. Ellos
van a un lugar solitario en barca, pero los siguen por tierra y, al
desembarcar, Jesús se encuentra con la muchedumbre. Entonces puede más su
compasión: se conmueve al ver a la gente, «como ovejas sin pastor», y se pone a
enseñarles.
Nuestra humanidad, hoy, se parece mucho a esta multitud sin
pastor. Somos un rebaño perdido, que ha rechazado ser pastoreado y ahora está
sometido, arrastrado por poderes que ni siquiera conoce ni comprende. Más que
un rebaño, a veces nos parecemos a aquella piara que se precipita hacia el mar.
Nos roban el tiempo, vivimos acelerados, nos falta tiempo para comer con calma,
reposar y hacer silencio. No tenemos tiempo ni para pensar. Todo lo que nos
distrae, nos invade y nos llena de mil ruidos (¡alerta a nuestros móviles y
pantallas!) nos está robando el alma y la vida misma.
Jesús nos llama. «Venid a un lugar desierto a descansar.»
Nos llama al templo, a la capilla, a la habitación cerrada la puerta, a ese
lugar desierto donde recobramos el aliento, donde ganamos nuestra libertad y
volvemos a ser quien somos. El «desierto» es allí donde resuena la palabra
verdadera, allí donde nos encontramos con nosotros mismos y con Dios. Escuchemos
a Jesús. Él se compadece de nuestras prisas, de nuestras cargas y de nuestra
desorientación. Nos llama a su lado y nos enseña con calma. Dios nunca tiene prisa.
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