Tercer Domingo de Adviento - ciclo A
En Juan descubrimos el rostro concreto de tantos hombres y mujeres que, en
nuestra sociedad, siguen sufriendo por mantenerse fieles a la verdad y a la
justicia. El Evangelio nos invita hoy a preguntarnos: ¿qué precio estoy
dispuesto a pagar por mi libertad interior?
«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven,
los cojos andan, los pobres son evangelizados» (Mt 11,4-5).
Juan Bautista, que había señalado a Jesús como «el Cordero de Dios», ahora duda. No por falta de fe, sino porque la realidad parece contradecir la promesa. Desde la cárcel pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
La libertad tiene un precio: el de mantenerse fiel incluso cuando no vemos
resultados inmediatos. Y Juan lo está pagando. Su mensaje incomodaba al poder y
su coherencia se convirtió en una amenaza.
Jesús no responde con teorías ni discursos apologéticos. Responde con hechos: vidas transformadas, heridas que empiezan a cerrarse, pobres que vuelven a sentirse humanos. Jesús muestra que el Reino ya está germinando, aunque Juan no pueda verlo.
Aquí hay un mensaje profundo para nuestra vida: a veces, el camino de la
libertad pasa por túneles de oscuridad. Ser fieles a la conciencia, denunciar
injusticias, acompañar a los vulnerables… todo eso tiene consecuencias. Pero
Jesús nos recuerda que la libertad que vale la pena no consiste en hacer «lo
que quiero», sino en vivir «como debo».
Isaías refuerza esta esperanza: llegará un día en que «los
cojos saltarán como ciervos» y «habrá una vía sacra» por la que caminarán los
rescatados. La Biblia siempre vincula libertad con camino: libertad para
avanzar, para levantarse, para no vivir arrodillado ante ningún ídolo, ni
político, ni económico, ni espiritual.
Y Santiago, con su insistencia en la paciencia, nos recuerda
que la libertad cristiana no es un arrebato, sino una perseverancia. «Tened
paciencia, porque la venida del Señor está cerca»: no quiere decir que falte
poco tiempo, sino que Él no se ha desentendido, no nos ha dejado solos en
nuestra lucha.
En nuestra vida
¿Qué cárceles interiores nos mantienen inmóviles? El
miedo al qué dirán, la dependencia de la aprobación, la comodidad que nos
impide alzar la voz… El Adviento es una invitación a romper barrotes.
¿A quién incomoda hoy la verdad? La libertad
cristiana implica denunciar con valentía las medidas injustas, los recortes que
golpean siempre a los mismos, las estructuras que descartan a los débiles.
Callar para no tener problemas también es una forma de prisión.
¿Qué signos del Reino podemos ofrecer nosotros? Una
palabra que levanta, un tiempo regalado a quien está solo, una defensa del que
no tiene voz. Son gestos pequeños, pero son lo que Jesús usa para responderle
al mundo.
¿Qué precio estoy dispuesto a pagar por ser libre?
Sin compromiso, la libertad se reduce a un eslogan. Con fidelidad, se convierte
en camino.
Que este domingo de la alegría no tape el dolor de quienes viven encarcelados —por fuera o por dentro—, sino que los abrace. Juan, desde su celda, nos enseña que la alegría cristiana no nace de las circunstancias, sino de saber quién es Jesús. Y Jesús, hoy, sigue liberando.

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