2025-12-12

🕊 Cuando la libertad se convierte en testimonio

Tercer Domingo de Adviento - ciclo A

Isaías 35, 1-10
Salmo 145
Santiago 5, 7-10
Mateo 11, 2-11


El Adviento avanza y, en este III Domingo —el domingo de la alegría—, las lecturas nos presentan un contraste sorprendente: mientras Isaías anuncia una creación que florece y un pueblo que camina libre por un camino nuevo, Juan Bautista está encerrado en una prisión oscura. ¿Cómo encajar esa alegría cuando el mensajero del Reino está pagando tan cara su fidelidad? ¿Cómo sostener la esperanza cuando la libertad parece una promesa lejana?

En Juan descubrimos el rostro concreto de tantos hombres y mujeres que, en nuestra sociedad, siguen sufriendo por mantenerse fieles a la verdad y a la justicia. El Evangelio nos invita hoy a preguntarnos: ¿qué precio estoy dispuesto a pagar por mi libertad interior?

«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los pobres son evangelizados» (Mt 11,4-5).

Juan Bautista, que había señalado a Jesús como «el Cordero de Dios», ahora duda. No por falta de fe, sino porque la realidad parece contradecir la promesa. Desde la cárcel pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

La libertad tiene un precio: el de mantenerse fiel incluso cuando no vemos resultados inmediatos. Y Juan lo está pagando. Su mensaje incomodaba al poder y su coherencia se convirtió en una amenaza.

Jesús no responde con teorías ni discursos apologéticos. Responde con hechos: vidas transformadas, heridas que empiezan a cerrarse, pobres que vuelven a sentirse humanos. Jesús muestra que el Reino ya está germinando, aunque Juan no pueda verlo.

Aquí hay un mensaje profundo para nuestra vida: a veces, el camino de la libertad pasa por túneles de oscuridad. Ser fieles a la conciencia, denunciar injusticias, acompañar a los vulnerables… todo eso tiene consecuencias. Pero Jesús nos recuerda que la libertad que vale la pena no consiste en hacer «lo que quiero», sino en vivir «como debo».

Isaías refuerza esta esperanza: llegará un día en que «los cojos saltarán como ciervos» y «habrá una vía sacra» por la que caminarán los rescatados. La Biblia siempre vincula libertad con camino: libertad para avanzar, para levantarse, para no vivir arrodillado ante ningún ídolo, ni político, ni económico, ni espiritual.

Y Santiago, con su insistencia en la paciencia, nos recuerda que la libertad cristiana no es un arrebato, sino una perseverancia. «Tened paciencia, porque la venida del Señor está cerca»: no quiere decir que falte poco tiempo, sino que Él no se ha desentendido, no nos ha dejado solos en nuestra lucha.

En nuestra vida

¿Qué cárceles interiores nos mantienen inmóviles? El miedo al qué dirán, la dependencia de la aprobación, la comodidad que nos impide alzar la voz… El Adviento es una invitación a romper barrotes.

¿A quién incomoda hoy la verdad? La libertad cristiana implica denunciar con valentía las medidas injustas, los recortes que golpean siempre a los mismos, las estructuras que descartan a los débiles. Callar para no tener problemas también es una forma de prisión.

¿Qué signos del Reino podemos ofrecer nosotros? Una palabra que levanta, un tiempo regalado a quien está solo, una defensa del que no tiene voz. Son gestos pequeños, pero son lo que Jesús usa para responderle al mundo.

¿Qué precio estoy dispuesto a pagar por ser libre? Sin compromiso, la libertad se reduce a un eslogan. Con fidelidad, se convierte en camino.

Que este domingo de la alegría no tape el dolor de quienes viven encarcelados —por fuera o por dentro—, sino que los abrace. Juan, desde su celda, nos enseña que la alegría cristiana no nace de las circunstancias, sino de saber quién es Jesús. Y Jesús, hoy, sigue liberando. 

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