2006-08-15

Mi espíritu se alegra en Dios

En medio del verano, la liturgia nos convoca a celebrar esta hermosa fiesta, con una larga y rica tradición. Es la fiesta de Santa María.

María es el modelo de mujer de fe, con el corazón totalmente abierto a Dios. En su hogar creó un espacio de diálogo e intimidad con Dios. Y Dios llegó a encarnarse en Cristo porque María creyó y dijo sí. Asumir la maternidad de Dios era volcar toda su vida en él. Por eso decimos que "está llena de gracia", llena de Dios.

La mujer solícita, imagen de la Iglesia

Esta plenitud interior la empuja a ejercer la caridad, el amor fraterno. María corre, aprisa, para atender a quienes la necesitan. Así es como viaja para ver a su prima Isabel y la cuida durante unos meses, hasta que da a luz. Ese talante de cuidadora, de saber ocuparse de los suyos, entraña una forma de ser de la Iglesia.

La Iglesia es mujer, es feminidad. A través de María es posible la encarnación del Hijo de Dios. Pero también es ella quien aglutina a los apóstoles. Está presente en Pentecostés, asistiendo y apoyando el nacimiento de la Iglesia. María es la que jamás pierde la esperanza en el resucitado.

La promesa de Dios

El encuentro gozoso entre María e Isabel es un hermoso momento. ¡Qué importante es la amistad! En María se cumple la plenitud de lo que Dios sueña para la mujer. Ella es santuario, casa de su hijo. Como madre de Jesús, María es también madre de la Iglesia y de todos cuantos seguimos a Jesús. Así, nos convertimos en hijos de Dios, en hermanos de Jesús y también en hijos de la Madre. María es origen de la maternidad de la Iglesia.

"Dichosa tú, porque has creído", dice Isabel. El fundamento de nuestro ser cristiano, de nuestro gozo, de nuestra fidelidad, es haber creído y puesto nuestra vida en manos de Dios. Dichosa tú, porque todas las promesas de Dios se cumplirán en ti.

El canto de loanza

Ante el reconocimiento alborozado de Isabel, que ensalza la plenitud de Dios en María, llega la respuesta de ella. María entona el Magníficat, con la fuerza de un alma que siente la grandeza del Señor. Su espíritu se regocija y se alegra. María se siente salvada y esto la convertirá en co-salvadora.

"Dios ha mirado la sencillez de su sierva". Es así: la humildad, la apertura de corazón, es importante para que la semilla de Dios crezca.

La palabra "esclava" o "sierva" no debe entenderse en su sentido literal. María no es esclava de nadie, ¡y mucho menos de Dios! Dios no esclaviza. Sus palabras significan que se siente suya, entregada del todo a él. Cuando dos personas se aman, se libran el uno al otro. No pierden su identidad ni su libertad, sino que ganan en crecimiento y en proyección personal y humana: "Ha hecho en mí maravillas".

María está muy cercana a Dios y a la Trinidad. No podemos hablar de cristianismo pleno sin incorporar a María en el centro de la vida cristiana, junto a Jesús.

Feminizar y cristianizar las fiestas

Esta celebración nos invita también a introducir en la cultura de la fiesta el elemento del cuidado. Las fiestas no tendrían por qué ser ocasiones para el derroche o para los excesos dañinos. Rescatemos su sentido cristiano. La auténtica fiesta es una eucaristía, un acto de gratitud, un espacio de encuentro gozoso entre las personas que se aman.

Introduzcamos elementos femeninos en nuestras celebraciones: la estética, el cuidado, la limpieza, una comunicación bella y profunda. Los festejos no tienen por qué ser simple evasión o despilfarro sin medida. Feminizar las fiestas también supone impregnarlas de sencillez y alegría.

La fiesta de hoy, en clave cristiana, celebra el gozo pleno del sí de Dios a María. Es el gozo de toda mujer, de todo cristiano, que se abre al amor de Dios.

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