Un momento de plenitud
La transfiguración de Jesús en el monte Tabor fue un acontecimiento crucial en la vida de Pedro, Santiago y Juan, aquellos tres discípulos más cercanos a Jesús. Su maestro les abre el corazón totalmente y se les revela como Hijo de Dios. Es un momento de intensa emoción y calidez espiritual. La experiencia mística los asombra y los aturde. La presencia gloriosa de Dios se manifiesta a través de Jesús (es un momento de teofanía). En esos instantes, Dios habla: Este es mi hijo amado, escuchadlo.
Pedro, deslumbrado, reacciona en seguida. Quiere eternizar el momento: hagamos tres tiendas... Cuando nos encontramos en una situación de plenitud, queremos alargar la experiencia. Es hermoso y natural.
Pero Jesús lo hace volver a la realidad y, a continuación, anuncia a sus discípulos su muerte inminente. Es muy consciente de su misión y de las consecuencias que le acarreará ser consecuente hasta el final. El Tabor es un preludio de la gloria, pero ese instante no ahorrará el sufrimiento a Jesús.
Finalmente, Jesús pide a sus amigos discreción. Las experiencias íntimas y místicas deben conservarse en el corazón, sin descubrirlas imprudentemente, sin precipitar los acontecimientos. Llegará el momento adecuado en que serán reveladas.
El Tabor, cerca de lo cotidiano
El episodio del Tabor se reproduce cada vez que sabemos escuchar, reconocer y vivir a Dios en nuestra vida. Pero la prisa y el ajetreo diario nos dificultan detenernos, estar tranquilos y descubrir la presencia de Dios. Por ello es necesario retirarse, de vez en cuando, y encontrar espacios de calma, quietud y silencio.
Hoy, Jesús se hace presente cada día en nuestra vida. Cada vez que participamos en la eucaristía, cada vez que se produce una comunión profunda, a través de la Iglesia y los sacramentos, Dios se nos manifiesta continuamente.
Creer en Dios no és sólo hablar o creer, sino adherirse a él y encarnarlo en lo cotidiano. Dios se nos muestra de mil maneras. Abramos el corazón a su intimidad. Retirémonos a la montaña (la liturgia es un Tabor) y escuchémosle.
Tú eres mi hijo amado
¿Qué nos dice Dios? Este es mi hijo amado... Todos somos hijos amados y predilectos de Dios. Saberlo eleva nuestra autoestima y nuestra espiritualidad. Sentirnos hijos amados de Dios es el primer paso en nuestra labor evangelizadora, como parte de la Iglesia. Jesús desveló lo que tenía en su interior. Dios mismo habitaba en él. En el Tabor se dio la apertura de su experiencia íntima de amor de Dios. Si no sentimos ese amor, difícilmente podremos sentirnos cristianos.
Cómo escuchar a Dios
Escuchar es mucho más que oír. Es abrir el corazón, la mente, los sentimientos, para dejar que Dios entre de lleno en nuestra vida. Sólo si escuchamos podremos digerir y metabolizar aquello que viene de Dios.
¿Cómo escuchar a Dios? Hay muchas maneras.
Una es ocupar un tiempo para estar con él, cultivando su amistad y el diálogo con Dios. Esta intimidad enriquece la vida entera.
Otra forma es leer a Dios en los signos de los tiempos, como decía Juan XXIII. Dios nos habla a través de nuestra realidad cultural y social. Pero no escucharemos su mensaje si no sabemos contemplar, con quietud y serenidad, ni podremos entender su lenguaje. El lenguaje de Dios va mucho más allá del lenguaje verbal. Está formado por signos, por hechos, por convergencias.
Otra manera de escuchar a Dios es a través de los demás. Parafraseando a San Juan, podríamos decir: ¿Escuchas a Dios, al que no ves, y no escuchas al prójimo, al que ves? ¡Hipócrita!
Dios se sirve de otros muchos canales para expresarse. La Iglesia es uno de los más importantes. En ella se da la plenitud de la salvación. Canaliza directamente su voluntad: hacer crecer el reino de Dios en el mundo. Para ello necesitamos vivir experiencias de Tabor, de celebración compartida, de comunión intensa, de fraternidad y de caridad.
Cada liturgia, cada domingo celebrado, es un Tabor. En esta teofanía (manifestación de Dios) se nos revela la Trinidad. Dios Padre nos exhorta a escuchar a su Hijo, el amado, el predilecto. Y esta exhortación se extiende de Jesús a la Iglesia. Por ello es tan importante escuchar cuanto dicen el Papa y nuestros pastores. La Iglesia es mucho más que el Vaticano. Es comunión, es presencia de Dios, es Iglesia militante: somos todos nosotros. Es un torrente permanente de riqueza espiritual. Escuchemos bien, pues escuchando encontraremos sentido pleno a nuestra vida cristiana, nuestra vida de amados hijos de Dios.
La transfiguración de Jesús en el monte Tabor fue un acontecimiento crucial en la vida de Pedro, Santiago y Juan, aquellos tres discípulos más cercanos a Jesús. Su maestro les abre el corazón totalmente y se les revela como Hijo de Dios. Es un momento de intensa emoción y calidez espiritual. La experiencia mística los asombra y los aturde. La presencia gloriosa de Dios se manifiesta a través de Jesús (es un momento de teofanía). En esos instantes, Dios habla: Este es mi hijo amado, escuchadlo.
Pedro, deslumbrado, reacciona en seguida. Quiere eternizar el momento: hagamos tres tiendas... Cuando nos encontramos en una situación de plenitud, queremos alargar la experiencia. Es hermoso y natural.
Pero Jesús lo hace volver a la realidad y, a continuación, anuncia a sus discípulos su muerte inminente. Es muy consciente de su misión y de las consecuencias que le acarreará ser consecuente hasta el final. El Tabor es un preludio de la gloria, pero ese instante no ahorrará el sufrimiento a Jesús.
Finalmente, Jesús pide a sus amigos discreción. Las experiencias íntimas y místicas deben conservarse en el corazón, sin descubrirlas imprudentemente, sin precipitar los acontecimientos. Llegará el momento adecuado en que serán reveladas.
El Tabor, cerca de lo cotidiano
El episodio del Tabor se reproduce cada vez que sabemos escuchar, reconocer y vivir a Dios en nuestra vida. Pero la prisa y el ajetreo diario nos dificultan detenernos, estar tranquilos y descubrir la presencia de Dios. Por ello es necesario retirarse, de vez en cuando, y encontrar espacios de calma, quietud y silencio.
Hoy, Jesús se hace presente cada día en nuestra vida. Cada vez que participamos en la eucaristía, cada vez que se produce una comunión profunda, a través de la Iglesia y los sacramentos, Dios se nos manifiesta continuamente.
Creer en Dios no és sólo hablar o creer, sino adherirse a él y encarnarlo en lo cotidiano. Dios se nos muestra de mil maneras. Abramos el corazón a su intimidad. Retirémonos a la montaña (la liturgia es un Tabor) y escuchémosle.
Tú eres mi hijo amado
¿Qué nos dice Dios? Este es mi hijo amado... Todos somos hijos amados y predilectos de Dios. Saberlo eleva nuestra autoestima y nuestra espiritualidad. Sentirnos hijos amados de Dios es el primer paso en nuestra labor evangelizadora, como parte de la Iglesia. Jesús desveló lo que tenía en su interior. Dios mismo habitaba en él. En el Tabor se dio la apertura de su experiencia íntima de amor de Dios. Si no sentimos ese amor, difícilmente podremos sentirnos cristianos.
Cómo escuchar a Dios
Escuchar es mucho más que oír. Es abrir el corazón, la mente, los sentimientos, para dejar que Dios entre de lleno en nuestra vida. Sólo si escuchamos podremos digerir y metabolizar aquello que viene de Dios.
¿Cómo escuchar a Dios? Hay muchas maneras.
Una es ocupar un tiempo para estar con él, cultivando su amistad y el diálogo con Dios. Esta intimidad enriquece la vida entera.
Otra forma es leer a Dios en los signos de los tiempos, como decía Juan XXIII. Dios nos habla a través de nuestra realidad cultural y social. Pero no escucharemos su mensaje si no sabemos contemplar, con quietud y serenidad, ni podremos entender su lenguaje. El lenguaje de Dios va mucho más allá del lenguaje verbal. Está formado por signos, por hechos, por convergencias.
Otra manera de escuchar a Dios es a través de los demás. Parafraseando a San Juan, podríamos decir: ¿Escuchas a Dios, al que no ves, y no escuchas al prójimo, al que ves? ¡Hipócrita!
Dios se sirve de otros muchos canales para expresarse. La Iglesia es uno de los más importantes. En ella se da la plenitud de la salvación. Canaliza directamente su voluntad: hacer crecer el reino de Dios en el mundo. Para ello necesitamos vivir experiencias de Tabor, de celebración compartida, de comunión intensa, de fraternidad y de caridad.
Cada liturgia, cada domingo celebrado, es un Tabor. En esta teofanía (manifestación de Dios) se nos revela la Trinidad. Dios Padre nos exhorta a escuchar a su Hijo, el amado, el predilecto. Y esta exhortación se extiende de Jesús a la Iglesia. Por ello es tan importante escuchar cuanto dicen el Papa y nuestros pastores. La Iglesia es mucho más que el Vaticano. Es comunión, es presencia de Dios, es Iglesia militante: somos todos nosotros. Es un torrente permanente de riqueza espiritual. Escuchemos bien, pues escuchando encontraremos sentido pleno a nuestra vida cristiana, nuestra vida de amados hijos de Dios.