2007-02-11

Las bienaventuranzas

Un tiempo de retiro necesario

Antes de hacer algo importante, vemos cómo Jesús siempre se aparta un tiempo a solas para orar y meditar. Después de elegir a los Doce, sube al monte, donde permanece horas en soledad antes de descender para continuar su misión. Los cristianos, a ejemplo suyo, deberíamos hacer lo mismo. Antes de los momentos cruciales de nuestra vida, un tiempo de retiro y reflexión nos puede ayudar a dar los pasos más acertados.

De la montaña mística, Jesús baja a la realidad pastoral en medio del mundo. Entonces, levantando los ojos, se dirige a sus discípulos, que aguardan en medio de la multitud. Jesús no sólo comunica con la voz. Es un hombre que mira al frente y transmite un mensaje con la mirada. Sus ojos son interpeladores, llegan al alma de quien lo contempla. Esta vez, Jesús se dirige a sus apóstoles. Lo que va a decir, aunque sea ante todo el pueblo, está especialmente destinado a los suyos.

Dichosos los pobres de espíritu

Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Jesús nos exhorta a ser humildes y a reconocer que la máxima riqueza es la experiencia de Dios en nuestra vida. La pobreza evangélica se entiende como desprendimiento, entrega, generosidad. Jesús bendice en sus seguidores estas actitudes.

Dios no bendice la pobreza como carencia física y social. Dios bendice al pobre que sufre por ello. Con sus palabras, Jesús nos expresa que Dios está al lado de los pobres. Pero las bienaventuranzas no son un mero consuelo, una promesa de una recompensa en el más allá por los sufrimientos que se viven en la tierra.

Jesús no habla en clave sociológica ni política, sino espiritual. El pobre de espíritu es la persona sencilla, humilde, que no cae en la soberbia ni se endiosa. Reconoce su pequeñez y sus límites con realismo. Esta bienaventuranza también debe entenderse en su contexto. Jesús habla a sus discípulos, que un día serán pastores y guiarán a otras personas, y les advierte que no sean orgullosos ni se otorguen un poder espiritual sobre las gentes. Jesús es el primer pobre: siempre insiste en que sus palabras son las del Padre, que le envía; recuerda a sus seguidores que no llamen a nadie bueno, ni a nadie maestro, sino a Dios, y se llama a sí mismo servidor de Dios. San Pablo, más tarde, dirá que no es él, sino Cristo, quien vive en él, y avisará con energía a aquellos que colocan en un pedestal a los pastores olvidando que, finalmente, todos son enviados de Dios. Esta bienaventuranza es una llamada a la humildad espiritual y a la renuncia a todo poder e influencia sobre las almas.

Dichosos los que pasan hambre

Dichosos los que padecen hambre y sed de justicia, porque un día serán saciados. No podemos ser indiferentes ni dejar de ocuparnos del hambre física, que azota a tantas personas. Pero el gran hambre del mundo es el hambre de Dios. Como cristianos, hechos a imagen de Dios, necesitamos alimentarnos de aquel que nos ha creado. Quedamos saciados ya aquí, cuando nos nutrimos del pan de la eucaristía y de la palabra. La comunión y la palabra de Dios son nuestro alimento. Si abrimos nuestro corazón a la vida de Dios, seremos saciados ya en esta vida sobre la tierra.

Los que estamos saciados hemos de procurar que otros puedan comer, tanto del pan material, necesario para vivir, como del pan espiritual.

Dichosos los que lloran

Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Consuelo no significa simple conmiseración ni complacencia en el dolor. Dios es inmensamente misericordioso. Las lágrimas del hombre son las lágrimas de Dios. Él sufre con el hombre que llora.

Seguir a Dios requiere de un estiramiento espiritual, de una exigencia, que tal vez nos hará llorar. El crecimiento espiritual también implica un sufrimiento, un dolor como el del parto, que acaba en gozo. Dios no se complace en el dolor, pero se apiada del que llora y está a su lado.

Con estas palabras, Jesús también avisa a sus discípulos que sufrirán por su causa. El seguimiento de Jesús les comportará dolor e incomprensión.

Dichosos cuando os persigan por mi causa

Bienaventurados cuando seáis perseguidos, calumniados y rechazados por causa mía. Hoy, nadie es perseguido por su fe, pero sí puede ser socialmente rechazado. Ciertas ideologías y tendencias políticas persiguen de forma sutil e intelectual la fe. Las arenas del circo son hoy los medios de comunicación. Y este combate es cruel: hay quienes desean destruir la dimensión religiosa del hombre, debilitando la fe con ideologías y doctrinas que ofrecen pseudo cielos.

A los discípulos, Jesús les recuerda que la fe a menudo pasa por el martirio. Y así será. La mayoría de ellos morirán por seguir a Jesús y difundir el evangelio.

Ser bienaventuranza para los demás

Con las bienaventuranzas, Jesús está señalando cuatro grandes causas de dolor en el mundo: la pobreza, el hambre, la tristeza y la persecución por rechazo. Estos cuatro grandes males, causados por el hombre, tienen su solución. Los remedios están en nuestras manos. La pobreza puede ser combatida con generosidad. Ante el hambre y la sed, física, emocional y espiritual, podemos saciar a los demás con caudales de amor; la tristeza es vencida con alegría; la persecución y el rechazo se contrarrestan ofreciendo ayuda y amistad.

Cada uno de nosotros puede ser bienaventuranza para los demás: podemos ser el pan del pobre, el pañuelo para los que lloran, la compañía cálida para el que sufre. Podemos dar serenidad a los perseguidos, brindándoles aliento, infundiéndoles coraje, recordándoles que no están solos y que Dios está de su parte. En Dios está el consuelo, el gozo, el alivio y la paz. Cada cristiano está llamado a ser vaso del agua divina que apaga la sed del mundo, necesitado y ávido de Dios.

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