2007-02-18

Un tratado del amor cristiano

Más allá de la ética y el humanismo

Jesús se dirige a los suyos, a aquellos que de verdad y sinceramente lo escuchan. Con un tono exigente, dice a sus discípulos: Amad a vuestros enemigos. Jesús va nucleando lo que es esencial de su mensaje, especialmente dirigido a sus apóstoles.

Jesús establece los límites del amor por debajo. Tratar a los demás como queremos que ellos nos traten es un amor que roza los mínimos. Corresponde a la ética y al civismo más elementales. Pero es también el principio del amor cristiano: el amor humano.

Con contundencia, afirma de nuevo: Amad a los enemigos. Del amor filantrópico y los gestos de solidaridad hemos de pasar al amor de caridad, del ágape, porque si no, nos quedamos en un mero humanismo. Hemos de pasar al humanismo cristiano.

Amar al enemigo

Amar a los enemigos es la prueba para medir la autenticidad del amor cristiano. Jesús nos da unas pistas para definir lo que es específico de este amor. Bendecid a los que os maldigan. Es decir, no tengáis en cuenta los maltratos verbales y amad con dulzura y comprensión a quienes nos atacan. Rezad por aquellos que quieren dañar vuestra dignidad y vuestra buena fama, aquellos que os injurian, por celos o maldad; rezad por aquellos que quieren manchar vuestro nombre.

A quien te pegue, preséntale la otra mejilla. El perdón es consustancial al amor. Jesús está llevando hasta el extremo la definición del amor y cómo ha de ser la actitud radical del cristiano: asumir con paz todas las agresiones.

El perdón, consustancial al amor

Amad a los enemigos. Esta es una característica esencial del amor cristiano. Es la forma de amar de Jesús, un amor sin límites, sin barreras, un amor trascendental, que supone no tener al agresor como enemigo, sino como alguien receptor de perdón.

Llegar a considerar al enemigo como a un amigo pide una gran conversión personal. Si no podemos convertir al otro en amigo, al menos podemos respetarlo y perdonarlo. Para una víctima, es tremendamente costoso llegar a perdonar a su agresor. Pero el coste de su odio es mucho mayor aún que el del perdón. Cuando la víctima es capaz de perdonar a quien la dañó podrá ganar la paz interior y, tal vez un día, ese enemigo podrá llegar a ser su amigo o, al menos, dejará de ser motivo de odio y amenaza.

La justicia ante los crímenes y las ofensas cometidas es necesaria, pero no suficiente para cerrar heridas. El perdón es necesario para completar la justicia, es lo único que puede sanar a las personas rotas por el dolor.

El amor tampoco juzga. Jesús nos enseña a ser indulgentes con los límites de los demás.

Doctores en amor

Podemos saber mucho sobre doctrina y religión. Muchas personas son doctas en teología. Pero Jesús nos llama a ser doctores en amor. Y esto pasa por el sacrificio y la cruz. No basta con tener una gran formación; hemos de trascender del conocimiento para hacerlo realidad, vida en nosotros. Estamos llamados a pasar de la teología al Cristocentrismo: hacer de Cristo el centro de nuestra vida. De la teoría hemos de pasar a la praxis del amor cristiano.

El amor es generoso

Otra característica del amor cristiano es la donación generosa sin esperar nada a cambio. Dar tiempo, nuestro conocimiento, ayuda, dulzura, e incluso algo de nosotros, de nuestros bienes materiales, si fuera preciso. Propios del amor son la bondad y la compasión; sufrir con el que sufre y acompañarlo en su dolor. También lo es la humildad, nadie está totalmente en posesión de la verdad.

El amor implica cuidar, mimar, tratar bien al otro. Demostrar cuidado hacia aquellos que amamos es muestra de nuestra generosidad. El amor no ha de ser frío y distante, sino cálido y cercano. Cuidar es una forma de amar.

El amor de Dios no tiene límites, es generoso, rebosante, nos colma y plenifica. Así ha de ser el amor de los cristianos.

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