En el comienzo de la Semana Santa, la lectura de la pasión nos sitúa ante la muerte de Jesucristo. Su meditación nos recuerda que Jesús sigue muriendo, hoy. Hoy sigue habiendo pasión en el mundo, especialmente en la vida de todos aquellos que sufren. Jesús muere en los niños abandonados, maltratados, hambrientos de amor. Muere en los adolescentes sin norte, en los jóvenes sin futuro. Muere en los adultos que deben recomenzar de nuevo, porque han perdido el trabajo, o han sufrido un contratiempo en sus vidas. Muere en los ancianos solos y abandonados...
¿Quién no se apiada ante la imagen de Cristo en la cruz? ¿Quién es capaz de no compadecerse ante una persona que sufre? No conmoverse ante el rostro del dolor es vivir de lado de los que padecen, indiferentes a su dolor. No conmoverse ante la pasión es cerrar el corazón y hundirse en la vaciedad.
En este mundo que rinde culto a la ciencia y a la tecnología, donde parece que lo tenemos todo, nos falta, sin embargo, algo muy profundo. El mundo está vacío. Sufre de una enorme falta de esperanza. El dinero, el bienestar y la ciencia no acaban de llenar el anhelo humano. Necesita mirar las cosas desde arriba para poder dar sentido a su existir.
Aceptar el dolor con paz
Jesús en la cruz es la máxima expresión del amor de Dios y de su entrega. Por amor, libremente, Jesús asume su muerte tan injusta. Esa libertad conlleva una aceptación serena y pacífica del dolor. La pasión de Jesús contiene una enseñanza pedagógica: la aceptación del sufrimiento. Jesús no muere en medio de la desesperación, su agonía no es rebelde ni agresiva. Se deja llevar, abraza su muerte y abraza el dolor. Se abandona en manos del Padre.
Cuando miramos al Crucificado, su rostro sangrante nos está enseñando cómo asumir el dolor cuando éste nos sobreviene.
La cruz, señal de un nuevo comienzo
La cruz es la sombra de un amanecer. La muerte de Jesús presagia la vida nueva de Cristo. En la muerte hay latente la semilla de la resurrección. En la Semana Santa, los cristianos no hemos retener solamente la imagen plástica del dolor, sino el contenido teológico de la muerte de Jesús. No podemos permanecer en la tragedia del viernes santo. Este día ha de servir para reflexionar sobre el misterio del dolor en el mundo y sobre el sentido último de la muerte. ¡Hay tantas personas que sufren injustamente en el mundo! Los cristianos no podemos recrearnos en la muerte, en una espiritualidad triste y desesperada. La muerte de Jesús no es un final trágico.
El Calvario marca el inicio de una nueva experiencia. Cristo, trascendiendo el dolor y la muerte, comienza una nueva singladura. El cristiano también ha de recorrer un catecumenado largo e intenso durante su vida hasta alcanzar la madurez en la fe, en la esperanza y en la caridad. Ha de morir al hombre viejo para renacer al hombre nuevo. Esta es la auténtica muerte. Expiramos con Cristo en la cruz para poder renacer a una nueva vida de Dios.
Acompañar a Jesús
En la fiesta de Ramos, los cristianos acompañamos a Jesús en procesión. Así como los suyos lo seguían en su entrada triunfante en Jerusalén, hoy también nosotros lo seguimos agitando ramos y palmones.
Jesús entra en Jerusalén como rey sencillo y pobre. No lo hace a lomos de un caballo, como un conquistador, sino a lomos de un borrico, humilde y pacífico. Y la multitud canta de alegría cuando lo ve.
En esta Semana Santa, a través de las procesiones y celebraciones, los cristianos acompañaremos a Jesús. Estas fiestas no deben reducirse a rituales repetitivos, abstractos, meramente estéticos, pero vacíos. Tenemos que interioriar su contenido.
La procesión simboliza el seguimiento a Jesús. En los apóstoles se da un doble seguimiento. Está el seguimiento físico, es decir, caminar con él, por toda Palestina, viviendo con él, compartiendo con él las experiencias de cada día. Y hay otro seguimiento interior, el proceso personal que va desde la llamada hasta la adhesión, a medida que los discípulos descubren el misterio de Dios en la persona de Jesús.
Los cristianos también estamos llamados a vivir este seguimiento interior. Vivamos la Semana Santa como una gran interpelación. En ella seguiremos los momentos cumbre de la vida de Jesús. Que cada cuadro plástico, cada paso procesional, cada lectura, nos lleve a revivir los acontecimientos de la Pasión con hondura.
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