El trabajo que da fruto
Después de su resurrección, Jesús se aparece a sus amigos en diferentes ocasiones. En cada uno de estos encuentros va alentando sus corazones. Esta vez se les aparece junto al mar de Galilea, aquel lago tan conocido por los apóstoles. Se les aparece, no como el Jesús histórico que un día los llamó y los impulsó a seguirle, sino como el Cristo resucitado que los llama de nuevo a una vida plena de Dios. Los llama a seguirle como resucitados, no como catecúmenos sino como apóstoles maduros para continuar su obra salvadora. Es hermoso ver cómo se les aparece en el contexto de su trabajo. Han pasado toda la noche trajinando, sin pescar nada. Al llegar Jesús, tiran las redes a su derecha y consiguen una pesca tan abundante que apenas cabe en las barcas.
Jesús se nos hace presente en el trabajo de cada día. ¡Cuántas veces nos desesperamos cuando trabajamos con ilusión y no cosechamos el fruto deseado! Entonces nos desanimamos. Así, hoy vemos poca gente en las iglesias. Los estudios sociológicos y nuestra propia experiencia nos muestran que la fe disminuye y nos invade el desánimo. Trabajamos mucho y con empeño, pero no siempre recogemos los frutos que querríamos recoger. Entonces es cuando debemos plantearnos seriamente: ¿Para quién trabajo? ¿Tiene lo que estoy haciendo un sentido trascendente? ¿Trabajo por amor a Dios? ¿Me entrego a mi tarea pastoral para incentivar y motivar a la gente a seguir a Dios?
Jesús nos invita a trabajar de otra manera. Echad la red hacia otro lado. Nos dice: replantead vuestro trabajo apostólico, vuestra fe, vuestra ilusión, vuestro entusiasmo... Revisad todo cuanto estáis haciendo porque, quizás, si tomáis un rumbo diferente, podéis conseguir más fruto.
Los apóstoles se fiaron de Jesús y pudieron pescar. Trabajando por Jesús, con Jesús y en Jesús, nuestro trabajo apostólico será fecundo. Por mucho que hagamos, si no tenemos la conciencia plena de que lo hacemos por Cristo, con Él y en Él, nos cansaremos ante el poco éxito de nuestros esfuerzos. Cuando somos capaces de hacerlo con Él y por Él, Jesús hace el milagro. Por tanto, nunca desesperemos. Mantengamos siempre viva la esperanza.
La pesca milagrosa alude a la firme esperanza de que con Cristo lo podemos todo, incluso más allá de lo imaginable. La barca casi se hunde por el peso de la pesca. Cristo puede transformar nuestro egoísmo en una ofrenda permanente y constante.
Saber celebrar
Después del encuentro junto al mar, Jesús invita a almorzar a sus amigos. Son importantes la fe y la esperanza, pero también la caridad. Después de nuestro trabajo apostólico, ilusionado y esperanzado, necesitamos alimentarnos de Cristo, viviendo y celebrando en fiesta la comunión con él. Si no es así, difícilmente nuestra misión pastoral tendrá éxito. Ese es el momento de dejarse llevar y de fiarse.
Las palabras de Juan, el joven discípulo, son hermosas. Cuando Juan reconoce a Jesús en la playa, exclama: ¡Es el Señor! ¡Es el Señor! Tenemos que saber ver a Dios en los acontecimientos cotidianos de nuestra vida. El Señor nos busca, nos sale al encuentro; reconozcamos que está presente en nuestra vida. Si lo reconocemos, seguirá obrando el milagro de una pesca abundante.
Seguir al Cristo de la Alegría
Después de este encuentro y de este almuerzo de evocación eucarística, Jesús se dirige a Pedro. Le dice: Cuando eras joven ibas donde querías, pero cuando seas mayor, cuando realmente conozcas a Cristo y descubras lo que es el amor a Dios, vas a tener que hacer cosas que no quieras. Y se refiere a su entrega, que le llevará a dar la vida por Jesús. Nuestra adhesión a Cristo implica entrega y también pasión.
Esperanza, eucaristía, entrega, pasión y luego... ¡sígueme! De nuevo Jesús llama a Pedro para que le siga. Pero ahora ya no debe seguirle como a un hombre corriente, sino como a Cristo viviente y resucitado. Nosotros, cristianos de hoy, ¿a quién seguimos? ¿Seguimos al Jesús de la pasión que muere el viernes santo, o estamos siguiendo al Cristo vivo aquí y ahora? Tal vez aún vivimos el romanticismo de la religiosidad piadosa, que reza al Cristo de la cruz. El Cristo de la resurrección vive la plenitud de Dios, que está en Él. Estamos llamados a seguir al Cristo de la alegría, de la resurrección, del gozo. Este es el Cristo que vive y sigue presente aquí entre nosotros. No seguimos a un hombre bueno, ni nos limitamos a leer una historia bonita de un libro. Estamos siguiendo a Jesús resucitado. Hemos seguido a Cristo hasta la cruz para dar nuestra vida, pero también seguimos a Cristo en la gloria.
Este es el nuevo enfoque que ha de tomar la pastoral. Nuestro Cristo vive. Si no nos lo creemos estaremos convirtiendo nuestra fe en un mero espectáculo. Él sigue presente en nuestros corazones, en la Iglesia, en los sacramentos. Si lo creemos de verdad, estaremos casi participando de su vida divina. Ya hemos comenzado a resucitar con Él. El bautismo y la eucaristía nos resucitan.
Así lo sintieron los apóstoles. Llenos de Dios, corrieron a comunicar a su gente y a todo el pueblo que Cristo había resucitado. Hoy, Cristo se nos aparece en la eucaristía. Sigue presente a través del pan. Cristo sigue siendo historia a través de nosotros. Por lo tanto, ¿qué hemos de hacer? Llenarnos de Él, empaparnos, comer de Él y ofrecer lo que llevamos dentro: nuestra fe profunda, el amar por encima de los defectos y de los límites, ser capaces de perdonar, de reconciliarnos... Somos portadores de la auténtica Buena Noticia: Dios está vivo, aquí y ahora.
Después de su resurrección, Jesús se aparece a sus amigos en diferentes ocasiones. En cada uno de estos encuentros va alentando sus corazones. Esta vez se les aparece junto al mar de Galilea, aquel lago tan conocido por los apóstoles. Se les aparece, no como el Jesús histórico que un día los llamó y los impulsó a seguirle, sino como el Cristo resucitado que los llama de nuevo a una vida plena de Dios. Los llama a seguirle como resucitados, no como catecúmenos sino como apóstoles maduros para continuar su obra salvadora. Es hermoso ver cómo se les aparece en el contexto de su trabajo. Han pasado toda la noche trajinando, sin pescar nada. Al llegar Jesús, tiran las redes a su derecha y consiguen una pesca tan abundante que apenas cabe en las barcas.
Jesús se nos hace presente en el trabajo de cada día. ¡Cuántas veces nos desesperamos cuando trabajamos con ilusión y no cosechamos el fruto deseado! Entonces nos desanimamos. Así, hoy vemos poca gente en las iglesias. Los estudios sociológicos y nuestra propia experiencia nos muestran que la fe disminuye y nos invade el desánimo. Trabajamos mucho y con empeño, pero no siempre recogemos los frutos que querríamos recoger. Entonces es cuando debemos plantearnos seriamente: ¿Para quién trabajo? ¿Tiene lo que estoy haciendo un sentido trascendente? ¿Trabajo por amor a Dios? ¿Me entrego a mi tarea pastoral para incentivar y motivar a la gente a seguir a Dios?
Jesús nos invita a trabajar de otra manera. Echad la red hacia otro lado. Nos dice: replantead vuestro trabajo apostólico, vuestra fe, vuestra ilusión, vuestro entusiasmo... Revisad todo cuanto estáis haciendo porque, quizás, si tomáis un rumbo diferente, podéis conseguir más fruto.
Los apóstoles se fiaron de Jesús y pudieron pescar. Trabajando por Jesús, con Jesús y en Jesús, nuestro trabajo apostólico será fecundo. Por mucho que hagamos, si no tenemos la conciencia plena de que lo hacemos por Cristo, con Él y en Él, nos cansaremos ante el poco éxito de nuestros esfuerzos. Cuando somos capaces de hacerlo con Él y por Él, Jesús hace el milagro. Por tanto, nunca desesperemos. Mantengamos siempre viva la esperanza.
La pesca milagrosa alude a la firme esperanza de que con Cristo lo podemos todo, incluso más allá de lo imaginable. La barca casi se hunde por el peso de la pesca. Cristo puede transformar nuestro egoísmo en una ofrenda permanente y constante.
Saber celebrar
Después del encuentro junto al mar, Jesús invita a almorzar a sus amigos. Son importantes la fe y la esperanza, pero también la caridad. Después de nuestro trabajo apostólico, ilusionado y esperanzado, necesitamos alimentarnos de Cristo, viviendo y celebrando en fiesta la comunión con él. Si no es así, difícilmente nuestra misión pastoral tendrá éxito. Ese es el momento de dejarse llevar y de fiarse.
Las palabras de Juan, el joven discípulo, son hermosas. Cuando Juan reconoce a Jesús en la playa, exclama: ¡Es el Señor! ¡Es el Señor! Tenemos que saber ver a Dios en los acontecimientos cotidianos de nuestra vida. El Señor nos busca, nos sale al encuentro; reconozcamos que está presente en nuestra vida. Si lo reconocemos, seguirá obrando el milagro de una pesca abundante.
Seguir al Cristo de la Alegría
Después de este encuentro y de este almuerzo de evocación eucarística, Jesús se dirige a Pedro. Le dice: Cuando eras joven ibas donde querías, pero cuando seas mayor, cuando realmente conozcas a Cristo y descubras lo que es el amor a Dios, vas a tener que hacer cosas que no quieras. Y se refiere a su entrega, que le llevará a dar la vida por Jesús. Nuestra adhesión a Cristo implica entrega y también pasión.
Esperanza, eucaristía, entrega, pasión y luego... ¡sígueme! De nuevo Jesús llama a Pedro para que le siga. Pero ahora ya no debe seguirle como a un hombre corriente, sino como a Cristo viviente y resucitado. Nosotros, cristianos de hoy, ¿a quién seguimos? ¿Seguimos al Jesús de la pasión que muere el viernes santo, o estamos siguiendo al Cristo vivo aquí y ahora? Tal vez aún vivimos el romanticismo de la religiosidad piadosa, que reza al Cristo de la cruz. El Cristo de la resurrección vive la plenitud de Dios, que está en Él. Estamos llamados a seguir al Cristo de la alegría, de la resurrección, del gozo. Este es el Cristo que vive y sigue presente aquí entre nosotros. No seguimos a un hombre bueno, ni nos limitamos a leer una historia bonita de un libro. Estamos siguiendo a Jesús resucitado. Hemos seguido a Cristo hasta la cruz para dar nuestra vida, pero también seguimos a Cristo en la gloria.
Este es el nuevo enfoque que ha de tomar la pastoral. Nuestro Cristo vive. Si no nos lo creemos estaremos convirtiendo nuestra fe en un mero espectáculo. Él sigue presente en nuestros corazones, en la Iglesia, en los sacramentos. Si lo creemos de verdad, estaremos casi participando de su vida divina. Ya hemos comenzado a resucitar con Él. El bautismo y la eucaristía nos resucitan.
Así lo sintieron los apóstoles. Llenos de Dios, corrieron a comunicar a su gente y a todo el pueblo que Cristo había resucitado. Hoy, Cristo se nos aparece en la eucaristía. Sigue presente a través del pan. Cristo sigue siendo historia a través de nosotros. Por lo tanto, ¿qué hemos de hacer? Llenarnos de Él, empaparnos, comer de Él y ofrecer lo que llevamos dentro: nuestra fe profunda, el amar por encima de los defectos y de los límites, ser capaces de perdonar, de reconciliarnos... Somos portadores de la auténtica Buena Noticia: Dios está vivo, aquí y ahora.
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