2008-01-13

El bautismo de Cristo

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciendo: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”.
Mt 3, 13-17

Consciente de ser Hijo de Dios

Cerramos el ciclo de Navidad con el Bautismo de Cristo, otra de las manifestaciones de Dios hecho hombre. Este momento marca el inicio del ministerio público de Jesús, siendo él plenamente consciente de su filiación con el Padre.

Los evangelios no relatan apenas nada de la infancia y la adolescencia de Jesús. Durante sus primeros treinta años de vida, vivió como un hebreo más, pero posiblemente fue un hombre con grandes inquietudes intelectuales, culturales y sociales. Algunos exegetas piensan que quizás viajó y conoció culturas diversas. Finalmente, llegada su adultez, Jesús decide no quedarse en Nazaret, con su familia, e iniciar su empresa evangelizadora.

El bautismo es el momento en que toma conciencia plena de su filiación divina y comprende que ha de empezar su misión. Ya se siente preparado y se lanza a iniciar un itinerario que no será fácil, en absoluto. Sufrirá un fuerte rechazo por parte de los poderes religiosos de su tiempo y por algunas fuerzas políticas.

Llamado a revelar el corazón de Dios

Jesús no puede emprender su tarea apostólica sin una profunda convicción y coherencia con aquello que cree. Predica la buena nueva, la noticia del Dios amor. En la lectura de Isaías, cuando se habla del elegido del Señor, se define muy bien su labor ministerial: curar a los enfermos, devolver la vista a los ciegos, liberar de las tinieblas a los que viven en mazmorras. Este es el trabajo de Jesús: revelar un sentido totalmente nuevo de la vida a partir de la experiencia íntima que tiene con Dios. Tras el bautismo, ya está preparado para la gran batalla: empezar, con todas sus fuerzas, a descubrir las entrañas del corazón de Dios. Un Dios que para Jesús es un Dios Padre, un Dios cercano, que se aproxima a la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo; un Dios que desea que el hombre encuentre el sentido de su existencia.

La misión de los cristianos

¿Qué consecuencias podemos sacar del episodio del bautismo en el Jordán? Haciendo un salto analógico a la realidad que vivimos los creyentes del siglo XXI, en esta era digital, de la cultura tecnológica, los cristianos deberíamos ser muy conscientes de que también estamos aquí para culminar una misión. Estamos de paso hacia una realidad hermosísima que nos ultrapasa. Una primera consecuencia que podemos derivar de este evangelio es la experiencia de sentirnos hijos de Dios. Jesús vivió esa sintonía en plenitud: la escena del Jordán nos revela la relación paterno-filial entre Jesús como Hijo y Dios como Padre. Por tanto, la pregunta que cabe hacerse es: ¿Nos sentimos hijos de Dios?, ¿nos sentimos hijos del Padre? Desde nuestra condición de bautizados y confirmados, que participamos asiduamente en la eucaristía, ¿sentimos una comunión especial con Aquel que siempre nos amó, desde el momento en que nos formó?

Una segunda pregunta que debiéramos hacernos es esta: ¿reconocemos a Dios como nuestro Padre? Y una tercera: ¿nos abrimos en nuestra experiencia cristiana al soplo del Espíritu Santo que reposa sobre Jesús y también sobre nosotros, como cristianos?

Jesús es la persona adulta que lleva a cabo el cometido de la redención del mundo. ¿Somos conscientes de nuestra misión apostólica?

Alcanzar la madurez cristiana

Este evangelio es una llamada a redescubrir nuestra identidad cristiana, y reforzar nuestra unión profunda con Cristo. Siendo la liturgia importante, así como la oración, es fundamental el compromiso de salir afuera y testimoniar, anunciar, encarnar, ese deseo de Dios para nuestras vidas. Si nos quedamos aquí, en nuestras comunidades y parroquias, estamos muy bien, pero es como si los hijos nunca salieran de sus casas. Llega el momento en que los hijos han de crecer, madurar y salir de sus hogares para proyectarse, profesional, laboral e intelectualmente. Por tanto, también llega un momento en que los cristianos hemos de salir de nuestros orígenes familiares y culturales para convertirnos en cristianos adultos. Los niños reciben formación en la catequesis, pero los adultos hemos de dar un paso más allá.

Ya no somos niños, adolescentes o personas pusilánimes, temerosas… ¿de qué? Los adultos se atreven, son valientes, responsables, maduros; asumen responsabilidades. Nosotros, como bautizados y cristianos, estamos llamados a tomar parte de ese gran trabajo misionero de la Iglesia. El evangelio que hemos leído refleja la toma de conciencia de Jesús de que ha de comenzar su vida pública. No puede quedarse en casa. Hoy vemos que muchos jóvenes, con treinta años cumplidos, aún viven en sus hogares paternos. Entendemos que no es sencillo para ellos independizarse, dadas las dificultades y el encarecimiento de las cosas, pero en la vida hay que arriesgarse. Y aún más si es por Dios.

Hemos decidido configurar nuestra existencia en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Hemos decidido que él sea la referencia de nuestra vida. Llenos de Dios, estamos llamados a contribuir, como Iglesia, al gran cometido de la expansión de la noticia del Reino de los Cielos.

Los cristianos en el mundo

Además de alimentarnos con la eucaristía y la formación, hemos de ser conscientes de nuestra misión como cristianos en medio del mundo. Es verdad que el mundo no ayuda. En nuestra sociedad, lo vemos en los medios de comunicación y nos alertan los sociólogos, se da una progresiva frialdad y lejanía de los valores cristianos. Justamente por esto se hace más que nunca necesario recordar nuestras raíces cristianas, vivirlas y tomar una decisión.

En su encíclica Spe Salvi, “Salvados por la Esperanza”, Benedicto XVI nos recuerda esta misión. Los cristianos hemos de convertirnos en referentes de esperanza para un mundo totalmente caído. ¿Qué hacemos? Estamos aquí porque hemos decidido que Cristo invada nuestra vida. A partir de ahora, nos llama a ser co-partícipes de la redención. Todos estamos llamados a salvar las almas. La gente está perdida, desorientada, confunde los dioses. Es muy necesario hacer una tarea pedagógica, instructiva, aclaratoria, sobre lo que significa ser cristiano y lo que conlleva esta actitud.

Finalmente, podemos sentimos inseguros, o quizás dudamos de nuestras capacidades. Tal vez nos alegramos de sentirnos salvados, pero tememos ir más allá. ¿Qué podemos transmitir? La respuesta, sin embargo, es rotunda. ¿Por qué colaborar con Cristo en su tarea misionera? Porque también somos hijos amados de Dios. El Espíritu Santo también ha descendido sobre nosotros. Siempre que bautizo a un niño, pienso: “aquí tenemos a otro hijo amado de Dios”, otro niño predilecto. Todos nosotros somos hijos predilectos de Dios. Él nos ha amado primero, desde el mismo instante en que fuimos concebidos. Nos ha dado los dones más grandes, la vida natural y también otra vida, que es eterna. Qué menos podemos hacer que devolver con gratitud ese amor y sumarnos a su deseo de salvación para todo el mundo.

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