2008-01-01

Santa María

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Lc 2, 16-21

La maternidad de Dios

Celebramos hoy la fiesta de la maternidad de Dios. Es la fiesta de una mujer que abrió sus entrañas para hacer posible el misterio del verbo encarnado, el misterio de ese Dios que necesita de la humanidad y de María para hacerse presente en medio de nosotros.

Para los cristianos, es importante comenzar el año celebrando la fiesta de la primera creyente, la primera que supo abandonarse y confiar totalmente en Dios. Como decía Benedicto XVI en su mensaje de esta mañana, María ya esperaba a Jesús en su corazón. Después, milagrosamente, lo vivió en su carne, en su propia realidad física. En María convergen estas dos realidades: la actitud espiritual de apertura al designio de Dios y su disposición, su cuerpo, su vida, para que el Hijo de Dios se encarnara en ella.

Por eso la Iglesia celebra el día de la maternidad de Dios. Podríamos decir que cada cristiano ejerce de manera analógica una maternidad para hacer nacer proyectos de Dios en su entorno. La Iglesia, imagen de María, tiene esta gran misión. Y las mujeres, imagen de la Iglesia, tienen en María a un modelo de mujer dispuesta a cumplir la voluntad de Dios.

Confianza en Dios

A los cristianos, María nos enseña muchas cosas. La primera es la confianza. María confía plenamente en Dios y, porque confía, es posible que se lleve a cabo este misterio de su amor encarnado. Seremos felices de verdad si confiamos plenamente en Dios, si aprendemos a confiar en los demás; si confiamos plenamente en la Iglesia. La confianza hace posible que nazcan la sintonía y el amor profundo entre las personas. María es el arquetipo y el prototipo de la esperanza de la humanidad.

Disponibilidad, tiempo y espacio

Otro valor importante de María es la disponibilidad. A veces vamos tan aprisa que no tenemos tiempo para nada. En cambio, las cosas importantes de nuestra vida necesitan tiempo. De lo contrario, no será posible llevar a cabo ningún proyecto. Lo que hace fecunda la espiritualidad del cristiano es su apertura a Dios. Por eso, en la medida en que estamos abiertos, la historia de la encarnación se hace viva, real y actualizada en nosotros.

La Iglesia tiene una gran responsabilidad: ha de confiar en Dios. Los cristianos tenemos encomendado el trabajo de evangelizar para poder fecundar la sociedad y engendrar más cristianos. Como María, tenemos que abrir nuestras entrañas, nuestro corazón y nuestra libertad. Si no es así, será difícil que el Cristianismo siga avanzando en nuestra cultura.

María también es maestra de la escuela del silencio. Encontró tiempo y espacio. El espacio fueron sus propias entrañas. El tiempo, el pasado en su hogar de Nazaret, con pausa, dejando que Dios pudiera apearse allí para entrar en su historia. También nosotros, como Iglesia, estamos llamados a imitar a María, a tener tiempo para Dios, a confiar en él, a estar disponibles y a proteger y cuidar sus proyectos, como María cuidó al niño.

Cuidar la familia

La Iglesia ha de estar atenta a las necesidades de los niños y de las familias. Pese a vivir en tiempos de dificultades y de frialdad religiosa, concentraciones como la que hubo recientemente en Madrid nos demuestran que la Iglesia y la familia están vivas. Los valores cristianos siguen vivos y, por mucho que se opongan ciertas instancias políticas, nunca matarán algo que es de Dios. Porque, como bien decía Benedicto XVI, la familia es el mejor espacio de humanización de las personas, el espacio de crecimiento donde aprenden a ser referentes para un modelo de sociedad. Es necesario que el testimonio cristiano actúe como revulsivo. Por eso, pese a las críticas, lo importante es que jamás renunciemos a algo intrínseco del ser humano, que es el espacio armónico de la familia. El día que ésta perezca, o sea desplazada, ¿qué será de los niños? ¿Dónde quedarán? Tenemos ejemplos muy graves de la consecuencia de la disgregación de las familias. Quizás el más extremo son los niños de la calle, en las ciudades del Brasil, de África y otros países… ¿Quién se ocupa de esos niños? ¿El estado?, ¿la sociedad?... La Iglesia tiene que defender con todas sus fuerzas la presencia de la familia en nuestro mundo, en nuestra cultura.

Meditar desde el corazón

Como madre del Salvador, María meditaba todas las cosas en su corazón. Esta es otra característica de la primera cristiana: su capacidad de interiorizar, de ahondar en aquello que nos constituye como personas y como familia, como Iglesia. A menudo vamos corriendo de un lado a otro, despistados con tantas frivolidades, o nos dejamos caer por el tobogán de la apatía, y olvidamos que no podemos renunciar a algo tan propio de nuestro ser cristiano, como lo es la capacidad contemplativa. María meditaba las cosas en su corazón. ¿Meditamos los acontecimientos de nuestra vida de forma profunda y serena? ¿Profundizamos en cuanto ocurre a nuestro alrededor? Si no nos apartamos y no disponemos de un tiempo para Dios, nos faltará esa capacidad reflexiva para ahondar en el sentido de nuestra existencia y de nuestra misión como creyentes.

Comunicar con alegría

El autor sagrado también señala la alegría de los pastores ante el acontecimiento de la venida del Señor. El texto dice que todos se admiraban de cuanto decían de aquel niño. ¿Cómo lograron producir tal admiración en sus interlocutores? Seguramente vieron un cambio en los pastores. El encuentro con el niño Jesús transformó la vida de esos hombres y mujeres, otorgándoles una profunda alegría. Qué importante es crear admiración, interpelar. En la medida que creamos de verdad que este acontecimiento nos ha marcado; en la medida en que seamos capaces de testimoniar, vivenciar y comunicar, de transmitir con alegría la experiencia de sentirnos salvados y resucitados, de recibir el don del nacimiento de Dios, lograremos despertar el entusiasmo en quienes nos oyen. Esto es importante para el futuro de la Iglesia, para que siga siendo testimonio vivo en el mundo: la alegría y la alabanza de los cristianos.

Llamados a construir la paz

Hoy celebramos la jornada mundial de la paz. Ha habido momentos en la historia en que han surgido líderes que han llegado a dar su vida por la paz. Durante todo este año pasado hemos visto muchas tragedias y conflictos en el mundo. Si no dejamos que Cristo entre en nuestro corazón, difícilmente alcanzaremos la paz. El cristiano que se deja interpelar por el Príncipe de la Paz, será constructor de paz. Y esta paz llegará a atravesar toda nuestra sociedad. El mundo ha de saber que la auténtica paz sólo puede venir de aquel que la puede dar: de Dios. Viene también de las personas pacíficas, como dice la bienaventuranza: bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Pidamos a María que nos dé la fuerza, el coraje, la serenidad, la paz interior que nos hace falta. María es llamada Reina de la Paz. Esta paz, no la dan los políticos, ni las instituciones internacionales; es un don de Dios. Hemos de estar dispuestos a ser generadores de esa paz y a vivirla en nuestro corazón. Si nos dejamos interpelar por la noticia del nacimiento de Dios y por el sentido de esta fiesta mariana, podremos contagiar paz. En la medida en que confiamos, serenos, abiertos a Dios y a los demás, tendremos mucha paz y la podremos esparcir a nuestro alrededor.

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