2009-08-01

El que cree en mí nunca pasará hambre


—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.
Jn 6, 24-35

Del pan de harina Jesús pasa a otro pan que sacia un hambre mucho más profunda del ser humano: es el hambre de una vida plena, intensa, bella y con sentido. Esta hambre no puede ser saciada con pan amasado por manos humanas, sino por el mismo Dios.

Jesús les explica esto a las gentes que lo siguen, mostrándose, él mismo, como pan bajado del cielo. Sus interlocutores se muestran ansiosos y escépticos. “¿Qué signos vemos, para creer en ti?”. Parece asombroso que, después de contemplar la multiplicación de los panes y los peces, y después de verlo curar a tantos enfermos, estos hombres aún duden de Jesús. La desconfianza ciega sus ojos ante la evidencia.

Hoy suceden cosas similares. Tenemos muchas evidencias del amor de Dios y de su obra en el mundo, en la creación y en las personas. Pero no tenemos la mirada lo bastante limpia para verlo y, en cambio, nos centramos en las realidades del mal y pensamos que Dios está ausente, que nos abandona. San Agustín lo dijo hace muchos siglos, con palabras muy claras y actuales: “mejorad vuestras vidas y los tiempos serán mejores”. Dios no nos abandona, pero nos hace libres y responsables. La clave para que el mundo se transforme está en nosotros. Los prejuicios, la ignorancia o la pereza mental nos mantienen aletargados y nos impiden distinguir lo que salta a la vista.

Jesús habla con mucha firmeza: quien nos alimenta, quien nos sostiene, quien da un significado a nuestra vida, es Dios. Y él es su enviado, el que hace su voluntad. En su diálogo también nos deja entrever su fuerte unión con Padre y su vocación. Él es el pan que Dios envía a los hombres. Él se da a sí mismo, da su vida, para que otros puedan alimentarse. Este es el sentido genuino de la eucaristía. Y esta es, en el fondo, la vocación de todo cristiano.

Las palabras de Jesús son tremendas e invitan a meditarlas en nuestro interior: “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.

De la misma manera, la persona que decide hacer de su vida una entrega a los demás, a imitación de Jesús, jamás pasará hambre y sed. Pero, antes, es preciso confiar y creer para poder ver el rostro de Dios y recibir su amor.

Quien se abre al amor de Dios para darlo a los demás es como el canal de una fuente, siempre lleno, siempre fluyendo. Nunca padecerá hambre, y a la vez estará alimentando a otros. Pero la fuente, no lo olvidemos, no está en nosotros mismos, limitados y frágiles, sino en Dios: “es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”.

2 comentarios:

Josep Antoni dijo...

“Yo soy el Pan de la Vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mi nunca tendrá sed”.
El Pan de la Vida. Toda esta homilía nos hace reflexionar en nuestra manera de proceder. Esta necesidad humana no tiene nada de malo; lo que nos atrofia es la ambición, el desorden, el desequilibrio de los valores, el interés que damos a lo material como los que preguntaban a Jesús, tampoco vemos los signos de Dios en los acontecimientos de nuestro tiempo, en las personas y las circunstancias que nos van marcando nuestro existir.
En la familia somos este pan, a veces amargo, a veces duro, a veces sin saber. Tenemos que definirnos en quiénes somos también en el hogar para ofrecer nuestro ser y sostener y dar vida a los nuestros. Sólo quien sabe dar vida a los suyos tiene la verdadera calidad de esposo, esposa, padre, madre, hermano. Somos ese pan, esa vida y tenemos que transmitirla, veremos que muchas veces este pan se queda en la mesa, sin que lo aprecien, pero volverán a buscarlo, el tiempo les hará buscar este pan y si supimos, si lo intentamos, lo recordarán, la esperanza de que nuestro pan sea su alimento, su vida no se pierde, aunque a veces bien sabes que duele alimentarlos y que su sed solo se apaga con nuestra sangre.
Pero hay que ser optimistas y tener esta esperanza, pongamos este pan sobre nuestra mesa.

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