2009-11-01

Una llamada a la amistad con Dios



Festividad de Todos los Santos 


Felices los pobres en el espíritu: de ellos es el reino de los cielos.
Felices los que lloran: ellos serán consolados.
Felices los humildes: ellos poseerán la tierra.
Felices los que pasan hambre y sed de justicia: ellos serán saciados.
Felices los compasivos: Dios los compadecerá.
Felices los limpios de corazón: ellos verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz: ellos serán llamados hijos de Dios.
Felices los perseguidos por ser justos: de ellos será el reino de los cielos.
Felices vosotros cuando, por mi causa, os ofendan, os persigan y os calumnien: alegraos y haced fiesta, porque vuestra recompensa es grande en el cielo.
Mateo 5, 1-12a

La Iglesia nos invita hoy a reflexionar sobre Todos los Santos. ¿Qué significa ser santo? ¿Quiénes lo son? ¿Cómo lo consiguieron?

Todos los cristianos estamos llamados a ser santos. Celebramos la fiesta de los que han sido canonizados por la Iglesia, de los beatos que han subido a los altares, pero también celebramos y recordamos a aquellas personas que nos han precedido y que han sido para nosotros un referente y un ejemplo cristiano —padres, abuelos, amigos… También celebramos con alegría que estas buenas personas, sin ser canonizadas, están disfrutando de la presencia eterna de Dios Padre.

La liturgia de Todos los Santos nos propone un programa que nos encamina hacia la santidad. Son las llamadas bienaventuranzas. Sólo si somos bienaventurados por Dios, si actuamos movidos por hacer el bien a los demás, creciendo espiritualmente, estaremos comenzando nuestra trayectoria desde aquí hasta la felicidad eterna.

Jesús instruye a sus discípulos enseñándoles el camino del justo que, en realidad, es su propio camino.

Los humildes de corazón


Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Los humildes de corazón, los que saben que todo cuanto tienen es un don de Dios, aquellos que saben compartir lo que han recibido —recursos, tiempo, valores, esperanza— son pobres en el espíritu. De ellos será el Reino de los Cielos, es decir, el Reino del Amor. La humildad nos hace sentir que somos pequeños ante tanto don y ante la grandeza de Dios. El humilde vive instalado en el amor y en la esperanza. Se pone en camino hacia la senda de la eternidad, que ya empieza a vivir, aquí y ahora. Jesús fue el humilde sirviente de Dios.

Llorar por amor


Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. En las bienaventuranzas vemos un autorretrato del propio Jesús. En el fondo, nos está hablando de sí mismo. A lo largo de los evangelios, vemos cómo Jesús solloza al menos en tres ocasiones. La primera es ante la muerte de su amigo Lázaro, cuando sus hermanas de Betania van a buscarlo. El texto reitera tres veces el llanto de Jesús, su pena ante el amigo muerto. En otro pasaje, Jesús llora ante Jerusalén. Siente el rechazo de su pueblo y la ruina que amenaza a la ciudad, y esto causa una profunda tristeza en su corazón.

Finalmente, en Getsemaní, los ángeles le consuelan ante su pasión inminente. «Me muero de tristeza». Jesús como hombre debió llorar mucho por amor. Hoy, en el mundo, muchos niños lloran desnutridos; muchos ancianos lamentan su soledad; jóvenes y adultos sufren porque no encuentran apoyo ni futuro. Serán consolados, pero somos los cristianos quienes hemos de aprender a enjugar las lágrimas de los que lloran. Hemos de aprender a acompañar a las personas que sollozan y se lamentan, ya no sólo por el sufrimiento o la injusticia, sino porque les falta el gran consuelo de Dios en sus vidas.

Aliviar el sufrimiento


Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los pacientes, que aguantan, que resisten con valor y sin ruido. Ellos heredarán, ¿qué tierra? El cielo que crearán a su alrededor, aliviando a los que sufren. Jesús también nos está hablando de su propio dolor. Hemos de luchar con todas nuestras fuerzas para evitar los sufrimientos de tanta gente, producidos por el egoísmo a escala planetaria: la corrupción, la marginación, la indigencia… Con la fuerza de Dios podemos parar el sufrimiento, pero para ello tenemos que instalarnos en la bondad. No sólo existe el sufrimiento global, causado por las injusticias políticas, sino el dolor que generamos en las personas que viven a nuestro lado: el esposo, la esposa, los amigos, los vecinos… No podemos mitigar el dolor si no decidimos, ¡basta! Sólo con el bien y el amor lo evitaremos.

Sed de una justicia mayor


Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Cuánta gente vive experiencias de profundas injusticias. Cuando en la Biblia se habla de justicia, se hace referencia a algo más que impartir leyes con equidad. Ser justo según Dios es dar más de lo necesario: es ser magnánimo, espléndido. Dios «hace llover sobre justos y pecadores». En la justicia de Dios hay un grado elevado de generosidad. Si no hay justicia, no es posible el amor, pero si no hay amor, tampoco puede haber verdadera justicia. El amor precede a la justicia. Deberíamos introducir en el derecho un elemento que vaya más allá de la pura legalidad. Jesús es el justo de Dios. Su vara de medida es el amor. Los cristianos estamos llamados a la tarea incansable de trabajar por la justicia para todos.

La misericordia, atributo de Dios


Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. La misericordia es el gran atributo del corazón de Dios. Siempre se compadece, «es compasivo y benigno, lento en la ira y rico en misericordia», como leemos en el salmo. La parábola del hijo pródigo revela muy bien la inmensa ternura y misericordia de Dios hacia todos los que se alejan. Él siempre sabe esperar.

Ante las debilidades de los demás, los cristianos hemos de aprender a ser compasivos. Cuántas veces nos erigimos en jueces de la conducta de los demás, simplemente porque no nos caen bien, y no paramos de criticarlos. Jesús nos enseña a mirar al otro como a un ser digno de ser amado. Sólo así aprenderemos de la compasión entrañable de Dios. Cada uno de nosotros ha sido rescatado, desde el día que recibimos las aguas bautismales, por la inmensa gracia y misericordia de Dios.

Pureza de corazón


Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Verán a Dios los que sean capaces de mantener puro su corazón. Un niño evoca pureza, limpieza de corazón y una profunda apertura hacia aquel que le ama. Cuando llegamos a la adultez, vamos acumulando suciedad en nuestro corazón. Celos, envidia, rabia, resentimiento, decepciones… Nos acostumbramos a guardar este lastre, nos instalamos en la hipocresía y dejamos de confiar en la bondad de los demás. Todo esto nos vuelve despiadadamente críticos con las personas y somos capaces de venir a misa y cumplir los preceptos de la Iglesia y, sin embargo, vivir con el corazón lejísimos de Dios. El cumplimiento de los preceptos, como nos recuerda el Papa Benedicto, no nos asegura la salvación. Podemos hacer muchas cosas, ofrecer donativos, implicarnos en mil actividades… Si nuestra alma no está limpia, Dios no podrá permanecer en ese lugar oscuro. La Iglesia nos propone limpiar nuestra alma con el sacramento de la reconciliación. Su gracia y su perdón nos pueden devolver la pureza. Pidámosle a Dios que nos limpie.

La paz que viene de Dios


Dichosos los que trabajan por la paz, ellos serán llamados hijos de Dios. Jesús vincula la filiación divina al trabajo por la paz, a nuestro compromiso con el mundo. Esa paz es más que ausencia de conflicto. Tampoco es la paz que viene por el hecho de tener todo lo que queramos o porque haya políticas que facilitan el bienestar social. Jesús se refiere a la paz que viene de Dios, la que nace de la certeza íntima de saberse y sentirse profundamente amado por Dios.

En los episodios de la resurrección, Jesús reitera a sus discípulos: «La paz esté con vosotros». Nos da una paz que supera el deseo sentimental de un estado de calma; a veces se logra con dolor, incluso con sangre. Con la resurrección, él se convierte en príncipe de la paz y cada cristiano, unido a él, en agente de paz.

No habrá paz en el mundo si no empezamos a trabajar por la paz en uno mismo. Nos convertiremos en testimonios de la paz si somos capaces de vivir intensamente esa experiencia en lo más hondo de nuestra vida.

¡Cuántas guerras se han librado para alcanzar la paz! ¡Cuántas batallas con nosotros mismos hemos de vencer para poder transmitir la paz a los demás! Cuando sintamos que nos falta, pidámosla a Aquel que es la paz absoluta. Dios es la única fuente de nuestra paz y felicidad.

Asumir la pasión con alegría


Dichosos los perseguidos por causa de la justicia… Dichosos cuando por mi causa os calumnien, os persigan… Estad alegres y haced fiesta, porque vuestra recompensa es grande en el cielo.

Seguimos evocando la vida de Jesús. Él fue calumniado, perseguido, acusado e insultado, agredido y burlado. El Ecce homo es la expresión de la humanidad herida y humillada. Reflexionemos. Nosotros, hoy, podemos seguir produciendo pasión en muchas personas que nos rodean. ¿Cuántas veces perseguimos, calumniamos, insultamos? Cuando quitamos la buena fama de alguien, cuando esparcimos rumores, injurias o falsedades, estamos sembrando dolor injusto y causando soledad a otras personas. Los que viven instalados en el egoísmo y la mentira son capaces de generar tanto sufrimiento. 

Jesús, en su pasión, nos ayuda a asumir estas situaciones. El abandono en Dios le dio calma y paz. Cuando somos fieles a nuestro compromiso cristiano, podemos ser también víctimas de la incomprensión y de las calumnias de los demás. Nuestra firme convicción y nuestra fidelidad a lo que creemos nos puede acarrear un rechazo frontal por nuestra condición de cristianos. Hemos de aprender a aceptarlo y a vivir contentos a pesar de todo, porque estamos haciendo la voluntad de Dios Padre. En la medida en que nos unimos al dolor de Cristo por fidelidad a Dios, nos acercamos más a él y eso, lejos de provocarnos un desgarro interior, ha de generar en nosotros una profunda felicidad.

No busquemos el sufrimiento, ya nos vendrá si somos fieles y coherentes. Pero el regalo será inmensamente mayor: recibiremos la amistad con Dios para siempre, el mismo Cielo, y lo empezaremos a vivir ya aquí en la tierra.

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