2011-12-03

Preparad el camino al Señor

Segundo domingo de Adviento

…Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad las sendas. …Estaba Juan en el desierto bautizando y predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, y acudía a él gente de todo el país de Judea y de Jerusalén, confesando sus pecados, y recibían de su mano el bautismo en el río Jordán. Mc 1, 1-18

Llamada a la conversión

En este segundo domingo de adviento la liturgia resalta las figuras de Isaías y de Juan Bautista. Ante la inmediata llegada del Señor, la voz del profeta resuena con toda su fuerza en boca de San Juan Bautista. Es una voz recia y clara, que traduce la culminación del deseo de Dios: preparemos nuestra vida para el encuentro, de tú a tú, con él.
El acontecimiento de la llegada del Hijo de Dios ha de sacudir nuestro corazón. Es Dios quien tiene la iniciativa, quien da el primer paso para acercarse a la humanidad. Juan Bautista nos urge a cambiar nuestra vida y a convertir nuestros corazones para poder recibirlo. 
La conversión y el perdón nos ayudan a purificarnos por dentro, de manera que el Niño Dios pueda encontrar en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.

Allanar los caminos

Para preparar este encuentro con cada uno de nosotros, Juan Bautista pide que aplanemos el camino, que enderecemos los senderos, que arranquemos todos aquellos obstáculos que impiden el abrazo de Dios con su criatura.
Esto implica cambiar actitudes, percepciones erróneas que podamos tener sobre la realidad y sobre los demás; significa limpiarnos, depurando en nosotros todo aquello que estorba la entrada de Dios. Especialmente, aquellas lacras que nos dificultan vivir plenamente nuestra condición de cristianos. Hemos de arrojar lejos de nuestro corazón las losas más pesadas: el orgullo, la vanidad, la frivolidad, la envidia..., verdaderas rocas que dificultan el paso de Dios por nosotros.
Pero, a veces, nuestras fuerzas no bastan para barrer todos los obstáculos. Es entonces cuando hemos de volver nuestra mirada hacia Dios. Si dejamos que su palabra penetre en nosotros sentiremos su poderosa fuerza. Sólo él puede nivelar nuestra mentalidad, rebajando el orgullo, enderezando lo torcido, puliendo lo escabroso. Dios quiere que convirtamos nuestro corazón en ancha autopista para poder deslizarse con suavidad por nuestras vidas. Pues sólo así, a partir de este encuentro, el hombre encuentra su plenitud humana, que lo llevará a convertirse en otro Cristo, ungido, amado de Dios.

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