2013-08-16

He venido a prender fuego...



20º Domingo del Tiempo Ordinario

He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
Lc 12, 49-53

El fuego de Dios


Jesús se dirige a sus discípulos con palabras desconcertantes. ¿Cómo es posible que haya venido a traer fuego al mundo? ¿Cómo puede decir que ha venido a traer la división, y no la paz?
“He venido a prender fuego”. Hay que interpretar las palabras en su contexto bíblico y en el momento de la vida de Jesús en que son pronunciadas. El fuego tiene un significado teológico: es el amor de Dios, el fuego del Espíritu Santo que depura los corazones para limpiarlos de todo mal. Jesús desea que este fuego anide en nuestros corazones y llegue a arder en todo el mundo.
“¡Ojalá ya estuviera ardiendo!”. Estas palabras expresan un deseo apremiante. Es urgente que el mundo se abra al amor de Dios. Jesús nos transmite una verdad que nos quema por dentro. Sus palabras queman. Nos instan a decir, ¡basta! Despertad y dejad que el fuego de Dios arda en vuestro interior.

Una verdad que incomoda


En la primera lectura de hoy vemos al profeta Jeremías castigado por el rey Sedecías, porque su discurso no gustaba a las gentes de su pueblo. Muchas veces, la palabra de Dios, lo que dice la Iglesia, también molesta. La exigencia del evangelio nos disgusta y resulta poco grata, porque no estamos preparados para digerirla. Y muchos prefieren acallar esa voz o rechazar ese mensaje. Los políticos, por ejemplo, quieren silenciar a los creyentes. Insisten en que la fe ha de quedar relegada al ámbito privado. ¿Cómo pueden impedir que los cristianos expresemos públicamente lo que creemos? La verdad de Cristo no es una elaboración de la Iglesia: es un regalo de Dios. Nadie la ha inventado. La verdad de Jesús es una experiencia viva que vibra en el germen de las comunidades cristianas, y nada puede matarla.

Molesta que la Iglesia se erija en voz de los más pobres y de los más débiles, porque constituye un referente moral para muchas personas. No sólo guarda la palabra de Dios, sino que nos enseña a través de las encíclicas de los Papas, a través de los sacerdotes y los pastores. La Iglesia habla, y mucho, sobre el mundo y sus problemas, sobre el ser humano, sus inquietudes y anhelos. Ofrece profundas reflexiones sobre nuestro entorno y da orientaciones para saber por dónde ir.

Afrontar la ruptura y las divisiones


“No he venido a traer la paz”. ¿Cómo puede decir esto Jesús, que es llamado el príncipe de la paz? Hemos de comprender bien estas palabras. Las verdades a veces inquietan y nos provocan divisiones internas, porque apelan a una transformación de nuestra vida espiritual y, a menudo, nos exigen cambios y una conversión que nos cuesta asumir. La palabra de Jesús, en sí, no genera conflictos; es la forma en que recibimos esa palabra la que causa rupturas en las personas, en las familias y en la misma sociedad.

“He de pasar un bautismo”, continúa Jesús. Es muy consciente de que su tarea de anunciar el Reino de Dios lo llevará al patíbulo y a la muerte en cruz. El sí a Dios pasará por subir a Jerusalén y por una entrega absoluta, hasta de su propia vida. ¡Qué angustia hasta que se cumpla!

Dios no quiere la guerra ni el enfrentamiento entre las gentes, de ninguna manera. Pero, a veces, por decir la verdad, o por seguir su palabra, se desencadena el conflicto. Las personas se separan, se rompen familias, amistades, grupos... Un joven que quiere ser sacerdote puede toparse con la oposición de sus padres, que se cierran a su vocación. O una mujer que desea profesar como religiosa puede tener que luchar contra el rechazo de sus familiares, como fue el caso de santa Clara. Seguir a Cristo sin temor comporta, en muchas ocasiones, divisiones y fracturas.

¿Qué es la Verdad?


La Verdad a veces resulta escandalosa, exigente y rotunda, incluso desconcertante. ¿Qué es la Verdad? En las horas de su pasión, Jesús se encontró ante esta pregunta, formulada por un escéptico Pilatos. La Verdad es él. La única Verdad es el amor. Lo demás, son ideologías y filosofías. Dios nos ama. Esta es la realidad más intrínseca del cristiano. Y esta Verdad, el amor divino, sólo puede alentar la unión. Estamos llamados a ser una unidad en Cristo y realidad viva del amor de Dios en el mundo.

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