2016-04-21

Amaos como yo os he amado

5º Domingo de Pascua - C
Hechos 14, 21b-27
Salmo 144
Apocalipsis 21, 1-5a
Juan 13, 31-35



Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Hay una palabra clave que se repite en las lecturas de hoy: «nuevo». Nuevo es el mensaje que predican Pablo y los apóstoles, misioneros por tierras de gentiles. Nuevo es el mundo que recrea Jesús, glorificado junto a Dios Padre, como leemos en el Apocalipsis. Nuevo es este mandamiento del amor, que recoge toda la ley antigua y la lleva más allá de una ética social y de un conjunto de normas.

Por mandato no debemos entender tanto una orden, obligada, como un aviso, un consejo, un apremio. Amaos, ¡es urgente! Amaos, porque sin amor nos hundimos en la desesperanza. Amaos, porque sin amor morimos de hambre y sed de justicia y de sentido. Amaos, porque sin amor nuestra alma agoniza. Jesús sabe que lo que pide como mandamiento es más que una ley: es una necesidad humana, y es a la vez la aspiración más profunda de toda persona. Todos, en el fondo, deseamos ser amados y tener alguien a quien amar. El mandamiento de Jesús es el consejo más sabio y más dulce de seguir, porque es totalmente acorde con nuestra naturaleza. Estamos hechos por amor y para el amor.

El mandato del amor es la clave para comprender todo el evangelio y más aún: toda la Biblia. La antigua Ley queda culminada y superada por esta nueva ley. Los mandamientos de antes se resumen y se incluyen todos en este nuevo. Ama y haz lo que quieras, decía san Agustín. Porque quien ama ya está cumpliendo todos los mandamientos de la ley humana y divina.

Ahora bien, amar como Jesús dice no es tan sencillo. ¿Cómo ama Jesús? Entregándolo todo: tiempo, fuerzas, creatividad, atención, paciencia, afecto. Jesús ama hasta entregar la vida. Ama hasta perdonar al enemigo. Hay amores abnegados, como el de las madres, el de los esposos que se quieren apasionadamente, o el de los amigos incondicionales, que se parecen al amor de Dios. Y no es fácil perseverar: es un arte que hay que cultivar durante toda la vida. Pero precisamente porque Dios nos ha amado en Jesús, hasta el extremo, de él podemos aprender y conseguir las fuerzas que necesitamos. Él es nuestro maestro y nuestro alimento. Recogernos en oración con el Padre nos ilumina y nos inspira. Recibir el cuerpo y la sangre de Cristo nos nutre cada domingo, en la eucaristía.

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