2016-04-15

Nadie las arrebatará...

4º Domingo de Pascua - ciclo C

Hechos 13, 14.43-52
Salmo 99
Apocalipsis 7, 9.14b-17
Juan 10, 27-30


Las lecturas de hoy, ¡incluso el salmo! nos hablan de pastoreo, de guía, de cuidado… Somos ovejas del rebaño de Dios. No borregos sin criterio ni personalidad, sino posesión suya muy preciosa. En la Biblia, cuando se utilizan estas expresiones de propiedad hay que leerlas con una clave: la clave del amor. Solo entre dos que se aman profundamente se emplean frases similares: eres mío, soy tuyo; nadie me arrebatará de tu lado. Tú eres mi luz, mi guía, mi vida…

El salmo canta: somos pueblo de Dios, él nos hizo, somos suyos y por esto tenemos motivos para vivir con alegría y gratitud. Existimos porque somos inmensamente amados. El evangelio nos ofrece palabras muy tiernas de Jesús dirigidas a sus seguidores, a nosotros, hoy. Somos sus ovejas. Él nos conoce, una a una, nombre a nombre, cara a cara. Nos protege y nos cuida. Nos da lo que todos anhelamos: una vida que valga la pena vivir, una vida entera, completa, plena. Este es el significado de vida eterna. Una vida que no se acaba aquí en la tierra, sino que tendrá una continuación inimaginable en el más allá, en brazos de Dios.

Nadie las arrebatará de mi mano, dice Jesús, e insiste: tampoco nadie las arrebatará de las manos del Padre. Nos sujeta fuerte, como una madre que estrecha contra su seno al hijo que ama tiernamente y no quiere perder. Así nos ama Dios, ¡no quiere perdernos! Y no quiere que nos perdamos en el mundo. No quiere que nos hundamos en los problemas y en la tristeza, ni que nos distraigamos con las frivolidades que nos chupan la vida y la energía. Si estamos fuertemente unidos a la Trinidad de Dios, no pereceremos.

Pero no solo estamos llamados a dejarnos amar. San Pablo con su vida nos muestra que estamos llamados a ser discípulos del mismo Dios, imitando su pastoreo. Muchas personas esperan un mensaje de paz y esperanza, muchas anhelan esa vida buena que nosotros ya disfrutamos. Hay que salir y ser apóstol. Hay que ser luz de las naciones, como dice Pablo. Y si en un lugar te cierran la puerta, sacúdete las sandalias y camina hacia otro. Somos luz. Hemos recibido mucho, y gratis. No podemos ocultar ni guardarnos esa luz. La plenitud de nuestra vida pasará por ser generosos y entregarnos para ser ayudantes del buen pastor, portadores de la buena nueva y colaboradores de Jesús. No tengamos miedo, él nos acompaña y nos defiende siempre. Su fuerza nos llena y nos inspira. 

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