2016-04-07

El examen de Pedro

3r Domingo de Pascua - C

Hechos 5, 27-41
Salmo 29
Apocalipsis 5, 11-14
Juan 21, 1-19

En el evangelio de hoy se relata una aparición hermosa de Jesús a sus amigos. Aparece en su escenario cotidiano, en Galilea, junto al mar. Pedro y sus compañeros salen a pescar, como si quisieran reanudar su vida anterior. Y es en medio del faenar cuando Jesús les sale al encuentro y les pregunta si han pescado algo.

Los encuentros con Jesús resucitado son sorprendentes. Al principio no lo reconocen. Él, oyendo que no han pescado nada, repite una frase que Pedro ya había escuchado, tiempo atrás: Echad las redes al otro lado. La pesca milagrosa les abre los ojos y es Juan, el discípulo amado, quien lo reconoce. Jesús los espera en la orilla y les prepara un ágape.

Dios nos sale al encuentro. Siempre es él quien tiene la iniciativa, y se presenta en nuestro entorno, en nuestro trabajo, de manera sencilla y amistosa. Y ¿qué nos sucede? Como a Pedro, a menudo pasa que bregamos mucho y obtenemos poco fruto de nuestros esfuerzos. Nuestros afanes por evangelizar quizás son estériles, fracasan o dan poco resultado. ¿Qué hacer? Jesús nos sugiere un cambio. Echar las redes al otro lado es cambiar de forma de pensar, hacer e incluso de creer. ¿Creemos en nosotros mismos? ¿Confiamos solo en nuestras fuerzas? ¿O nos abrimos y nos fiamos de Dios? ¿Sabemos escuchar su voz, que nos habla, a menudo a través de otras personas? ¿Sabemos hacer silencio para discernir su consejo en la soledad de la oración? Si le escuchamos, seguramente nuestra acción será más humilde y la pesca más abundante. Y no solo eso: Dios nos hace descansar y nos ofrece un banquete. La eucaristía semanal es una invitación a unirnos con él para reponer fuerzas y celebrar, ¿responderemos a su llamada?

En la segunda parte del evangelio oímos el triple examen de Pedro. Jesús lo prepara para que sea el cabeza de grupo, líder de esa pequeña y naciente Iglesia. ¡Pedro será el primer Papa! Y ¿qué le pregunta Jesús? No le hace un examen de sagradas escrituras, ni de leyes. Hoy diríamos que Pedro no se doctoró en teología ni fue un gran intelectual. A Jesús no le preocupa su formación, ni siquiera que sea perfecto en su carácter, ¡ya conoce bien sus defectos y debilidades! Jesús sabe que los pastores de su Iglesia son humanos y fallan, pero hay algo indispensable, lo único que importa. Pedro, ¿me amas? Tres veces lo pregunta, tres veces que piden una respuesta total, incondicional, irreversible y para siempre. ¿Me amas? Pedro es muy consciente de que su amor es frágil, por eso responde con tristeza: Sí, señor, tú sabes que te quiero. La última vez que le pregunta, Jesús ya no usa el verbo amar, sino “querer”. Se adapta a Pedro, acepta su amor falible, y aún y así le pide que cuide lo más sagrado: su rebaño, que es su Iglesia, que es la humanidad, que somos todos. Señor, tú sabes que te quiero. Es lo único que nos pide Dios. Amor. Y de ese amor surgirá la misión. Este es también el examen que afrontamos todos nosotros. Cuando Dios llama no valen excusas, no importa que nos sintamos poco aptos o poco preparados, que tengamos pocos recursos, poca salud, poca formación… Lo que importa es lo que amamos. ¿Amamos lo suficiente para decirle sí?  

En la primera lectura, del libro de los Hechos, vemos a otro Pedro muy diferente: valiente, decidido, no se arredra ante los interrogatorios del Sanedrín. El Espíritu lo ha transformado y nada lo detiene. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, replica a sus acusadores. Que es otra forma de decir que nada podrá quebrantar el amor y la fidelidad que guarda hacia Jesucristo. Ante las pruebas y los desafíos, ¿sabremos los cristianos responder como Pedro? ¿Sabremos escuchar a Dios antes que a los poderes del mundo? ¿No dejaremos que nada, ni nadie, se anteponga a nuestro amor por él?

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