2017-12-09

Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva

2º Domingo de Adviento - B

Isaías 40, 1-11
Salmo 84
2 Pe 3, 8-14
Marcos 1, 1-8

El evangelio de este domingo es el inicio del evangelio de Marcos y tiene por protagonista a Juan Bautista. El profeta del desierto, valiente, alza la voz haciéndose eco de las antiguas profecías de Isaías. El mundo presente es injusto, caótico y lleno de violencia. Pero Dios no está sordo ni ciego; vela por nosotros y vendrá. Llegará el día en que su reino, un reino de justicia y de paz, se instaure. Pero para ello es necesario que, en medio del desierto, allanemos los caminos y quitemos los obstáculos para su venida. Dios viene, pero no lo hará con la potencia de un tanque avasallador, sino con suavidad: Dios entrará en nuestras vidas si le abrimos las puertas. Él traerá consigo la paz, pero necesita que, antes, nosotros estemos dispuestos a recibirlo.

A la luz de estas palabras, san Pedro escribe a los primeros cristianos. Estos vivían una situación tensa. Sufrían persecuciones y veían las injusticias del Imperio Romano. Pero al mismo tiempo esperaban una segunda venida de Cristo, que creían inminente. Ese “día del Señor” era contemplado con esperanza y cierta impaciencia. Es la impaciencia del que sufre una injusticia y aguarda un juicio y un veredicto justo. Los primeros cristianos se preguntaban: ¿Cuándo vendrá el Señor? ¿Tardará mucho? ¿Por qué se demora tanto?

Pedro los anima. Nuestra experiencia del tiempo es muy subjetiva y fugaz. Cuando lo pasamos mal, se eterniza. Cuando contamos los años de nuestra vida, vemos que todo pasa volando. Vivimos entre la lentitud y la fugacidad. ¿Cuál es la actitud sabia? La paciencia. Y una espera activa y gozosa, porque sabemos que el final será muy feliz.

El tiempo para Dios no es igual que para nosotros. Dios no acaba con el mundo ya, de un plumazo, porque quiere “que todos se salven”. Su estilo no es autoritario, sino misericordioso. Mientras dure la historia, siempre tendremos una oportunidad para convertirnos. Y mientras esperamos, vivamos ya en ese Reino que ha de llegar. Porque, en realidad, el Reino ya está aquí: no está completo, pero se está construyendo. Ahora vivimos como en medio de una gran obra, con andamios, hormigoneras, sacos de arena y un aparente caos. Pero en medio del desorden se está levantando el Reino. Podemos vivir ajenos a él o podemos colaborar en la construcción, aportando cada cual lo que pueda. A esto nos invita san Pedro: a vivir en paz, con Dios y con nosotros. La actitud sabia no es de angustia ni de resignación pasiva. Se trata de vivir vigilantes, atentos al mundo que nos rodea, a hacer el bien y a escuchar los signos que Dios nos envía cada día. En este Reino que se está construyendo cada buena obra es un paso más. Vivir de esta manera, edificando ese mundo nuevo que esperamos alejará el temor, el hastío y el derrotismo. Vivir trabajando con esa obra hermosa en mente, acabada y completa, nos alienta a seguir día a día.

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