2º Domingo de Adviento - B
Isaías 40, 1-11
Salmo 84
2 Pe 3, 8-14
Marcos 1, 1-8
El evangelio de este domingo es el inicio del evangelio de Marcos y tiene por protagonista a Juan
Bautista. El profeta del desierto, valiente, alza la voz haciéndose eco de las
antiguas profecías de Isaías. El mundo presente es injusto, caótico y lleno de
violencia. Pero Dios no está sordo ni ciego; vela por nosotros y vendrá.
Llegará el día en que su reino, un reino de justicia y de paz, se instaure.
Pero para ello es necesario que, en medio del desierto, allanemos los caminos y
quitemos los obstáculos para su venida. Dios viene, pero no lo hará con la
potencia de un tanque avasallador, sino con suavidad: Dios entrará en nuestras
vidas si le abrimos las puertas. Él traerá consigo la paz, pero necesita que,
antes, nosotros estemos dispuestos a recibirlo.
A la luz de estas palabras, san Pedro escribe a los primeros
cristianos. Estos vivían una situación tensa. Sufrían persecuciones y veían las
injusticias del Imperio Romano. Pero al mismo tiempo esperaban una segunda venida
de Cristo, que creían inminente. Ese “día del Señor” era contemplado con
esperanza y cierta impaciencia. Es la impaciencia del que sufre una injusticia
y aguarda un juicio y un veredicto justo. Los primeros cristianos se
preguntaban: ¿Cuándo vendrá el Señor? ¿Tardará mucho? ¿Por qué se demora tanto?
Pedro los anima. Nuestra experiencia del tiempo es muy
subjetiva y fugaz. Cuando lo pasamos mal, se eterniza. Cuando contamos los años
de nuestra vida, vemos que todo pasa volando. Vivimos entre la lentitud y la
fugacidad. ¿Cuál es la actitud sabia? La paciencia. Y una espera activa y
gozosa, porque sabemos que el final será muy feliz.
El tiempo para Dios no es igual que para nosotros. Dios no
acaba con el mundo ya, de un plumazo, porque quiere “que todos se salven”. Su estilo no es autoritario, sino misericordioso. Mientras dure la historia, siempre tendremos una oportunidad para convertirnos.
Y mientras esperamos, vivamos ya en ese Reino que ha de llegar. Porque, en
realidad, el Reino ya está aquí: no está completo, pero se está construyendo.
Ahora vivimos como en medio de una gran obra, con andamios, hormigoneras, sacos de arena y un
aparente caos. Pero en medio del desorden se está levantando el Reino. Podemos
vivir ajenos a él o podemos colaborar en la construcción, aportando cada cual
lo que pueda. A esto nos invita san Pedro: a vivir en paz, con Dios y con
nosotros. La actitud sabia no es de angustia ni de resignación pasiva. Se trata
de vivir vigilantes, atentos al mundo que nos rodea, a hacer el bien y a
escuchar los signos que Dios nos envía cada día. En este Reino que se está
construyendo cada buena obra es un paso más. Vivir de esta manera, edificando
ese mundo nuevo que esperamos alejará el temor, el hastío y el derrotismo. Vivir trabajando con esa obra hermosa en mente, acabada y completa, nos alienta a seguir día a día.
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