2017-12-21

Un misterio secreto durante siglos...

4º Domingo de Adviento - B

2 Samuel 7, 1-16
Salmo 88
Romanos 16, 25-27
Lucas 1, 26-38


Muchas veces hemos escuchado esta frase: “Celebramos el misterio de la Navidad”. ¿Un misterio? Parece que la Navidad, el Belén, el Niño Jesús, no son algo misterioso, sino muy familiar, entrañable, algo muy conocido. Quizás tanto que no nos damos cuenta de que estamos celebrando un acontecimiento extraordinario que ha cambiado la historia de la humanidad.

¿Qué es un misterio? Un misterio es mucho más que un enigma o un milagro. Misterio y místico tienen la misma raíz. Un misterio es una realidad que se nos escapa, que nunca podremos comprender del todo ni podremos explicar como explicaríamos cualquier fenómeno natural. Un misterio esquiva las leyes de la física y las matemáticas. Un misterio nos sobrepasa y nos da vértigo. Pero al mismo tiempo nos envuelve, tan cercano y tan íntimo como el corazón que late en nuestro pecho.

Navidad es un misterio, sí. Es un misterio que Dios, el inmenso, se haga pequeño. Es un misterio que el Creador se haga criatura. Es un misterio que el todopoderoso se haga tan frágil, tan vulnerable, tan dependiente. Es un misterio que cuando Dios decide entrar a participar en la historia del mundo lo haga con tanta sencillez, con tanta discreción y humildad, rodeado de gentes pobres e insignificantes. Es un misterio que Dios actúe con este estilo tan poco espectacular, casi como entrando “por la puerta trasera”. Sin ruido, sin poder avasallador, sin magia ni prodigios… Es un misterio de belleza increíble que Dios elija, como puerta para entrar en este mundo, el cuerpo de una joven mujer.

Que Dios se haga humano para compartir nuestro destino es un misterio que jamás llegaremos a agotar. Los autores del Nuevo Testamento lo han intentado explicar a su manera, con poesía y con textos llenos de simbolismos y profecías. Lucas narra la anunciación del ángel Gabriel a María. San Pablo, en el breve texto que leemos hoy nos habla de este misterio que se ha mantenido en secreto durante siglos. ¿De qué misterio habla? Del Dios cercano, del Dios-con-nosotros que viene a plantar su tienda entre los hombres porque quiere que seamos como él. Y ese misterio, ese plan que nadie podía haber imaginado, ahora el mismo Dios lo revela, con Jesús.

Dios ya no puede hablar más claro. Nos ama y nos quiere libres, plenos, gozosos. Cuando los profetas ya no podían hacer ni decir más, Dios mismo viene a traernos la buena noticia. Jesús es la transparencia de Dios. Ya no hay más profecías, anuncios y promesas: él está aquí. Ya vive entre nosotros.

Siempre queda, sin embargo, la libertad humana. Somos libres para aceptar, pero también para rechazar incluso lo que vemos ante nuestros ojos. Pero a quien se deja tocar por este misterio la vida le cambia radicalmente, como le sucedió a Pablo. Quien se deja amar por Dios, arde y no puede hacer otra cosa que esparcir ese fuego como luz en el mundo. Así lo hizo el apóstol, y así lo leemos hoy en esta lectura prenavideña. ¡Dios viene! Con él tenemos todo cuanto necesitamos para renovar nuestra vida. Que estas Navidades sean un tiempo de oración intensa, en que podamos encarar el nuevo año con un espíritu de gozo y regeneración. Que en la fiesta del Nacimiento de Jesús también nosotros experimentemos un renacimiento muy hondo.

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