2017-12-30

Revestíos de compasión y paciencia

Fiesta de la Sagrada Familia

Eclesiástico 3, 2-14
Salmo 127
Colosenses 3, 12-21
Lucas 2, 22-40

Descarga aquí la homilía en pdf.

Este domingo celebramos una fiesta entrañable: la Sagrada Familia. Dios se hace humano como cualquier otro niño y Dios también tiene una familia . Si al encarnarse Jesús divinizó la humanidad, al crecer en medio de una familia ha hecho sagrada esta institución humana.

Pero ¿cómo podría ser de otra manera? Todos nacemos y crecemos en familia. La familia nos es necesaria como la tierra para una plantita que brota. Es nuestra raíz y nuestro alimento durante años, aunque luego nos independicemos y sigamos nuestro camino, formando otra familia distinta. En medio de la crisis que sacude nuestro mundo de hoy, y pese a que los valores tradicionales son desafiados, la familia sigue siendo la institución más valorada por la mayoría de la gente, y también es el último refugio y recurso cuando las cosas van mal dadas. Como dijo cierto autor, la familia nunca entrará en decadencia, porque la necesitamos. Aunque cambien las costumbres y las formas, siempre será necesaria, y siempre volveremos a ella.

Pero la vida en familia no es un camino de rosas. Incluso las familias mejor avenidas saben que la convivencia diaria no es fácil, que los roces son continuos y las cruces jalonan la historia familiar.  Los matrimonios que duran largos años aprenden que amar también es ceder, conceder y adaptarse. El amor de los nuestros es gratificante, pero no nos ahorra muchos sufrimientos y preocupaciones. Vivir en familia es un desafío constante.

Y cuando se producen rupturas… ¿qué decir? El drama es tremendo y los que más sufren son los niños, que no pueden asimilar el fallo del amor, la ausencia de uno de los dos padres, o la violencia que a veces se da entre ellos. Las rupturas matrimoniales son guerras que siempre dejan víctimas tras de sí. Todos salen heridos y la reconstrucción de la vida es larga y costosa, pero necesaria.

¿Por qué cuesta tanto convivir? ¿Por qué rompen tantas parejas? ¿Por qué las familias se pelean y se enfrentan? ¿Por qué lo que debería ser un espacio de cielo se convierte en un infierno, o en una cárcel? ¿Qué sucede?

La enfermedad que ataca toda relación y toda familia se llama desamor. La falta de amor es una anemia vital que todo lo corroe y debilita, hasta destruirlo. Y la falta de amor no es tanto una falta de sentimiento o de pasión, como una falta de voluntad y perseverancia. Para amar, hay que querer amar, cada día, y decir sí al otro, cada día, cueste lo que cueste.

San Pablo en su carta a los colosenses da pistas y unos consejos a las familias, que no han perdido su vigencia con el paso de los siglos. Ante todo, pide que tengamos “compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre”. ¡Estas son las cualidades de Dios! Mirar al otro —y a nosotros mismos— con ojos de madre amorosa, este es el primer secreto para la convivencia familiar, y en cualquier grupo o comunidad.

Perdonar: otro pilar de la familia. Si Dios lo perdona todo, ¿cómo no vamos a perdonar nosotros? Esto no significa que no tengamos que enmendarnos y procurar no cometer de nuevo los errores y los daños infligidos. Pero sin perdón, la paz en la familia no es posible. ¡Todos tenemos tanto que perdonar, y tanto por lo que pedir perdón!

Ser agradecidos: otra premisa para vivir con paz. Hemos recibido mucho, no podemos vivir con la permanente sensación de que los otros nos deben algo y son injustos con nosotros. Tenemos la vida y muchos dones que no hemos buscado ni merecido, ¿de qué sirve vivir quejosos de lo que no tenemos, cuando tenemos tanto que agradecer? La gratitud se extiende no sólo a los demás, sino al mismo Dios, que nos da la vida y nos lo da todo: ¡Cantad a Dios! Quien vive agradecido no exige a los demás lo que es quizás injusto o excesivo.

Enseñaos mutuamente. Es una obra de misericordia enseñarse, aconsejarse, avisarse, siempre con amor y buscando el bien del otro, sabiendo escuchar y respetando su libertad.

Finalmente, san Pablo dirige unos consejos a los maridos, a las mujeres, a los padres y a los hijos. No hemos de ver en ellos signos de machismo: Pablo pertenece a la cultura de su tiempo y es normal que hable de obediencia y sumisión. Más bien deberíamos fijarnos en lo que, para aquella época, era extraordinario y novedoso. En una cultura donde el hombre era dueño de su esposa, Pablo exhorta al amor y a la ternura: “maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”. ¿Qué líder religioso decía algo así en aquel tiempo? Y en una cultura donde los padres eran los amos de sus hijos, y podían disponer de ellos a su antojo, hasta venderlos como esclavos, Pablo dice algo insólito: “No exasperéis a vuestros hijos, que no pierdan el ánimo”. ¡Qué actuales suenan estos consejos! Es pedagogía moderna: educar con bondad, motivando y no presionando.

En esta fiesta de la Sagrada Familia, leamos despacio la segunda lectura, saboreemos y meditemos los consejos del apóstol y propongámonos vivirlos como mejor sepamos, en nuestro hogar y con nuestros seres queridos. Seguro que veremos cambios hermosos.

1 comentario:

A.G.M. dijo...

Ojalá sigamos el hermoso ejemplo de la Sagrada Familia, con tanto amor, paz, armonía ...
Un abrazo.