2018-04-06

Quien cree vence al mundo

2º Domingo de Pascua - B

Hechos 4, 32-35
Salmo 117
1 Juan 5, 1-6
Juan 20, 19-31

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En las lecturas de hoy vemos dos virtudes entrelazadas: la fe y la caridad. El libro de los Hechos de los apóstoles nos narra cómo vivían las primeras comunidades: compartiéndolo todo, ayudándose, no poseyendo bienes propios sino poniéndolo todo en común. Esta forma de vivir era una consecuencia directa de su fe en Cristo y su vivencia de la resurrección.

El evangelio nos relata la aparición de Jesús a los once discípulos, presentándose entre ellos a puertas cerradas. A su sorpresa y su miedo inicial, sigue una inmensa alegría. Pero todavía no saben cómo explicarse lo que ha ocurrido: sólo saben que Jesús está vivo, aunque de otra manera.

La incredulidad de Tomás, que está ausente ese día, refleja la actitud de los mismos discípulos ante las mujeres que regresaron del sepulcro vacío, y es la actitud que cualquier persona tendría ante un hecho insólito. Si Jesús murió, y fue sepultado, ¿cómo va a estar vivo? Ni la razón ni la ciencia podrían avalar un hecho así.

Pero sí la vivencia real: ¡sus amigos lo han visto! Y pocos días después, será el mismo Tomás quien tendrá que rendirse a la evidencia. Toca mis manos y mis pies, pon tus dedos en mi llaga, dice Jesús, y no seas incrédulo sino creyente.

La resurrección de Jesús no es un símbolo, ni una leyenda, ni una parábola teológica. Estos episodios evangélicos, narrados con tanta sobriedad, son experiencias auténticas, vividas con el asombro y el desconcierto naturales de quienes han visto morir a su maestro… ¡y vuelven a verlo vivo entre ellos! Jesús los irá enseñando, poco a poco, para que puedan asimilar lo ocurrido. Tiempo después, todos se lanzarán por el mundo a comunicarlo y muchos creerán.

Hemos de aprender a aceptar el misterio, que nos envuelve y que forma el núcleo de las cosas más importantes de esta vida. Es necesario aprender a aceptar a Dios, y aprender que para él nada es imposible. Quien lo ha creado todo, ¿cómo no va a poder resucitar la carne?

Juan evangelista nos dice que ha escrito todos estos signos y señales de Jesús para que creamos en él y en él tengamos vida. Después, en su carta, detallará más en qué consiste esta vida. Es la segunda lectura de este domingo, muy densa teológicamente, que vale la pena leer y meditar despacio.

Todo el que cree en Jesús ha nacido de Dios. ¿Qué significa esto? Que la fe es una apertura del alma que nos permite acoger la presencia de Dios. Nacer de Dios es darle un lugar en nuestra vida, pertenecer a él, ser suyos. Y quien nace de Dios tiene una vida con una profundidad y plenitud insospechada. Todo cuanto haga estará empapado de divinidad.

Pero ¿cómo conocer al que dice que ama a Dios y al que realmente lo ama? Puede haber mucha fe de palabra, pero poco consistente… Juan nos da la prueba: quien ama a Dios, cumple sus mandamientos. Quien ama, hace. Obras son amores y no buenas razones. Amar es actuar de una cierta manera, al modo de Dios. Los mandamientos, como nos enseña Jesús, se resumen en el amor. Amar es el oficio de Dios… ¡y el nuestro!

Los mandamientos de Dios no son pesados, porque todo lo que viene de Dios ha vencido al mundo. ¿Por qué a veces cuesta amar, ser honesto, sincero, no envidiar y ser generoso? ¿Por qué el bien se nos hace cuesta arriba? Todos tenemos limitaciones y obstáculos, pero quizás el problema es que no nos hemos entregado del todo a Dios. No hemos abierto del todo nuestra alma. La luz de su amor entra por resquicios, pero hay muchas zonas oscuras, muchas reticencias, mucha obstinación: esto es lo que nos hace difícil amar. El mundo, es decir, la tendencia al egoísmo, nos pesa y nos dificulta ese amor alegre y valiente, propio de los santos. Jesús dijo que su yugo era suave y ligero, y Juan nos dice que quien es de Dios vence al mundo. ¡No hay mal que se le resista! Esta convicción nos ha de llenar de coraje y ánimo. Nosotros seguimos siendo débiles y fallamos, pero con Dios todo lo podemos.

Creer es más que creer en la existencia de Dios. Creer es confiar. Creer es contar con él. Creer es dejarlo todo en sus manos, incluida nuestra vida. Y, con él, caminar, correr, volar a donde nos guíe el soplo del Espíritu. Creer es dejarse llevar, sin miedo. ¿Cómo temer al que nos ama más que a su propia vida?

Quien cree en el Hijo del Hombre es el que vence al mundo. Creamos, confiemos, depositemos nuestra vida, deseos, esperanzas y preocupaciones en manos de Jesús. Con él venceremos. Con él viviremos resucitados. Y podremos transmitir esa luz a muchas personas que tienen hambre de esta vida nueva que se nos ofrece gratuitamente, como el agua y la sangre que fluyen del costado de Cristo: agua de vida.

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