2018-08-24

Es un misterio muy grande...

21º Domingo Ordinario - B

Josué 24, 1-18
Salmo 33
Efesios 5, 21-32
Juan 6, 60-69

La lectura de San Pablo de este domingo no pasa nunca desapercibida. «Las mujeres, que se sometan a sus maridos…» Es uno de los textos más controvertidos que han desatado mucha polémica en el último siglo, sobre todo a raíz de la expansión del feminismo y de la igualdad de género. El texto leído sin profundizar en su contexto puede indignar incluso a muchas mujeres cristianas. Pero no podemos leer ningún escrito de la Biblia de forma superficial, y sin tener en cuenta su trasfondo histórico y religioso.

Además, esta lectura de hoy aparece acompañada de otras dos que, aparentemente, no tienen nada que ver. Y, sin embargo, las tres están muy relacionadas y en el fondo nos están transmitiendo un mismo mensaje. ¿Cómo relacionarlas? Vamos a intentar comprenderlas y ver cómo las tres nos aportan tres enfoques sobre una misma realidad: la primacía de Dios en nuestra vida y una llamada urgente a reconciliarnos con él y a unirnos con él. En su amor nuestra vida se reconstruye y todo cobra sentido.

La primera lectura es del libro de Josué, y es un episodio muy conocido. Tras el éxodo por el desierto, Josué insta a los hebreos a decidir a qué dios quieren adorar. ¿Adorarán a los dioses de los otros pueblos, entre los que han estado viviendo? ¿O adorarán al único Dios, que los sacó de Egipto y los ha acompañado y apoyado siempre? Él y su familia lo tienen claro: sólo a Dios servirán.

El evangelio nos relata el choque de Jesús con los judíos incrédulos. Tras el discurso del pan, en el que Jesús se presenta como alimento, muchos se quedan desconcertados y lo abandonan. No pueden entenderlo. No pueden comprender que la relación con Dios, y con Jesús, sólo puede captarse desde el amor, un amor de unión que se expresa en este «comer de mi cuerpo», en este pan que da vida eterna.

Adorar sólo a Dios. Unirse a Dios con todo nuestro ser, cuerpo y alma, hasta «comerlo» y dejar que él habite en nosotros. Exclusividad y amor. Entre estas dos lecturas, san Pablo nos habla de una relación humana que tiene mucho que ver con ambas: el matrimonio.

El matrimonio entraña exclusividad con una persona y entrega fiel y constante hasta la muerte… y más allá. Este amor poderoso que une a los matrimonios fieles es una bella imagen del amor de Dios a la humanidad, o el amor de Cristo por su Iglesia. «Es un misterio muy grande», dice san Pablo. ¿Cómo entender, cómo definir el amor? El amor, realmente, es un misterio que nos envuelve. Es un misterio inabarcable, pero a la vez íntimo, porque todos lo llevamos dentro y todos tenemos la capacidad para experimentarlo.

Pablo nos habla del matrimonio, pero su verdadero tema es el mismo de Josué, el mismo de Jesús: el tema al que quiere llegar Pablo es el amor de Dios por nosotros. Y para ello utiliza una imagen muy querida por los autores bíblicos, la del matrimonio. Al igual que otros profetas, Pablo compara a Dios con el esposo y a la Iglesia con la esposa. Y para definir una relación ideal se basa en el ideal del matrimonio de aquella época, dentro de lo que era normal en la cultura mediterránea, donde el marido era el padre y jefe de familia.

No obstante, Pablo se sale del patriarcalismo autoritario de su tiempo en un aspecto crucial. Aunque habla de la sumisión de la esposa al esposo, todavía hace más hincapié en la entrega del esposo a la esposa. Una entrega que llega hasta dar la muerte. Leamos despacio sus palabras. «Maridos amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella para consagrarla…», «Así también deben amar los maridos a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo».

Seguramente muchos esposos de su entorno fruncirían el ceño ante tanta exigencia de amor. ¿Amar a la mujer como a sí mismo? ¿Entregarse por ella?  ¿Hacerla sagrada, gloriosa, santa? Este amor termina por equiparar la esposa al esposo, igualándola en dignidad. Esto es lo que Cristo hace con nosotros: nos «diviniza», dándonos una vida eterna, como la suya. Esto es lo que el buen esposo hace con la esposa: le da todo cuanto tiene para hacerla igual de digna que él. Hoy nos cuesta entenderlo, pero esto, en aquellos tiempos, era auténticamente revolucionario.

Una última palabra sobre la «sumisión». Podríamos enlazar esta sumisión u obediencia con las palabras de María en la anunciación. «He aquí la esclava del Señor…» Sumisión aquí no significa esclavitud, sino apertura, recepción, aceptación del amor de Dios. Hoy podríamos leer esta expresión como la de una persona que se abre al don del amor y se deja transformar por él. En vez de sumisión podemos leer acogida, humildad para dejarnos amar por Dios, porosidad y suavidad de alma para abrirnos a sus dones, docilidad para dejarnos guiar por él. 

Pero es que, además, san Pablo dice «Someteos unos a otros». Es decir, que el esposo, amando, también se somete a la esposa. Y esto es lo que Jesús hizo, lavando los pies a sus discípulos, sometiéndose a nosotros para dar su vida en la cruz. ¡Dios mismo se arrodilla y se somete a su criatura!

Este es el auténtico mensaje de Pablo, de Josué y de Cristo: dejaos amar por Dios. Dejad que él os haga florecer. Dejad que su amor os llene de vida. No os disperséis con otros ídolos falsos, ni os encerréis en el egoísmo. Dios se nos da: Cristo es su pan. Dejémonos alimentar por él, y viviremos como nunca soñamos vivir.

Descarga aquí la homilía en pdf.

No hay comentarios: