2018-08-10

No entristezcáis al Espíritu Santo

19º Domingo Ordinario - B

1 Reyes 19, 4-8
Salmo 33
Efesios 4, 30 - 5, 2
Juan 6, 41-51

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La primera lectura de hoy y el evangelio de hoy continúan centradas en torno al pan. Pan como alimento, pan como vida. En la primera leemos cómo el profeta Elías, cansado y desanimado, obligado a huir por la persecución de los reyes, llega al desierto y quiere morir. El deseo de morir es natural cuando la persona ya no tiene fuerzas y puede ser muy comprensible desde el punto de vista psicológico. Pero a veces basta un poco de alimento y saberse apoyado para que la tristeza se supere. Dios lo sabe, conoce nuestras debilidades y flaquezas y envía su ayuda a Elías. Levántate y come, le dice. No se trata de un alimento simbólico, sino muy real. Y levantarse es más que ponerse de pie: es ponerse en camino. Dios nos llama a caminar con él, pero nunca nos pide más de lo que podemos y él mismo nos da el alimento y las fuerzas necesarias. ¡No lo dudemos!

En el evangelio, Jesús afronta las críticas de los judíos que no creen en él y no entienden su discurso sobre el pan del cielo. ¿Por qué dice tales cosas?, se preguntan. ¿Quién se ha creído que es? Jesús les responde sin echarse para atrás y con rotundidad. Sabe que, para quien no quiere creer, ni siquiera todos los milagros del mundo podrán convencerlo. No verá, no entenderá nada. En cambio, quien esté abierto al Espíritu de Dios, lo comprenderá todo sin demasiadas explicaciones. Jesús añade que él es el pan del cielo. Al igual que su alimento es hacer la voluntad del Padre, el nuestro es imitar al Hijo, hacer nuestra su vida. Comer pan nos da energía física para vivir; seguir a Jesús nos da la energía espiritual para que nuestra vida tenga sentido y nunca sintamos, como Elías, que queremos morirnos, o que ya estamos medio muertos en vida. Lo que nos hará vivir es el amor, y en esto, Jesús es el mejor maestro.

Pablo nos habla del Espíritu Santo en un texto breve pero muy hermoso. «No pongáis triste al Espíritu Santo», dice. Dios os ha marcado con él, con su fuego, para liberaros. ¡Ya sois libres! Pero ¿libres para qué? Para amar, para perdonar, para servir. Imitar a Cristo, que nos parece tan heroico e inalcanzable, no es algo ajeno a nuestra naturaleza. Imitar a Cristo es lo más humano que hay, porque todo nuestro ser, desde nuestro cuerpo hasta nuestra alma, está hecho para el amor. Amando nos realizamos, nos completamos, crecemos y alcanzamos la dicha. «Vivid en el amor como Cristo os amó», dice san Pablo. Si no amamos, estaremos apagando ese soplo de Dios que late en nosotros. Sin amor, dejándonos llevar por las críticas, el resentimiento y las divisiones, apagaremos el fuego del Espíritu Santo, lo entristeceremos. No permitamos que esto ocurra. Que en el hogar de nuestra morada interior siempre arda su fuego. Así viviremos de verdad.

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