1 Reyes 19, 4-8
Salmo 33
Efesios 4, 30 - 5, 2
Juan 6, 41-51
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La primera lectura de hoy y el
evangelio de hoy continúan centradas en torno al pan. Pan como alimento, pan
como vida. En la primera leemos cómo el profeta Elías, cansado y desanimado,
obligado a huir por la persecución de los reyes, llega al desierto y quiere
morir. El deseo de morir es natural cuando la persona ya no tiene fuerzas y
puede ser muy comprensible desde el punto de vista psicológico. Pero a veces
basta un poco de alimento y saberse apoyado para que la tristeza se supere.
Dios lo sabe, conoce nuestras debilidades y flaquezas y envía su ayuda a Elías.
Levántate y come, le dice. No se trata de un alimento simbólico, sino muy real.
Y levantarse es más que ponerse de pie: es ponerse en camino. Dios nos llama a
caminar con él, pero nunca nos pide más de lo que podemos y él mismo nos da el
alimento y las fuerzas necesarias. ¡No lo dudemos!
En el evangelio, Jesús afronta
las críticas de los judíos que no creen en él y no entienden su discurso sobre
el pan del cielo. ¿Por qué dice tales cosas?, se preguntan. ¿Quién se ha creído
que es? Jesús les responde sin echarse para atrás y con rotundidad. Sabe que,
para quien no quiere creer, ni siquiera todos los milagros del mundo podrán
convencerlo. No verá, no entenderá nada. En cambio, quien esté abierto al Espíritu
de Dios, lo comprenderá todo sin demasiadas explicaciones. Jesús añade que él
es el pan del cielo. Al igual que su alimento es hacer la voluntad del Padre,
el nuestro es imitar al Hijo, hacer nuestra su vida. Comer pan nos da energía
física para vivir; seguir a Jesús nos da la energía espiritual para que nuestra
vida tenga sentido y nunca sintamos, como Elías, que queremos morirnos, o que
ya estamos medio muertos en vida. Lo que nos hará vivir es el amor, y en esto,
Jesús es el mejor maestro.
Pablo nos habla del Espíritu
Santo en un texto breve pero muy hermoso. «No pongáis triste al Espíritu
Santo», dice. Dios os ha marcado con él, con su fuego, para liberaros. ¡Ya sois
libres! Pero ¿libres para qué? Para amar, para perdonar, para servir. Imitar a
Cristo, que nos parece tan heroico e inalcanzable, no es algo ajeno a nuestra
naturaleza. Imitar a Cristo es lo más humano que hay, porque todo nuestro ser,
desde nuestro cuerpo hasta nuestra alma, está hecho para el amor. Amando nos
realizamos, nos completamos, crecemos y alcanzamos la dicha. «Vivid en el amor
como Cristo os amó», dice san Pablo. Si no amamos, estaremos apagando ese soplo
de Dios que late en nosotros. Sin amor, dejándonos llevar por las críticas, el
resentimiento y las divisiones, apagaremos el fuego del Espíritu Santo, lo entristeceremos. No permitamos que esto
ocurra. Que en el hogar de nuestra morada interior siempre arda su fuego. Así
viviremos de verdad.
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