2018-08-18

Fijaos bien cómo andáis

20º Domingo Ordinario - B

Proverbios 9, 1-6
Salmo 33
Efesios 5, 15-20
Juan 6, 51-58

Aquí puedes descargar la homilía para imprimir.

Comer el pan de Cristo


El evangelio de hoy continúa el discurso de Jesús sobre el pan. Cuando la gente se extraña y se pregunta cómo va a ser él pan para que lo coman, Jesús no afloja en su afirmación, no transige ni dice que está hablando en plan simbólico. Al revés, afirma con mayor fuerza que su cuerpo es verdadero alimento, y que quien no come su carne y no bebe su sangre no tendrá vida. Todavía va más allá: quien come de su carne habita en él. ¿Cómo podemos entender esto hoy, que somos tan duros de cabeza y de corazón como los judíos de hace dos mil años?

Comer a Jesús es hacer nuestra su vida. Habitar en Jesús, y que Jesús habite en nosotros, es una unión tan completa que ambos nos fusionamos. Como diría san Pablo, ya no soy yo sino Cristo quien vive en mí. Sólo los enamorados y aquellos que se aman profunda, apasionadamente, pueden entender este lenguaje. Jesús está hablando el lenguaje del amor en medio de un mundo frío y desamorado, por eso no lo entienden. Los amantes, ¡claro que entienden lo que significa «comerse» el uno al otro!

Es una unidad tal que lo que es de uno es del otro; lo que hace uno lo hace el otro; ambos hablan el mismo lenguaje… Cuando aprendamos a recibir a Jesús con amor, comprendiendo cómo nos ama él, empezaremos a entender mejor qué significa «comer a Dios», empezaremos a asimilar su alimento y este nos transformará desde adentro, igual que una comida sana nos regenera y nos cura por dentro.

¿Qué consecuencias tiene esto para nosotros, que comulgamos cada domingo? Parece que no tenemos problemas en creer que estamos comiendo el cuerpo de Cristo, pero ¿por qué este alimento supremo nos hace tan poco efecto? ¿Cómo es posible que no nos transforme y nos mejore más? ¿Qué hay en nosotros que no lo asimilamos? Quizás, al igual que ocurre con el intestino dañado, que no absorbe los nutrientes, nuestra alma también está deteriorada o tan obstruida que no podemos absorber a Cristo, que viene a alimentarnos con su gracia y su amor. ¿Cómo podremos curarnos?

Cómo vivirlo


San Pablo en la lectura de hoy nos da unos valiosos consejos muy prácticos. «Fijaos bien cómo andáis», empieza diciendo. Ahora está de moda el llamado «mindfulness» o consciencia plena. Muchas personas hacen talleres, seminarios y retiros para aprender esta disciplina milenaria que no es más que ser consciente, aquí y ahora, del momento presente, saboreándolo al máximo, sin prisas, con los seis sentidos bien despiertos. Pues bien, San Pablo hace dos mil años ya predicaba algo así. «Fijaos bien», dice. Es decir, sed conscientes de cómo estáis viviendo y de qué tiempos estamos viviendo. Miraos a vosotros mismos y mirad a vuestro alrededor. ¿Cómo elegimos vivir? Sabiendo lo que sabemos, teniendo a Cristo como alimento, ¿vamos a vivir como todo el mundo, arrastrados por crisis, problemas y avatares políticos y económicos? ¡Los cristianos no podemos caer en esto!

«No estéis aturdidos», dice Pablo. Muchos de nosotros vivimos aturdidos, abrumados y atolondrados por la prisa, el exceso de cosas que hacer, que comprar, que atender… Las nuevas tecnologías no han hecho más que aumentar esta bruma mental. Nos llueven mensajes e impactos informativos de todas partes, nos enganchamos a las pantallas y no paramos de pensar, decir, contestar… Al final, ya no sabemos ni lo que hacemos ni por qué. Pablo habla de no embriagarse con vino. Podríamos hablar de vino, o de cualquier otra adicción que nos enganche, ¡y hay tantas! Toda sustancia, comida, distracción o actividad que nos ata, nos está arrastrando y llevando al libertinaje, es decir, hacernos creer que somos libres cuando somos más esclavos que nunca de nuestra dependencia y adicción. ¡Necesitamos ayuda!

Y, claro, una persona tan aturdida y llena de adicciones no tiene espacio en su alma para el Espíritu Santo. No tiene espacio para el amor, para la escucha, para la gratitud… Siempre quiere más y siempre le falta algo. Pierde la lucidez y la perspectiva. Se encierra en sí misma y en sus problemas, y deja de ver a los demás. También pierde u olvida la presencia de Dios en su vida.

«Dejaos llenar del Espíritu», dice Pablo. Para dejarse llenar antes hay que vaciarse. Parar, detenerse en medio del frenesí diario y hacer silencio, externo e interno, es una buena medicina para el alma, y un buen medio para cambiar nuestra forma de vivir. Primero, silencio y vacío…

Pero, después, cuando poco a poco el agua viva de Dios nos va llenando, dejemos también que surja el cántico. Del silencio surgen la alabanza, la gratitud, el gozo exultante, porque nos sabemos y nos sentimos amados infinitamente. «Dad siempre gracias a Dios Padre por todo», continúa Pablo. Una oración de sincero agradecimiento es milagrosa, porque implica reconocer lo que Dios hace por nosotros y, además, aceptar su amor. Y esto sí que puede cambiar nuestra vida, más que cualquier otra técnica mental o práctica voluntarista. 

Vivir atentos, liberarnos de adicciones, hacer silencio, orar con gratitud y alabanza: he aquí un camino de cinco pasos que San Pablo nos propone para transformarnos y llegar a vivir con plenitud nuestro ser hijos amados de Dios.


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