21º Domingo Ordinario B
Evangelio: Juan 6, 60-69
Cuando Jesús termina su discurso, presentándose como
verdadero pan del cielo que da vida eterna, la multitud, que lo ha seguido
entusiasta y que hasta quería hacerlo rey, se dispersa y lo abandona.
El evangelio es claro y duro: muchos de sus discípulos,
gente que lo seguía, amigos, personas cercanas al núcleo de los Doce, que deseaban
aprender a su lado… se echan atrás.
¿Por qué? Porque «estas palabras son duras, ¿quién puede
seguirlas?» Ay, amigos. Cuando Jesús predicaba el reino de Dios, un reino de
libertad, de abundancia, de gozo, de vida plena, todos querían escucharle.
Cuando sanaba enfermos, expulsaba demonios y multiplicaba panes, todos lo
seguían con fervor. Pero cuando habla de dar su vida… cuando habla de tomar su
cuerpo, de imitarlo, hasta la misma muerte, ese es otro cantar. La imagen
triunfalista de Jesús que se habían fabricado muchos discípulos se convierte en
la terrible imagen del hombre que se entrega, del siervo sufriente de Dios que
un día será sacrificado por el poder implacable de los hombres que no soportan
que nadie los baje de su pedestal, ni siquiera el mismo Dios.
Y es duro, sí. Es duro y muchos se desaniman y se alejan de
él. Ya no quieren seguirlo. ¿Qué hace Jesús? No los retiene. No los maldice. No
los intenta convencer. No cambia su discurso, no rebaja la exigencia ni “suaviza”
o “matiza” sus palabras. Ni un paso atrás. Entonces se dirige a los Doce: ¿También
vosotros queréis iros? Esos instantes, entre la pregunta de Jesús y la
respuesta de Pedro, debieron ser tremendos y decisivos. Si Jesús los interroga
es porque ha visto dudas en ellos; los ve vacilar, y les pide que sean claros y
se decidan. O estáis conmigo o no.
Pedro habla por todo el grupo. ¿A quién iremos, Señor? Tú
tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído en ti, y sabemos que eres
el santo de Dios. Sí, son palabras duras, pero… ¿quién nos ofrecerá más? ¿Quién
nos dará la verdad auténtica, aunque dura de tragar? No, no queremos mentiras
edulcoradas ni discursos ambivalentes. No queremos medias tintas. Queremos la
vida eterna, y tú la ofreces. Aunque sea dando tu cuerpo, entregando tu vida. Y
aunque nos pidas que hagamos lo mismo.
Pedro aún no entiende. Habla y no calibra el alcance de sus
palabras porque, durante la pasión, negará a su maestro. Pero quiere creer,
está en el camino de su conversión. Los demás también necesitan su tiempo. Pero
hacen algo importante: estén seguros o no, duden o no, permanecen junto a su
maestro. Y esto es crucial. A veces, en la vida, no vemos las cosas claras,
andamos entre nieblas. Pero algo en nuestro interior nos dice: esta es la
verdad. Intuimos por dónde Dios nos señala un camino. Sigamos por él.
Perseveremos.
Reflexionemos ahora si esta situación no se repite hoy en la
Iglesia: decimos creer en Jesús, sabemos que es el Hijo de Dios, su predilecto,
y seguimos sus enseñanzas. Al menos, lo intentamos. Escuchamos sus palabras a
través de la Sagrada Escritura, la formación que recibimos, los sacerdotes, los
catequistas. Si nos ponemos a leer los evangelios, escucharemos la voz de Jesús
de primerísima mano. Y habrá momentos dulces, pero llegarán las palabras «duras».
¿Qué haremos, entonces? ¿Seguiremos firmes, aunque no lo veamos claro, aunque
tengamos resistencias y reticencias, aunque nos cueste entenderlo? ¿O nos
echaremos atrás? Porque, claro, esto no hay quien pueda seguirlo. Es para otros.
No para mí.
Hagamos examen de conciencia. El cuarto evangelio es una
continua llamada a preguntarnos dónde estamos nosotros con respecto a Jesús. ¿Cómo
reaccionamos cuando su mensaje nos parece fuerte o demandante? Quizás
descubriremos que, aunque venimos cada domingo a misa, en realidad hace mucho
tiempo que nos hemos alejado de él.
¿Estamos a todas con Jesús?
En el mundo hay muchos gurús y falsos mesías que ofrecen muchísimas cosas buenas. Pero nadie, nadie, nos ofrecerá la vida plena y gozosa que nos da Jesús. Él no engaña, y la verdad a veces molesta o incomoda. Su camino, a diferencia de los caminos de otros, no es un sendero llano ni de rosas. Aunque hay tramos muy bellos, otros son cuesta arriba. Pero la cumbre es magnífica.
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