19º Domingo Ordinario B
Evangelio: Juan 6, 41-51
La semana pasada, leyendo el párrafo del evangelio de Juan
anterior a este, veíamos cómo Jesús se presenta a sí mismo como el pan de vida,
el que sacia nuestras hambres más profundas.
Pero ya no sólo ansiamos una vida plena, con sentido, llena
de propósito y felicidad. Los seres humanos anhelamos vivir para siempre. El ansia
de eternidad es consustancial a nuestra naturaleza.
¿Cómo es posible que, siendo terrenales, físicos y mortales,
tan caducos como todo lo que nos rodea, ansiemos algo que está más allá de
nuestro alcance? ¿Quién inoculó en nuestra mente ese deseo de vida eterna? ¿Quién
despertó en nosotros la sed de infinitud?
Un teólogo hacía esta comparación. Nuestro cuerpo es un 70 %
agua. Por eso, cuando perdemos líquidos, tenemos sed. Ansiamos tomar algo que
ya forma parte de nosotros. Pues bien, con la trascendencia sucede lo mismo. No
tendríamos sed de inmortalidad si no fuera porque, en nosotros, ya hay algo que
no muere. En nuestro ser hay una semilla de eternidad.
Jesús, que nos conoce, sale al paso de esta otra necesidad
que todos tenemos, más o menos oculta o confesada. No queremos morir. Bien,
sabemos que todos vamos a fallecer, al menos físicamente. Pero no queremos
morir del todo. Tenemos una secreta esperanza, o deseo, de que al otro
lado haya algo más. Muchos creemos en esta vida más allá, no sólo por fe, sino
porque sabemos o hemos experimentado la cercanía y la protección de nuestros
seres queridos, ya difuntos.
Pero ¿basta el deseo para que algo sea realidad? Jesús, tan
claro como siempre, habla a los judíos de su tiempo. Yo soy el pan bajado del
cielo. El pan material, físico, alimenta, pero desaparece, igual que
nuestro cuerpo mortal. Comeremos y moriremos. Pero quien come del pan de Jesús,
será resucitado en el último día. Todos seréis discípulos de Dios, y
¿cómo ser discípulos de Dios si no somos eternos? Jesús está diciendo: creed en
mí, confiad en mí, seguidme, alimentaos de mí. Es decir: vivid como yo, recread
en vosotros mi vida de entrega, de perdón, de sanación, de liberación, de amor.
Comed de mi pan y viviréis para siempre. Está anunciando nuestra futura
resurrección.
Nos cuesta entenderlo. Nos cuesta porque somos racionales y
queremos que alguien nos explique el «cómo». Queremos entender. Pero las
cosas más importantes de la vida suceden sin que podamos explicarlas. Ni siquiera
la ciencia puede desentrañar todos los misterios del universo y, ante las preguntas
más hondas, tiene que callar.
Seremos discípulos de Dios. ¿Vamos a interrogar al
Señor y a dispararle todas nuestras preguntas para saber el cómo, el cuándo y el
porqué de todo? Dios tiene sus métodos y nos sorprende siempre. De entrada,
Jesús nos enseña cómo aprender. No os angustiéis por las preguntas, las dudas y
los raciocinios. Si queréis aprender, escuchad al Padre y venid a mí. El
buen discípulo aprende mirando y escuchando, viviendo y conviviendo, caminando
junto a su maestro. Esto nos pide Jesús, nada más y nada menos.
¿La meta? También nos la revela, y es grandiosa: el que
coma de este pan vivirá para siempre.
1 comentario:
Gracias Padre Joaquín por esta preciosa reflexión!!!
Publicar un comentario