20º Domingo Ordinario B
Evangelio: Juan 6, 51-58
Seguimos leyendo el discurso del pan, en el cuarto evangelio. Jesús insiste en afirmar algo que debía sorprender a los judíos de su tiempo. Entendían bien que Dios fuera generoso y alimentara a su pueblo; comprendían que les enviara pan del cielo, el maná. Incluso podían aceptar que Jesús, como nuevo Moisés, fuera el medio por el que Dios multiplicara el pan para ellos.
Pero, ¿que él mismo, en persona, fuera el pan? ¿Bajado del cielo?
Jesús no se queda en el pan material, ni en la vida
mortal, ni en el mero aspecto físico. El reino de Dios que venía a anunciar
Jesús no era tampoco un reino político, un cambio de sistema o una revolución
de los pobres. No. Si fuera así, hubiera dado la razón a sus discípulos más belicosos,
que querían tomar las armas; hubiera mandado fuego del cielo contra los que se
le oponían; se hubiera negado a pagar impuestos y se hubiera dejado coronar rey
por aquella multitud entusiasta que lo seguía, porque había visto sus signos y se
había hartado de pan.
Se han intentado hacer muchas lecturas políticas de Jesús
para explicar por qué murió crucificado, una pena reservada a los sediciosos y
a los enemigos del Imperio. Pero todas estas interpretaciones caen por tierra
ante el discurso del pan. ¿Cómo puede encabezar una revuelta alguien que ofrece
«su carne por la vida del mundo»? Un hombre capaz de dar su vida por los demás nunca
pondrá en peligro ni sacrificará la vida de nadie por ninguna causa. En todo
caso, si alguien debe morir, será él, y afrontará la muerte libre, consciente y
voluntariamente.
Este es el tremendo significado de estas palabras: «el pan
que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Y, claro, no lo entendieron. Ni las gentes ni sus discípulos
más cercanos. Jesús hablaba de una realidad que se les antojaba enigmática
porque estaban muy lejos de comprender a su Maestro. Los Doce, por mucho que
alardearan de fidelidad, aún no estaban preparados para entregarse como Jesús. Querían
poder, querían restaurar el reino de Israel y disputaban por los primeros
puestos junto a su líder. Por eso no comprendían. Pero Jesús dejó el mensaje:
¡algún día lo entenderían muy bien! Y dijo algo más. La muerte no tiene la
última palabra. Porque quien está dispuesto a darlo todo, hasta la vida, como
él, encontrará la vida eterna. Comer del pan de Jesús es compartir su misión,
su vida y su destino. Y él lo expresó claramente: «el que come de este pan
vivirá para siempre». No hay otra vida que la que se da; no hay otra manera de
ganar que perderlo todo… por él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario