2024-09-20

Los primeros y los últimos

25º Domingo Ordinario - B

Evangelio: Marcos 9, 30-37


El evangelio de hoy recoge una de las frases más célebres y discutidas de Jesús: «El que quiera ser primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Pero es bueno leerla en su contexto y situarnos en el momento en que fue pronunciada.

Después de la excursión por Cesarea de Filipo, después de la subida al monte alto, donde se transfiguró, Jesús regresa a Galilea con los Doce. Y les va instruyendo, ¿sobre qué? Desde Cesarea, Jesús ha empezado a vaticinar su futura pasión y muerte. Les está enseñando que él, su maestro, afrontará el destino de muchos profetas y hombres de Dios: la oposición del poder religioso, la persecución por parte de las autoridades y, finalmente, la muerte.

Tres veces recoge el evangelio de Marcos el anuncio de la pasión de Jesús: recalcando que Jesús no dejó de avisar. Pero las tres veces topa con la incomprensión total de sus discípulos. La primera vez, Pedro lo recrimina e intenta disuadirlo. La segunda vez, no se atreven a decir nada porque no entienden. La tercera vez, ya tienen miedo. Pero siguen sin asumir la idea porque se ponen a discutir, nada menos, quién de ellos es el más importante. Todavía están soñando con el futuro consejo del rey, cuando Jesús, como Mesías de Israel, se siente en su trono y los llame a presidir sobre las tribus.

Jesús los pilla discutiendo y ellos callan, como niños malos. Saben que no están con su Maestro, que él no aprueba lo que piensan. Jesús los conoce demasiado bien.

Y es entonces cuando pronuncia otra enseñanza, acompañada de un gesto. Llama a un niño, lo abraza y les dice: ¿Queréis ser importantes? Acoged a los niños, a los últimos de la fila, a los que no cuentan para nada. Acogedlos como me acogeríais a mí. Y quien me acoge a mí, acoge a mi Padre, que me envía.

Algunos biblistas que estudian a fondo este texto comentan que la palabra “niño” en griego puede significar también “criado”, o “pequeño sirviente”, un mocito o muchacho que sirve en la casa. Podría traducirse por “criadito” y todavía tiene más sentido, pues Jesús está comparándose a sí mismo con el chico de los recados, al que todos mandan y nadie respeta. Jesús es un “mandado”, un servidor, y quiere que sus discípulos aprendan de una vez que su actitud en el mundo ha de ser esta. Han venido a servir, no a dominar. Han venido a hacerse útiles y a cuidar de los demás, no a exigir que los demás se sometan a su voluntad. ¡Esto sí es una revolución!

Hay quienes interpretan muy mal esta frase de los últimos y los primeros. Piensan: mira, es que a Jesús le gustan los últimos, los peores, los más incapaces, los que no destacan. Así que es mejor ir por la vida encogidos y humillados, porque eso es lo que quiere Dios. Y no pocos consideran que el evangelio, en este punto, es un consuelo para resentidos, frustrados y víctimas que no han sabido superar sus dificultades. Dicen: el evangelio está ensalzando la mediocridad y machacando la excelencia.

Pero Jesús nunca dice que dejen de aspirar a ser primeros. No: Jesús quiere que la persona se esfuerce en su camino de mejora y crecimiento, claro que sí. Lo que cambia Jesús es el concepto de “primero”. El primero ya no será el jefe, sino el criado. El mejor ya no será el que manda, sino el que sirve. La clave está en el servicio. Incluso los líderes han de estar inspirados por el espíritu de servicio y por el bien a los demás. No en vano el papa se llama a sí mismo «siervo de los servidores de Dios». 

Si las personas compiten por el poder, el mundo será un infierno (como vemos a menudo); si las personas compiten por amar y servir, convertirán el mundo en un paraíso. Un lugar donde habrá problemas y fricciones, pero todo se superará porque la caridad será lo primero.

2024-09-14

¡Ve detrás de mí!

24º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 8, 27-35

Un retiro necesario

Jesús ha pasado un tiempo largo predicando el reino de Dios y obrando milagros y curaciones. Las gentes lo siguen en masa y sus discípulos más próximos están convencidos de que es el Mesías y va a instaurar pronto el reino de Dios.

Pero ya hemos visto que la idea de Mesías de Jesús era bastante diferente de la que tenían sus seguidores. Por Mesías ellos entendían un elegido de Dios destinado a ser rey y cabeza del pueblo. Por reino de Dios entendían un estado político, independiente y poderoso, aquel Israel de los tiempos de David y de los Macabeos, que se enfrentaba a sus enemigos y salía victorioso. Por reino de Dios los discípulos de Jesús entendían liberarse de Roma. Y, más concretamente, soñaban con su Maestro sentado en el trono y ellos como ministros y consejeros. Bien se delataron los hermanos Zebedeos cuando le pidieron sentarse a su derecha y a su izquierda.

Jesús se lleva a los Doce a Cesarea de Filipo, territorio pagano, fuera de las influencias judías. Quiere, de alguna manera, “desintoxicarlos” un poco de sus aspiraciones mesiánicas. También, posiblemente, quiera apartarse por un tiempo de Galilea y su tierra, donde las gentes están agitadas y sus adversarios andan buscándole. En esta excursión, por así decir, a Cesarea de Filipo, en las faldas del monte Hermón, junto a las fuentes del Jordán, Jesús quiere dejar claras las cosas a los Doce.

Y les enseña como lo hacían los grandes maestros de la antigüedad: con preguntas. Así los irá llevando, poco a poco, hasta el punto que quiere clarificar.

Diálogo decisivo

Podríamos trasladar el diálogo de Jesús con los suyos a nuestra iglesia, nuestra comunidad, hoy. ¿Qué responderíamos si Jesús nos preguntara “quién dice la gente que es él”? Y seguro que se nos ocurrirían muchas respuestas, como les sucedió a los Doce. Todos hemos oído mil y una versiones de Jesús, algunas bien pintorescas.

Pero ahora imaginemos que Jesús nos pregunta: “Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?” Aquí la cosa cambia. ¿Qué le diremos? ¿Le responderemos como Simón Pedro? ¿Le daremos una respuesta de Catecismo, o de lo que hemos aprendido escuchando y leyendo la Biblia? ¿Le responderemos desde la cabeza, o desde el corazón? Aún más ¿le responderemos “de boquilla”, como se suele decir? ¿Le daremos una bonita respuesta para quedar bien? Si queremos ser sinceros debemos preguntarnos: ¿Qué significa Jesús hoy en mi vida? ¿Qué papel juega en mi día a día? ¿Dónde lo tengo situado, en la escala de mis valores y prioridades? ¿Cómo es mi relación con él? ¿Cómo me dirijo a él cuando rezo?

¡No me tientes!

Esta respuesta nos compromete, porque pide actuar en consecuencia. Pedro estuvo muy inspirado, respondiendo que “Tú eres el Mesías”; pero después demostró que no había entendido en absoluto a su maestro. Cuando Jesús les prohibió divulgarlo, no lo comprendieron. Y cuando Jesús continuó explicándoles su destino, mártir de las autoridades, hasta la muerte, el rechazo fue patente. Pedro, asumiendo su liderazgo en el grupo, se atrevió a reprender a Jesús. Pero ¿qué dices? El destino del Mesías es el reino, el poder y la gloria. ¿Y nos hablas de condena, de rechazo y de muerte?

Jesús tiene muy claro quién es y lo que le aguarda, y no se deja amilanar por Pedro. Le responde con autoridad contundente y lo pone en su lugar: ¡Detrás de mí! Deja de tentarme, como lo hizo el diablo en el desierto, con el poder y la gloria del mundo. Ponte atrás, sígueme, como discípulo, y no quieras ordenarme lo que debo hacer. ¡No entiendes los planes de Dios!

Perder la vida y salvarla

Podemos imaginar que Pedro se quedó helado, tan desconcertado como el resto del grupo. Ahora Jesús les desvela qué clase de Mesías es: el hijo predilecto de Dios será el desprecio de los hombres. No hará la guerra, no subirá al trono, no empleará la fuerza jamás. Si ellos quieren seguirlo, deberán asumir su destino.

También nosotros, creyentes de hoy, debemos hacernos esta reflexión: seguir a Jesús no nos va a comportar el éxito en los términos que el mundo maneja. A todos nos espera un camino arduo y una cruz.  

Jesús añade una paradoja enigmática: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la salvará”.  Perder la vida es darla, gastarla, volcarla en el proyecto del reino de Dios. Perder la vida es entregarse al bien, al amor de los demás, al servicio.  Y esta pérdida no es tal, sino una inversión que dará mucho fruto. Seguir a Jesús significa “perder el mundo”, es decir, el poder, la fama, la riqueza, para ganar algo mucho más grande y eterno: la salud del alma y una vida inimaginable, plena y hermosa, bajo el amparo de Dios.

2024-09-06

Ábrete

 22º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 7, 31-37


Los milagros de Jesús nunca son simples curaciones o acciones portentosas. Cada milagro de Jesús es un signo: además de la sanación comporta un mensaje. El de hoy es rotundo: ¡Ábrete!

El sordo no oye, y apenas puede hablar. Está privado de comunicarse, vive aislado en su mundo de silencios o de rugidos interiores. El sordo es esclavo de su discapacidad, que no sólo afecta a su cuerpo, sino a su alma.

Dice el refrán que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Este hombre sordo del evangelio es un símbolo de todas las personas cerradas de mente y de corazón que no quieren escuchar, que son impermeables al mensaje que les viene de afuera. Están apegadas a sus ideas y prejuicios y no hay quien las saque de ahí. ¿Somos los cristianos un poco sordos y mudos? Porque está claro que, si no recibimos mensajes, ¿qué vamos a comunicar?

Ábrete, nos dice Jesús hoy. Ábrete a recibir la buena noticia, ábrete a aprender algo nuevo, ábrete a cambiar, ábrete a otra forma de ver la vida, ábrete al amor de Dios, ábrete a los demás. Si tuviéramos que definir un decálogo o conjunto de mandamientos del evangelio, quizás el primero sería este: Ábrete.  Si no estamos abiertos, ¿cómo va a entrar en nosotros la buena semilla de la Palabra? La persona abierta recibe, da, se comunica, vibra con la vida. Abrirse es vivir; la cerrazón es la muerte.

Hay un segundo detalle importante en esta lectura. Jesús manda al sordo curado y a su gente que no lo digan a nadie. ¿Por qué? ¿No es necesario comunicar la buena noticia? ¿Por qué Jesús, tan preocupado por anunciar el evangelio y afirmar su identidad como enviado de Dios, ahora dice que no lo proclamen? El «secreto mesiánico», como lo llaman los teólogos, nos cuesta de comprender. ¿Por qué callar las buenas noticias?

Hay que entender el texto en su contexto. Jesús siempre habla de abrirse, de comunicar, de expandir el reino de Dios. Pero hay un tema peligroso con el que prefiere ser prudente, y es justamente este. ¿Qué entendían las gentes de su tiempo por «Mesías»? No había una única idea, pero sí una mayoritaria, que compartían los apóstoles. El Mesías, o Ungido de Dios, debía ser el futuro rey de Israel tras encabezar una insurrección que derrocara el poder romano y lo expulsara de la Tierra Santa. La visión política del Mesías era algo que Jesús siempre rechazó de plano, por eso pide discreción a la gente. Porque, viendo sus milagros, muchos podían envalentonarse a su alrededor, como sucedió tras la multiplicación de los panes: Juan 6 relata que la muchedumbre lo quería hacer rey, y Jesús se escabulló para ir a rezar al monte.

Hoy creemos de otra manera. No vemos en Jesús a un jefe político ni a un guerrillero, aunque algunas interpretaciones de su persona quieren verlo así. Vemos al Jesús maestro, hijo de Dios, bondadoso, humanitario y espiritual. Pero, atención, no caigamos en la tentación de fabricarnos a un Jesús a nuestra medida. No faltan grupos que también quieren asociar la figura de Jesús o la fe cristiana a ciertas posiciones políticas o ideológicas. ¿Un Jesús de derechas, un Jesús comunista, un Jesús feminista o un Jesús conservador? ¿Un Jesús místico o un Jesús activista solidario? Ni lo uno ni lo otro. Jesús no se adscribe a ningún partido. Su mensaje es para todos, pero deja muy claro que siempre, y por encima de todo, renuncia al poder.