2024-09-06

Ábrete

 22º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 7, 31-37


Los milagros de Jesús nunca son simples curaciones o acciones portentosas. Cada milagro de Jesús es un signo: además de la sanación comporta un mensaje. El de hoy es rotundo: ¡Ábrete!

El sordo no oye, y apenas puede hablar. Está privado de comunicarse, vive aislado en su mundo de silencios o de rugidos interiores. El sordo es esclavo de su discapacidad, que no sólo afecta a su cuerpo, sino a su alma.

Dice el refrán que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Este hombre sordo del evangelio es un símbolo de todas las personas cerradas de mente y de corazón que no quieren escuchar, que son impermeables al mensaje que les viene de afuera. Están apegadas a sus ideas y prejuicios y no hay quien las saque de ahí. ¿Somos los cristianos un poco sordos y mudos? Porque está claro que, si no recibimos mensajes, ¿qué vamos a comunicar?

Ábrete, nos dice Jesús hoy. Ábrete a recibir la buena noticia, ábrete a aprender algo nuevo, ábrete a cambiar, ábrete a otra forma de ver la vida, ábrete al amor de Dios, ábrete a los demás. Si tuviéramos que definir un decálogo o conjunto de mandamientos del evangelio, quizás el primero sería este: Ábrete.  Si no estamos abiertos, ¿cómo va a entrar en nosotros la buena semilla de la Palabra? La persona abierta recibe, da, se comunica, vibra con la vida. Abrirse es vivir; la cerrazón es la muerte.

Hay un segundo detalle importante en esta lectura. Jesús manda al sordo curado y a su gente que no lo digan a nadie. ¿Por qué? ¿No es necesario comunicar la buena noticia? ¿Por qué Jesús, tan preocupado por anunciar el evangelio y afirmar su identidad como enviado de Dios, ahora dice que no lo proclamen? El «secreto mesiánico», como lo llaman los teólogos, nos cuesta de comprender. ¿Por qué callar las buenas noticias?

Hay que entender el texto en su contexto. Jesús siempre habla de abrirse, de comunicar, de expandir el reino de Dios. Pero hay un tema peligroso con el que prefiere ser prudente, y es justamente este. ¿Qué entendían las gentes de su tiempo por «Mesías»? No había una única idea, pero sí una mayoritaria, que compartían los apóstoles. El Mesías, o Ungido de Dios, debía ser el futuro rey de Israel tras encabezar una insurrección que derrocara el poder romano y lo expulsara de la Tierra Santa. La visión política del Mesías era algo que Jesús siempre rechazó de plano, por eso pide discreción a la gente. Porque, viendo sus milagros, muchos podían envalentonarse a su alrededor, como sucedió tras la multiplicación de los panes: Juan 6 relata que la muchedumbre lo quería hacer rey, y Jesús se escabulló para ir a rezar al monte.

Hoy creemos de otra manera. No vemos en Jesús a un jefe político ni a un guerrillero, aunque algunas interpretaciones de su persona quieren verlo así. Vemos al Jesús maestro, hijo de Dios, bondadoso, humanitario y espiritual. Pero, atención, no caigamos en la tentación de fabricarnos a un Jesús a nuestra medida. No faltan grupos que también quieren asociar la figura de Jesús o la fe cristiana a ciertas posiciones políticas o ideológicas. ¿Un Jesús de derechas, un Jesús comunista, un Jesús feminista o un Jesús conservador? ¿Un Jesús místico o un Jesús activista solidario? Ni lo uno ni lo otro. Jesús no se adscribe a ningún partido. Su mensaje es para todos, pero deja muy claro que siempre, y por encima de todo, renuncia al poder.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy clara la explicación Padre Joaquín, ya me había cuestionado varias veces el por qué Jesús decía ¨no lo cuentes a nadie cuando realizaba un milagro y ahora usted lo explicó muy bien,