2024-10-04

Una sola carne

26º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 10, 2-16


El evangelio de hoy incomoda a muchos. Sobre todo porque, hoy, el divorcio es algo tan común que se acepta como normal e incluso se considera que es un derecho positivo. La ruptura de las parejas, que antes era excepcional, hoy parece la norma y cuando Jesús habla de este tema, nos parece demasiado exigente.

Pero leamos despacio el texto, sin prejuicios. El divorcio era tan común hace dos mil años como hoy. En la Ley de Moisés estaba perfectamente legislado. En otras culturas antiguas también. ¿Cuál era el problema, entonces? El problema, que no se refleja en todas las traducciones del texto evangélico, era la causa. ¿Por qué motivo era lícito repudiar a una mujer? Y aquí había divergencias en la interpretación de la ley. Los fariseos, por ejemplo, tenían la manga muy ancha y consideraban que cualquier motivo era suficiente para despedir a la esposa. Bastaba que al marido ya no le gustara, o le molestara su forma de cocinar, de hablar o de vestir. Otros grupos eran más estrictos y opinaban que sólo por causas mayores, como el adulterio o la prostitución, era correcto divorciarse.

A todo esto podríamos preguntarnos: ¿y la mujer? ¿Podía ella divorciarse? Se suele decir que no, que la ley era desigual y favorecía al hombre, pero Jesús dice claramente: “Y si ella repudia a su marido…” Por tanto, sí, la mujer, en algunos casos, podía decidir divorciarse y regresar con su familia. Por ejemplo, en caso de maltrato.

Jesús se posiciona y dice que no: no se puede dar un divorcio por cualquier motivo. Pero va más allá del debate y aporta una enseñanza más profunda. La ley es correcta y necesaria para regular la convivencia. Pero a menudo la ley es un parche para resolver heridas y conflictos. Si un buen judío quiere cumplir la ley de Dios, ¿qué es lo primero? Jesús se dirige a los fariseos: Vosotros, que sois tan escrupulosos y queréis agradar a Dios, ¿pensáis que le alegra veros cómo gestionáis vuestro divorcio, siguiendo escrupulosamente los pasos que dicta la ley?

No. Lo que Dios quiere es el amor. Un divorcio correcto es un mal menor, pero Dios quiere el bien mayor. Y el bien del hombre, su felicidad, su plenitud, está en el amor y la comunión con el otro. Jesús les recuerda el primer libro de la Torá: el Génesis, y el plan de Dios para la humanidad. La imagen humana de Dios son un hombre y una mujer que se unen formando “una sola carne”, es decir, que caminan juntos entregándose mutualmente y compartiendo su proyecto de vida. Del amor surge el gozo y la alegría, de Dios y del ser humano.

“Por la dureza de corazón” Moisés legisló sobre el divorcio. También podríamos decir, hoy, que las leyes evitan que la dureza de corazón cause mayores desastres en las personas, en las familias, en los hijos de padres divorciados. Sí, las leyes son el plan B cuando las cosas fracasan, pero el plan inicial de Dios es el plan “A”, de Amor con mayúscula.

Sin embargo, Dios es misericordioso. Ve nuestras luchas y miserias, nuestros errores y rupturas. Ve que, a veces, es inevitable la separación y el divorcio porque hay uniones que no se fundamentaron bien, la convivencia se hace imposible, hay violencia y es mejor alejarse. Como en un cuerpo, cuando el cáncer ha ido demasiado lejos, hay que amputar. Y, después, hay que reparar heridas y recomenzar de nuevo. Sí, nuestra historia está hecha de rasguños y cicatrices, cosidos y descosidos, y Dios acepta planes B, C, D y muchos más.

Pero no perdamos de vista la enseñanza de Jesús. Porque el amor humano, el amor completo y fiel, el amor para siempre, es posible. No sólo es deseable, sino que es aquello para lo que está hecho nuestro corazón. Si lo queremos, lo haremos realidad. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen comentario 👍