2024-11-01

El primer mandamiento

31º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 12, 28-34

Esta lectura del evangelio nos sitúa en Jerusalén. Jesús está enseñando en los atrios del Templo, rodeado de multitudes, y las autoridades, los fariseos y los escribas quieren ponerlo a prueba. Le preguntan sobre temas polémicos, lo retan, lo quieren hacer caer en algo de qué acusarlo. Pero Jesús sale airoso de las pruebas.

Esta vez quien lo aborda es un escriba o letrado, un experto en las sagradas escrituras. Hoy, diríamos un teólogo, un biblista o un experto en doctrina. ¿Qué le pregunta a Jesús? Algo básico, para ver si responde conforme a la ortodoxia judía. ¿Cuál es el primer mandamiento?

En la pregunta del escriba podemos atisbar que quizás la respuesta no era tan fácil; debía de haber algún debate entre los maestros de la Ley y los escribas, o quizás este hombre esperaba que Jesús añadiera algo nuevo a la doctrina. ¿Quién sabe?

La respuesta de Jesús es impecable: recita el gran mandato del Deuteronomio, el Shemá Israel, «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas…» Y a continuación añade el segundo gran mandamiento, del Levítico: «Amarás al prójimo como a ti mismo.»

Amar a Dios, el Dios de la alianza con su pueblo, y amar al prójimo como a uno mismo, la regla de oro presente en tantas culturas del mundo. Estos dos mandamientos son el broche de oro y resumen de toda la Ley. En otras palabras: esto es lo que Dios quiere, y cumplir su voluntad es justamente esto, ni más ni menos.

Quizás el matiz que añade Jesús es esta frase que casi se nos desliza sin darnos cuenta: «El segundo es este». Jesús añade un segundo mandamiento, equiparándolo al primero. «No hay mandamiento mayor que estos [dos]». Es decir, no pueden separarse el uno del otro, son como las dos caras de una moneda. Jesús nos viene a decir que amar a Dios es igual a amar al prójimo. Consecuencia: tal como amas a tu hermano, así es como amas a Dios. Y al revés: si no amas al otro, tampoco amas a Dios, por mucho que digas que sí. El amor al prójimo es la medida de tu amor a Dios.

Toda religión tiene riesgos, y uno de los mayores es creer y cumplir de palabra, pero no de corazón ni de obra. Podemos sabernos de memoria la Ley de Dios, la doctrina, el catecismo, pero si no lo vivimos, de nada sirve. Es como aprender un código legal y luego infringir las normas. O conocer las reglas del juego y saltárselas. O saber las normas del tráfico y pasar un semáforo en rojo. ¿De qué nos sirve saber, si no hacemos? ¿De qué sirve decir y predicar, si no cumplimos en nuestra vida?

El escriba que interroga a Jesús lo comprende muy bien. Por eso añade que amar a Dios y al prójimo es más importante aún que todos los sacrificios y holocaustos. Está en la más pura línea profética: Dios detesta los sacrificios y ofrendas si no van acompañados de una conducta íntegra, de atención a los pobres y misericordia con los demás. El culto es puro ritual hipócrita si no va acompañado de bondad en la práctica cotidiana. Jesús asiente: «No estás lejos del reino de Dios».

Y nosotros, hoy, ¿cómo estamos? ¿Somos como los sacerdotes y los escribas, buenos conocedores y malos practicantes? ¿Somos como los fariseos, devotos y cumplidores, pero duros y negligentes con los demás en nuestra vida diaria? ¿Somos todo imagen, apariencia benéfica, y por dentro estamos corrompidos? Nadie es perfecto, pero ¿nos esforzamos por vivir lo que creemos?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta homilía da en la diana.Muchas gracias

Anónimo dijo...

Gracias padre por tan preciosa homilía, gracias .