Cuarto Domingo de Adviento - ciclo A
Isaías 7, 10-14
Salmo 23
Romanos 1, 1-7
Mateo 1, 18-24
“La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.” (Isaías 7,14)
Hay momentos en la vida en los que todo parece decidido,
trazado, incluso cerrado. Planes hechos, caminos previstos, seguridades más o
menos asentadas. Y, sin embargo, Dios tiene la delicadeza —y la audacia— de
irrumpir justo ahí, no para destruir lo que somos, sino para llevarlo más lejos
de lo que habíamos imaginado.
Eso es lo que contemplamos hoy, a las puertas de la Navidad.
El profeta Isaías anuncia un signo que no nace de la fuerza
ni de la estrategia humana, sino de la confianza: Dios mismo se hace cercano.
“El Señor os dará una señal: la virgen concebirá…”. No es un prodigio
espectacular, sino una promesa humilde y profunda: Dios no se queda fuera de
nuestra historia, entra en ella.
El salmo lo proclama con un tono casi litúrgico y solemne: “Del
Señor es la tierra y cuanto la llena”. Todo le pertenece, pero no como un dueño
distante, sino como Aquel que habita lo que ama. Por eso puede entrar. Por eso
puede quedarse.
Y en el Evangelio, esa promesa toma rostro concreto. No en
un palacio, sino en la vida sencilla y frágil de José. Él representa a tantos
hombres y mujeres buenos, justos, que hacen lo correcto y, de pronto, se ven
desbordados por algo que no comprenden del todo.
José tenía su plan. María también. Y Dios irrumpe.
No con estruendo, sino en silencio.
No imponiendo, sino pidiendo confianza.
“José, hijo de David, no temas…”.
El miedo es siempre el primer obstáculo cuando Dios llama.
Miedo a perder el control, a quedar mal, a equivocarse, a que la vida no sea
como la habíamos pensado. Pero el ángel no le pide a José que entienda todo,
solo que confíe y acoja.
Y José lo hace. Sin discursos. Sin condiciones. Sin
explicaciones largas. “Hizo lo que el ángel del Señor le había mandado”.
Ahí está la grandeza silenciosa de Adviento: Dios se fía
de la libertad humana, y la salvación entra en el mundo por un “sí”
discreto, obediente y valiente.
San Pablo, en la carta a los Romanos, nos recuerda que este
Niño que va a nacer es más que una historia entrañable: es el Hijo de Dios,
el Señor, aquel por quien hemos recibido la gracia y la misión. La fe cristiana
no es solo emoción navideña, es una llamada a vivir de otra manera, sabiendo
que Dios camina con nosotros.
Emmanuel es Dios con nosotros. No un Dios lejano. No un
Dios ideal. Es el Dios presente, concreto, encarnado en nuestra realidad.
¿Qué implica esto para nuestra vida?
· Aprender a acoger lo inesperado, incluso cuando rompe nuestros planes. A veces Dios actúa justo donde menos lo habíamos previsto.
· Vivir la fe con confianza, aunque no tengamos todas las respuestas. La fe no elimina las preguntas, pero da un suelo firme para caminar.
· Ser espacio para que Dios nazca hoy, como José y María: en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo fiel.
· No temer. El Adviento nos recuerda que Dios no viene a quitarnos nada, sino a regalarnos vida plena.
Estamos ya muy cerca de la Navidad. No se trata solo de
preparar celebraciones, sino el corazón.
Porque Dios sigue entrando en la historia… y también quiere
entrar en la tuya.

2 comentarios:
Niño Jesús haz que nuestra Fe renazca contigo más vital y más firme que nunca.
Me ha gustado leer esto: que Dios cuando llama no va a anular lo que eres, sino a llevarte más lejos... ¡Es cierto!! Feliz Navidad.
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