Lecturas
Eclesiástico
3, 2-6. 12-14
Salmo 127
Colosenses
3, 12-21
Mateo 2, 13-15. 19-23
Aprender a cuidar lo que Dios nos confía
Celebrar hoy la fiesta de la Sagrada Familia no es
contemplar una escena idealizada y lejana, sino mirar de frente una familia
real, atravesada por el miedo, la huida, la incertidumbre y las decisiones
difíciles. José, María y Jesús no vivieron en una burbuja protegida, sino en
medio de un mundo hostil. Precisamente por eso, su historia ilumina las
familias de hoy, tantas veces cansadas, frágiles y sometidas a tensiones que
parecen no dar tregua.
«Vestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad,
mansedumbre y paciencia.» (Col 3, 12)
El libro del Eclesiástico nos recuerda algo esencial:
el cuidado mutuo dentro de la familia es sagrado. Honrar, respetar, acompañar…
no son gestos secundarios, sino caminos de bendición. En una sociedad que
valora la autonomía por encima de los vínculos, estas palabras suenan casi
contraculturales, pero siguen siendo profundamente humanas y necesarias.
El Salmo 127 presenta la familia como una obra que no
se sostiene solo con esfuerzo humano: «Si el Señor no construye la casa, en
vano se cansan los albañiles». No se trata de resignarse o abandonar, sino de
reconocer que el amor necesita raíces más profundas que la pura voluntad.
Cuando Dios es el centro, la familia no se vuelve perfecta, pero sí más auténtica
y sólida.
San Pablo, en la carta a los Colosenses, entra
en lo concreto de la vida cotidiana: compasión, perdón, paciencia. Son palabras
que construyen. No describe una familia ideal, sino una familia que aprende a
convivir desde el amor que viene de Dios. El amor —dice— es el vínculo de la
perfección, es decir, lo único capaz de mantener unidas las piezas cuando todo
parece resquebrajarse.
El evangelio nos muestra a la Sagrada Familia en uno de sus
momentos más duros: la huida a Egipto. No hay ángeles cantando, ni luces
en el cielo, ni estabilidad alguna, sino riesgo y desplazamiento. José protege,
María confía, Jesús crece en medio de la inseguridad. Dios no evitó el peligro,
pero estuvo presente en cada paso. Y esto es clave: la santidad de una familia
no está en la ausencia de problemas, sino en mantener la fidelidad en medio de
ellos.
Para la vida de las familias hoy
Esta fiesta nos invita a mirar nuestras propias casas con
realismo y esperanza. Las familias de hoy afrontan prisas, cansancio,
dificultades económicas, heridas afectivas, conflictos entre generaciones. A
veces basta una palabra fuera de lugar para romper la paz; otras veces, el
silencio se vuelve más hiriente que el grito.
La Palabra de Dios nos propone caminos sencillos y
exigentes:
- Cuidar
el lenguaje, porque las palabras pueden sanar o herir profundamente.
- Ejercitar
el perdón, no como debilidad, sino como decisión diaria.
- Crear
espacios de escucha, donde cada miembro se sienta visto y acogido.
- Poner
a Dios en el centro, no como teoría, sino como presencia que acompaña.
La Sagrada Familia no nos pide una imitación perfecta, sino confianza. Nos recuerda que Dios habita en las casas frágiles, en los hogares que siguen caminando, aunque no lo tengan todo claro. Hoy es un buen día para pedir la gracia de cuidar mejor lo que Dios nos ha confiado: los vínculos, el amor cotidiano y la vida compartida.

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