2006-09-03

Coherencia de fe y vida

Ataque a la hipocresía

Jesús acusa a los fariseos ante su actitud rigurosa respecto a las leyes y el culto. Con duras palabras, los tacha de hipócritas, pues predican mucho pero no hacen nada. Su vida no se corresponde con sus palabras y creencias. En el contexto de Jesús, conviene saber que los fariseos eran un grupo social muy prestigioso e influyente, rígidamente observante de la ley, y que ejercía un importante poder sobre las gentes.

Jesús se aparta del rigor fariseo en cuanto al cumplimiento de los preceptos y la tradición judía. Y para ello recuerda las palabras de los mismos profetas: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me da está vacío".

Coherencia entre vida y fe

Jesús apela a la coherencia religiosa. Nos interpela a unir lo que decimos con lo que hacemos. Hoy, en un mundo convulso y desorientado, es difícil expresar y vivir nuestra fe. No es fácil acordar la fe con las tendencias del mundo. Para comunicarla, necesitamos desarrollar una nueva pedagogía con un lenguaje actual y comprensible.

La interpelación de Jesús también se dirige a los cristianos de hoy. Los católicos decimos muchas cosas. Quizás tenemos muy clara nuestra doctrina. Pero nuestra vida cotidiana a veces se aleja mucho de ella y de la realidad que nos rodea. No siempre somos coherentes.

Jesús nos exhorta a honrar a Dios con el corazón, con los labios, con los hechos, con el testimonio y con la vida entera. Será entonces cuando todo aquello que digamos no será vacío, sino sincero y real.

De lo que está lleno el corazón habla la boca. Si vivimos nuestra fe y cultivamos la oración, nuestra vida se llenará de aquello que proclamamos. La consecuencia siguiente será la celebración, la eucaristía.

Un nuevo concepto de la pureza

Jesús también nos presenta un claro concepto de pureza e impureza. La pureza, nos dice, no tiene tanto que ver con lo que entra sino con lo que sale de uno mismo. No se refiere a aspectos físicos, sino a las actitudes morales que albergamos dentro de nosotros y que sacamos afuera.
Nada que entra de afuera hace impuro al hombre, sino lo que sale de su interior. Y a continuación, Jesús lista una serie de actitudes de rabiosa actualidad, pues podemos observarlas continuamente a nuestro alrededor:

- los malos propósitos, las intenciones torcidas dirigidas a perjudicar o dañar a alguien
- las fornicaciones, que se aprecian en el exagerado culto a la sexualidad y a la pornografía, desprovistas de todo horizonte ético
- los robos, no sólo de bienes materiales, sino de información, así como los fraudes, las malversaciones, la corrupción, que hacen perder la dignidad humana de quien los comete
- los homicidios, cuya expresión máxima es la guerra y la escalada bélica; no podemos dar culto a la muerte
- los desenfrenos de todo tipo, representados en esta cultura consumista que nos hace desear lo que tal vez no necesitamos, y en el ritmo acelerado en que vivimos, que nos arrebata la paz
- la envidia, un mal que empapa toda nuestra cultura
- la difamación, ¡cuántas veces quitamos la fama a las personas!, sin juicio alguno, sin conocimiento de causa, sólo por ser diferentes a nosotros; nos erigimos en jueces de los demás cuando ni el mismo Cristo lo hizo
- el orgullo, que hace perder el rumbo de la existencia
- la frivolidad, el actuar sin responsabilidad, sin tomarse en serio el trabajo, así como perder el tiempo en cosas absurdas e inútiles.

Limpieza de espíritu

¿Cómo limpiar el alma de esas impurezas? Convirtiendo todas las actitudes anteriores en su contrario, en positivo.

Todas estas cosas hacen el alma pura:

- los buenos propósitos, plantearse buenas metas y seguirlas
- rescatar el amor y la sexualidad
- la generosidad; no sólo se trata de no quitar, sino de dar a los demás
- para contrarrestar la muerte, dar vida, generar vida a nuestro alrededor amando y trabajando por los demás
- dar lo mejor de nosotros mismos
- renunciar a todo cuanto no necesitamos y puede generar envidia y rencillas
- la sobriedad
- la madurez y la responsabilidad
- hablar bien de la gente (o no hablar), sin jamás matar la fama de nadie ni su dignidad
- mantener una actitud de sana humildad

A medida que todas estas cosas vayan saliendo de nuestro interior, nuestro corazón será más puro y se asemejará, cada vez más, al corazón limpio y ardiente de amor de Dios.

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