En esta fiesta que celebramos, de la Concepción Inmaculada de María, quisiera centrarme en algunas palabras del hermoso diálogo entre la Virgen y el ángel.
El ángel Gabriel la saluda con estas palabras: “María, llena de gracia”. ¿Por qué se produce este encuentro? Porque María está llena de Dios. Su corazón se abre al don del Espíritu Santo y es fecundada por él.
Podemos trazar un paralelo entre la figura de María y la Iglesia. Al igual que la Virgen, la Iglesia está en manos del Espíritu Santo y debe abrirse continuamente a él. El Espíritu nunca deja de actuar, aún hoy. A pesar de sus errores históricos, a pesar de las luchas y del descrédito que recibe, la Iglesia subsiste y sigue viva porque el soplo del Espíritu Santo sigue alentándola. “El Señor está contigo”, dice el ángel a María. También está con la Iglesia, y continua fecundándola.
María y Eva
Las lecturas de hoy comparan a dos mujeres: el libro del Génesis nos habla de Eva, que, seducida por la serpiente, rompe su pacto de amistad con Dios y es expulsada del Edén. El nuevo testamento nos presenta a María, en contraposición, como la mujer que sella una alianza imperecedera con Dios.
Eva desconfió de Dios. Esta pérdida de confianza la hizo perder el paraíso. En cambio. María cree y se fía de Dios. Y se convierte ella misma en el paraíso de Dios. Sus entrañas serán el cielo que albergará al Hijo.
La encarnación de Dios viene por una mujer. Con ella, toda mujer queda potenciada y el género femenino es enaltecido. ¡Qué trascendencia tan grande en una palabra tan pequeña, en un sí!
La oración de la presencia
María no hace grandes cosas ni destaca por hechos llamativos. Pero su gran hazaña es que está, ahí donde tiene que estar. Por eso el Espíritu Santo la encuentra. María sabe estar ante Dios, en oración y en silencio. Sabe estar donde tiene que estar y cuando tiene que estar. Qué gran lección para todo cristiano. A veces nos afanamos por hacer mucho, cuando tal vez la primera misión es saber estar allí donde tenemos que estar, con presencia abierta y receptiva.
Y Dios fecunda la vida de María. En los planes de Dios, no sólo interviene la voluntad humana, sino su fuerza divina. María pregunta, “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”. Al igual que María, muchos podemos preguntarnos cómo será posible que Dios haga fructificar nuestra vida, nuestros esfuerzos. Pero nuestras limitaciones y nuestro egoísmo no son obstáculo para Él. Nada hay imposible para Dios. Quien se abre a él ve cómo su vida se inunda de belleza y, en su momento, dará frutos.
Servir es reinar
Las palabras de María, “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, merecen una explicación. En su respuesta debe leerse su total aceptación y disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. La palabra “esclava” no ha de interpretarse como signo de esclavitud. Nada más lejos de Dios que querernos esclavos. Él siempre cuenta con nuestra libertad, y de ahí que la encarnación venga precedida por este diálogo entre el ángel y la joven María. Dios espera el sí libre y decidido de la Virgen. Por “esclava” debemos leer una actitud de entrega y de servicio. María se pone a entera disposición del Señor. Como Jesús, su Hijo, quien dijo tantas veces que “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida”. Pues en el Reino de Dios, el primero es el último y se arrodilla para servir. Quien reina, sirve. Es así como María, siendo servidora de Dios, se convierte en Reina en el cielo.
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