2018-12-13

Alégrate, el Señor te renueva

3r Domingo de Adviento  - C

Lecturas

Sofonías 3, 14-18
Salmo 12
Filipenses 4, 4-7
Lucas 3, 10-18

Homilía

Este tercer domingo de Adviento se caracteriza por la alegría. Ya empezamos a saborear la buena noticia que se acerca. Me gustaría, hoy, recoger algunas frases de las tres lecturas, porque todas ellas desprenden luminosidad. Podemos leerlas como anuncios que se dirigen a nosotros, hoy. Cada uno de nosotros es el tú de estos mensajes.

La primera es la profecía de Sofonías. Y dice: «¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas! El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor». Todos somos Sión. Criaturas de Dios que quizás han pasado por muchos avatares y desgracias. Quizás nos sentimos cansados, enfermos o rotos. Somos como una vieja ciudad, atacada por los problemas. Pero el Señor habita en nosotros y su amor basta para renovarnos. ¿Somos conscientes de ello? Cada domingo vamos a comulgar, recibimos al mismo Dios dentro de nuestro cuerpo… ¿Nos dejamos renovar y transformar por él?

La segunda lectura, de san Pablo, contiene dos exhortaciones y una promesa. La primera: «Alegraos en el Señor, os lo repito, ¡alegraos!». Si Dios está con nosotros, ¿acaso no es motivo de gozo? Es el gran invitado, que trae consigo la fiesta. Si él está cerca, no hay motivos para la tristeza, aunque pensemos que hay mil razones para preocuparnos y angustiarnos. Todas esas razones no son tan grandes como el huésped divino que viene.

«Nada os preocupe», sigue Pablo, sino que cualquier preocupación o petición, dejadla en manos de Dios. Poned en él los problemas y dolores, y también la gratitud por las cosas buenas que llenan nuestra vida.

Finalmente, Pablo nos dice que la paz de Dios, que supera todo juicio, reinará en nuestros corazones y en nuestros pensamientos. Fijaos que dice que esta paz «supera todo juicio», es decir, que está por encima de todos nuestros razonamientos, obsesiones e ideas reiterativas. Nuestro discurso mental puede ser muy hábil para justificar nuestro estrés, nuestra dispersión y nuestra angustia. Es fácil aparcar a Dios porque… ¡tenemos tanto qué hacer! Pero si descansamos y nos apoyamos en Dios, nos llenará una paz que supera todas estas inquietudes que nos roban las fuerzas y la alegría. Y tendremos lucidez mental y paz emocional.

Juan Bautista, en el evangelio, también nos da sus consejos. La gente que se bautiza le pregunta: Bien, ¿qué hemos de hacer, para preparar este reino de Dios que se acerca? Y Juan les habla de cosas muy sencillas, pero difíciles de hacer. Pide que los ricos compartan lo que tienen con los pobres, que los poderosos no abusen de su poder, que los soldados no ejerzan violencia, que todos destierren la mentira, la codicia y las envidias de sus vidas. En el fondo, lo que pide Juan es que la gente renuncie a sus miedos: miedo a no tener, miedo a perder, miedo a no ser nadie… Esos miedos son los que cierran el corazón y disparan las ambiciones de poder y dinero que mueven el mundo, ¡y que causan tanto daño! Hagamos lo que tenemos que hacer, seamos generosos y confiemos en Dios. Tendremos paz y esparciremos paz a nuestro alrededor. Y nos llenará un gozo inmenso, mucho más allá de toda razón, todo juicio y toda medida. Es el gozo exultante de la fiesta de Dios. Quitémonos de la mente que Dios nos quiere a todos serios, rígidos y uniformados. Dios es fiesta y su reino es un banquete de bodas al que todos estamos invitados. ¡Aceptemos la invitación y vistámonos el alma de gala!

1 comentario:

A.G.M. dijo...

Señor, entra en mi corazón y haz que me renueve por dentro.