En la primera etapa de su ministerio público, Jesús es invitado a una boda en Caná de Galilea con sus discípulos. También va con ellos María, su madre, siempre solícita y atenta a cuanto sucede a su alrededor.
En plena boda, se quedan sin vino. María interviene para que la fiesta no se pare. No puede faltar el vino, y pide a su hijo que actúe. Jesús le contesta que no ha llegado su hora. Son palabras que quizás María no entiende. Pero se fía totalmente de él.
Siempre se ha fiado de su hijo. Dice a los criados: Haced lo que él os diga. Es una de las pocas frases que ponen los evangelistas en boca de María, pero es suficiente para expresar la unión profunda con su Hijo. En esos momentos, Jesús convierte el agua en vino. Se trata de su primer milagro público. Con esta manifestación Jesús hace patente su íntima relación con Dios.
Haced lo que él os diga
Todos somos tinajas vacías. Vacías de sentido, de esperanza, de valores. María intercede por nosotros ante Jesús para que llene nuestra tinaja de amor, de fe y de esperanza.
También el mundo está vacío, sediento de Dios, de Espíritu. Para llenarlo, sólo nos falta escuchar. “Haced lo que él os diga”. Son las únicas palabras que María dirige, no a su hijo o a sus parientes, sino a las gentes. Haced lo que él os diga. Puede hablar con firmeza, porque ella ha pasado por la experiencia de confiar en Dios. Sabe de quién se fía. María no dice “decid lo que él dice”, o “decid lo que él hace”, sino “haced”. Trasladada a hoy, su exhortación nos invita a actuar, a trabajar, a construir espacios de amor. Nos llama a vivir desde Dios, abriendo parcelas de su Reino en este mundo.
La liturgia de hoy nos llama a escuchar y a seguir la voz de Dios. Nos invita a escuchar a Jesús para poder hacer de nuestra vida algo bueno y fructífero.
La ley del amor
Si en el antiguo testamento había muchos ritos de purificaciones, Jesús en el nuevo testamento convierte el rito en una fiesta. Las normas del código de Moisés se reducen a una: amar como él nos ama. De las leyes y la exigencia de la tradición judía pasamos a la entrega generosa del amor, que convierte nuestra vida en una celebración festiva. Del antiguo testamento pasamos al nuevo: de la ley pasamos al amor. Jesús también convierte nuestra pobre e insípida vida en una vida intensa y sabrosa, una auténtica fiesta donde nunca pueden faltar el pan y el vino eucarístico.
El milagro de la confianza
El milagro sólo puede darse cuando hay confianza. El espacio del milagro es el amor. Cuando hay amor, los corazones pueden tocarse, porque el mismo amor es ya un milagro, tierra abonada para que se produzca una transformación. Claro que Jesús podía hacer milagros. Pero el gran milagro es que cada uno de nosotros, pobre tinaja vacía, sepa desear su presencia y abrir el corazón a su amor, invitándolo a entrar.
El agua se convierte en vino. Igualmente, toda nuestra existencia queda transformada por la presencia de Dios. Y él nos invita a vivir plenamente la alegría, convirtiendo nuestra vida en una fiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario