Lecturas
Miqueas 5, 1-4
Salmo 79
Hebreos 10, 5-10
Lucas 1, 39-45
Homilía (descargar pdf)
La primera lectura de hoy es una profecía de Miqueas, que
señala a Belén como el lugar donde nacerá un rey, que será pastor del pueblo y
lo regirá con bondad y justicia. Pero ¿qué experiencia tenían los pueblos
antiguos de sus reyes? Pocos eran realmente justos y benevolentes. Las
monarquías antiguas podían ir desde la crueldad hasta la gloria, pero siempre
exigían muchos sacrificios al pueblo sencillo. ¿Quién será el rey que se comporte
con su pueblo como un buen pastor? El salmo es una oración al verdadero buen
pastor, el que cuida de su gente, la defiende, no la explota ni permite que la
depreden. El verdadero rey, el buen pastor, en realidad es Dios.
Estas lecturas presagian al “rey” que vendrá: Jesús. Es el
mismo Dios, pero hecho hombre, y no será un rey tirano ni un conquistador. No
se servirá de las armas ni de la fuerza, ni siquiera del oro ni del poder.
Tampoco exigirá grandes sacrificios a su pueblo. No le pedirá nada, al contrario:
se entregará a sí mismo por todos.
La venida de Jesús cambia todo el concepto antiguo de
religión. Si Dios era concebido como un rey y los fieles como vasallos, ahora
Dios es el que se convierte en servidor del hombre. ¿Y qué pide? Ya no pide
holocaustos ni sacrificios. Se acabaron las religiones del ritual y la ofrenda.
Lo único que podemos ofrecerle de valor es… ¡a nosotros mismos! Ya los profetas
atisbaron esta nueva religión, que es una relación de amor y no de sumisión, y
que se basa en la libre gratuidad, y no en el intercambio de favores.
San Pablo en la segunda lectura así lo recoge. Habla de
Jesús y dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un
cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He
aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Jesús se ofrece a sí mismo y nos marca el camino a seguir.
¿Queremos una relación armoniosa y auténtica con Dios? No se trata de acumular
méritos, ni oraciones ni preceptos, sino de iniciar con él una gran amistad.
Una amistad marcada por la entrega mutua, por la confianza, por el amor.
El evangelio nos relata el encuentro gozoso de dos mujeres
que así lo entendieron y que también son modelo para nosotros. María e Isabel
son dos amigas de Dios, que han ofrecido su vida y sus cuerpos para hacer la
voluntad divina. En ellas se gestan dos niños llamados a hacer cosas grandes…
En María se gesta el mismo Dios, hecho bebé. Cuando confiamos en Dios y ponemos
nuestra voluntad en sintonía con la suya, todos quedamos «preñados» de cosas
grandes y hermosas.
Igual que Jesús,
igual que María, podemos decir: «Dios mío, no quieres de mí grandes cosas… pero
tú me lo has dado todo: mi cuerpo, mi alma, la vida. Aquí estoy, ¡soy tuyo! Que
sea en mí como tú deseas.» Nadie deseará algo más grande, más bello y mejor
para nosotros que el mismo Dios.